Payasos: el dictador y el artista, de Norman Manea

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Por El regreso del húligan (Tusquets), el estremecedor libro de Norman Manea, conocemos la historia de su vida y la historia de sus padres, judíos integrados en un país que nunca ha conseguido convivir con los judíos, vistos como extraños, como enemigos: apresados y asesinados por los nazis; ayudados a partir al exilio de Israel por los comunistas. Siendo niño, Norman Manea (Bucovina, Rumania, 1936) fue obligado a montar en un tren de ganado por los nazis rumanos y estuvo interno en el campo de concentración de Transnistria, Ucrania. Después, adolescente, soportó la dictadura comunista en un país con apenas mil comunistas verdaderos: sus mentiras, sus miserias y sus crímenes. Más tarde, siendo ya un escritor incómodo para el régimen de Ceaucescu, consiguió salir de Rumania con rumbo a Berlín y luego vivir como profesor universitario en Estados Unidos. Y más recientemente, siendo un escritor de éxito, volvió brevemente a una Rumania que pertenecía, por fin, al mundo libre, después de más de medio siglo de terror totalitario: fascista, primero, y comunista, después.

En El regreso del húligan, Norman Manea ponía su historia en paralelo con la de Mihail Sebastian (1907-1945), escritor, judío, rumano, disidente, y en especial con las reflexiones de su Diario (1935-1944) (Destino). También en Payasos: el dictador y el artista es muy importante la figura de Sebastian, que Manea analiza justo en el momento en que su Diario vio por fin la luz en Rumania. “En el mundo descrito por Sebastian”, señala en el ensayo “Incompatibilidades”, “lo cotidiano parece estar preparado para, en cualquier momento, dar vida a enormes reservas de ferocidad”. Sin duda, la ferocidad de los nazis rumanos y, sin duda también, la ferocidad del estalinismo rumano que sustituiría a los nazis rumanos. Entre los nazis rumanos, agrupados en torno a la “Legión”, destacaban algunos que tendrían gran relevancia en la cultura occidental de la segunda mitad del siglo XX: Emile Cioran y, especialmente, Mircea Eliade, a quien Manea disecciona, apoyándose en los numerosos libros de diarios y memorias del estudioso de las religiones, en el mejor ensayo analítico del libro, “Felix culpa”, que tan fácilmente podemos vincular ahora con el asunto Grass y su pertenencia a la Waffen-SS.

En “Felix culpa” escribe Manea, reprochándole a Eliade su insistencia, durante tanto tiempo, en sus ideas nazis:

 

Únicamente el reconocimiento del error puede respaldar una ruptura auténtica con ese error. ¿Acaso no es la honestidad, a fin de cuentas, el enemigo moral del totalitarismo? ¿Y no es la conciencia (el examen crítico de las preguntas incómodas, es decir, el compromiso ético y lúcido) la prueba última del distanciamiento de las fuerzas corruptas de la ideología totalitaria? Fuerzas en absoluto simples y directas, que actúan por vías indirectas y complejas sobre la vulnerabilidad humana.

 

Son los totalitarismos, el fascista y el comunista principalmente, aunque también el integrista, de la mano de la fatwa contra Salman Rushdie, los ejes sobre los que giran los ensayos de Payasos. El dictador y el artista. Totalitarismos que no se analizan en abstracto, sino en el propio sufrimiento (“¿cuánto puede soportar el hombre?, ¿a qué transformaciones está dispuesto u obligado bajo el peso del terror?”, se pregunta en el texto que abre el libro, “Rumania en tres fases”) y que tienen su encarnadura en Ceaucescu, que consiguió perpetuarse utilizando todos los resortes posibles, e incluso virando ideológicamente desde el comunismo, separándose de la correa de Moscú, hacia un nacionalismo étnico, en el que volvía a aparecer el odio, como en los tiempos “legionarios”, hacia “lo occidental”, “lo no rumano”, “lo judío”.

“El informe del censor”, el mejor ensayo autobiográfico del libro, cuenta la tortura que soportó Manea para poder publicar su novela El sobre negro (Metáfora). La lectura de las quince páginas del censor (“una funcionaria con experiencia y autoridad”) sigue produciendo, como le produjo al propio autor hace veinte años, pánico.

También presta mucha atención Manea al paisaje de la Rumania de la democracia, heredera en demasiadas cosas (y personas) de la dictadura de Ceaucescu: la ve con una mezcla de esperanza y de desconfianza. Aunque muchos de esos textos han perdido parte de su vigencia, porque proceden de la primera edición del libro, la que se hizo en Estados Unidos.

Manea propone una tradición rumana en la que se siente reconocido. Por supuesto, el primero de esa tradición es Sebastian (que casi se convierte en una suerte de alter ego), pero también están Eugène Ionesco, que se dio cuenta de la “rinocerontización” de Rumania, Paul Celan, judío también y también procedente de Bucovina, y Panait Istrait (tan celebrado en la España de los años treinta, como ignorado en la de ahora), que pertenece a “la quimera de la inmensidad y de la libertad”.

“Payasos: el dictador y el artista” es el texto más extraño del libro: escrito con furia y de una forma mucho más rabiosa que los otros. Tiene una factura mestiza: mezcla una lectura de I clowns de Fellini, con su teoría sobre los payasos “cara blanca” y los payasos “augustos”; una reflexión sobre Chaplin y Hitler, y una vitriólica crítica de Ceaucescu, en la que hay más de un punto de contacto con los modos de Franco (el relato de “la caza del oso”, drogado, por supuesto, no difiere mucho de la pesca del atún en el Azor). En él se hace Norman Manea algunas preguntas fundamentales: “¿Es el Dictador solamente un enemigo de las masas o un producto de éstas?” o “¿Se habrá encarnado el Mal sólo en mensajeros tan mezquinos y ridículos? ¿Acaso el grandioso emblema del infierno sólo se manifiesta en esos estúpidos, aunque terribles, pantomimos balbucientes?” Un gran libro, si quieres temblar. ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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