El cรณlera disputa las vรญctimas al hambre
En el pueblo de Mirpur, fusil en mano, un soldado protege la puerta del campamento de refugiados. Cuando franquea el paso, en el interior se miran montaรฑas de leรฑa, tierra, lodo y al centro un pequeรฑo lago de agua estancada. A su alrededor, los hombres de un lado, las mujeres de otro, forman fila para recibir una de las raciones del dรญa. Pupilas y huesos, los asilados miran desde el fondo de lo inexplicable y avanzan hasta el perol con caldo de habas. Trabajan el corazรณn y los pulmones, misteriosamente, en algรบn hueco de sus entraรฑas sin sangre. Los niรฑos duermen o lloran en galerones con piso de cemento y muros de ladrillos. Desnudos o semidesnudos, apenas ocupan espacio. La piel de muchos estรก herida por ronchas y llagas, y de muchos ojos negros fluye una secreciรณn blanca. Las moscas revolotean como un animal de millones de vientres diminutos.
El encargado del campamento, un magistrado en comisiรณn, Abdul Majeed, dice que soporta el trabajo porque ha llegado a pensar que los refugiados no sufren, que el alma escapรณ de sus cuerpos mucho antes que el รบltimo aliento.
“No son mรกs que hambre”, dice. “Los primeros dรญas pensรฉ que el campamento era parecido a un campo de concentraciรณn de los peores tiempos de la guerra. Perecen los mรกs dรฉbiles. He visto el coma de los esqueletos. La muerte de la muerte. Hay tres mil refugiados. Si alguien quiere irse, se va. Pero no tienen punto de referencia ni destino. Perdieron sus casas, su trabajo, no saben de sus familias, estรกn deshechos. Saldrรญan a pedir limosna y morir en la calle. El invierno estรก prรณximo y si no conseguimos ropa habrรก muchos que no resistirรกn el frรญo.”
La clรญnica, al lado de los galerones para los niรฑos, es una especie de catacumba. Algunas camillas fueron habilitadas como lechos y un chiquillo es el encargado de repartir unas pastillas.
“Vitaminas”, informa.
La compaรฑera de los siglos
El tema del subcontinente asiรกtico es el hambre. Compaรฑera de los siglos, devasta y asuela como las inundaciones o la sequรญa. Siempre presente, no llega. Estรก. En el mismo lugar, otros los hombres y otros los niรฑos, pero en rigor los mismos hombres y los mismos niรฑos.
Pandit Jawaharlal Nehru sufriรณ por los que mueren de inaniciรณn. Todo parece igual. Excepto Nehru, inimitable. Hace treinta aรฑos, cuando Bangladesh (paรญs de los bengalรญes) era una provincia de la India y en la India mandaban los ingleses, dejรณ escrito:
Llegรณ el hambre fantasmal, abrumadora, indescriptiblemente horrible. En Malabรกn, en Bijapur y, principalmente, en la rica y fรฉrtil Bengala, los hombres, las mujeres y los niรฑos mueren diariamente a miles por falta de alimentos. Sus cadรกveres yacen en las chozas de barro de las innumerables aldeas y cubren los cuerpos los caminos de sus zonas rurales.
Los hombres mueren en todo el mundo y se matan mutuamente en los campos de batalla. Por lo general, es una muerte rรกpida y, con frecuencia, la muerte del bravo, la muerte por una causa, la muerte con un propรณsito, la muerte que parece, en este enloquecido mundo nuestro, una inexorable lรณgica de los acontecimientos, una brusca cesaciรณn de la vida que no podemos regular o dominar. La muerte es bastante comรบn en todas partes.
Pero la muerte no tiene aquรญ ni propรณsito, ni lรณgica, ni finalidad; es el resultado de la incompetencia y la insensibilidad del hombre, la obra del hombre, una cosa de horror lenta y reptante sin nada que la redima, la vida que se funde y se desvanece en la muerte, con la muerte que mira desde los hundidos ojos y el marchito cuerpo mientras la vida se demora todavรญa un tiempo. Y por ello se entiende que no es razonable ni correcto mencionar una situaciรณn desdichada. Las autoridades de la India y de Inglaterra publican falsas informaciones. Pero no es fรกcil pasar por alto los cadรกveres; se tropieza con ellos en el camino.
Morirรกn un millรณn, dos millones o tres millones; nadie sabe cuรกntos morirรกn de hambre o de enfermedad durante estos meses de horror. Nadie sabe cuรกntos son los millones de jรณvenes y niรฑos que escaparon justamente de la muerte, pero que habrรกn de quedar sin desarrollo y destrozados de cuerpo y espรญritu. Y el miedo al hambre y a la enfermedad seguirรก, cerniรฉndose sobre el paรญs.
El cรณlera estรก en la calle
El cรณlera estรก en la calle, libre como los cuervos. Entre cada mil habitantes puede haber dos o mรกs contagiados. Nadie lo sabe. Las autoridades sanitarias desistieron de combatirlo con posibilidades de รฉxito. Han confesado, ni tristes ni resignadas, simplemente realistas: “La epidemia estรก fuera de nuestro control.” Estraga el cรณlera a su vรญctima igual que diez mil diarreas simultรกneas. En minutos, el enfermo pierde el diez por ciento de su peso. Eliminada la sal del cuerpo, queda seco, exรกnime. A partir de entonces no se duerme ni se dormita: se oscila entre el tiempo y la eternidad.
Los hemos visto en el hospital Makahalf. Los ojos entrecerrados, sin fuerza para mantenerlos cerrados; los labios entreabiertos, sin energรญa para pedir un vaso de agua. Son tantos y el cuadro es tan repetido, que la sensibilidad empieza por clausurarse a la compasiรณn ajena y al temor por sรญ mismo. La personalidad amenaza deslizarse por un peligroso fatalismo, la impotencia en su expresiรณn final. En este mundo de sombras errantes y cuerpos tirados en la calle, nadie podrรญa decir si el รบltimo bengalรญ expirรณ a consecuencia del hambre, la gastroenteritis o el cรณlera. El camino es el mismo: expulsado el hombre de sรญ mismo hasta el lรญmite de su energรญa, no queda soluciรณn, frente a su incapacidad para sobrevivir. Sin posibilidades para amar a la vida ni temer a la muerte, la cuna y el ataรบd acabaron por ser iguales, el mismo cero dibujado por el mismo enigma.
El doctor norteamericano George Curlin, especialista en cรณlera y primer epidemiรณlogo en Bangladesh, proporcionรณ estos informes: no hay vacuna en el mundo que sea eficaz contra la enfermedad. En condiciones normales, durante los primeros noventa dรญas previene con un margen favorable de ochenta por ciento; a los seis meses la eficacia se ha reducido al cincuenta por ciento; al aรฑo, la vacuna resultรณ inรบtil. Serรญa infantil pretender el control de la enfermedad mientras no haya un cambio radical en el ambiente, que se mira imposible. El sistema sanitario es deplorable; los contagios, inacabables. El hacinamiento es una “forma de vida” donde no hay nada. Embotado el entendimiento, exhausta la imaginaciรณn, sin mรกs horizonte que la misma miseria de todos los dรญas, la misma hambre, el mismo andrajo, los hombres, parecidos a los animales, se juntan. Se defienden no saben de quรฉ y en realidad se atacan, pues generalizan sus enfermedades y desatan las epidemias. “El cรณlera es doblemente benigno o doblemente cruel, no sรฉ –y Curlin hace una mueca–, porque es una enfermedad que ataca sobre todo a los niรฑos. Los fulmina como el rayo y muchas veces los deja muertos en las calles.”
–¿Existen recursos para esta lucha?
Curlin se pone de pie. “Disponemos de unos ochenta centavos de dรณlar diarios por cama de hospital para combatir la enfermedad directamente. Vea mis manos –y muestra las palmas–. Asรญ Dacca.”
En la capital “no hay nada, pero un hospital estรก en servicio, como en Matlab. En el resto de Bangladesh, ni eso. Y el cรณlera se extiende por el paรญs”.
II. “Conscientemente quiero volverme inconsciente”
Zeinal Abdin es el artista mรกs famoso de Bangladesh. Ha recorrido el mundo en homenajes. Conoce Mรฉxico y habla de “los tres grandes” con familiaridad. Pinta la miseria “porque no hay ojos para otra cosa”; pinta la muerte “porque no hay corazรณn para otra cosa”. Su casa es sรณlida, en un buen punto de Dacca. La comida es abundante. Sus dos hijos estรกn sanos, fuertes. “Tengo todo en el mundo de las carencias. Me siento explotador.” No siempre resiste el graznido de los cuervos y hay dรญas sin รกnimo para salir a la calle. “Conscientemente quiero volverme inconsciente.”
Richard Levine, epidemiรณlogo norteamericano, recorre el paรญs desde hace dos aรฑos. Ha visto trabajar a las brigadas contra el cรณlera y la viruela. Ha conocido la extorsiรณn de los oficiales sanitarios; siempre sobre el dinero, y supo de un nativo que vacunรณ a su pueblo contra la viruela, olvidรณ el tratamiento a sรญ mismo, y muriรณ. En compaรฑรญa de su mujer, bacteriรณloga suiza, y de su cuรฑado Fritz Siegerist, que vino de Berna para visitar a su hermana, contrajo el tifo, pero no se irรก, “porque hasta yo soy รบtil”, reflexiona en voz alta: “En una sociedad normal, si un hombre roba a otro, uno gana dinero y otro pierde dinero. En la sociedad de Bangladesh, si un hombre roba a otro, uno gana dinero y otro pierde la vida.”
Eleanor Agnes Johnes trabaja en los Servicios de Salud Rural. Es inglesa. Se graduรณ en la Academia de Ana Freud, hija del ilustre psicoanalista, severa hasta no consentir mรกs de ocho alumnos por aรฑo. “No hay estadรญsticas rigurosas –explica–. Pero, de acuerdo con mi experiencia, de cada cuatro niรฑos que sobreviven, uno serรก hombre pleno. Me asusta el futuro. Bangladesh tiene hoy 75 millones de habitantes; el aรฑo 2000 pueden ser 185 o 190 millones.”
Catรณn Cuellar, mรฉdico de Tamaulipas que investiga las epidemias propagadas por mosquitos; su casa, un muestrario fotogrรกfico de mujeres deformadas por la elefantiasis, los dedos, los brazos como muslos, las piernas dos troncos, cuenta: “Hace unos meses, frente a su carreta de madera, mรกs barato que un animal, empapado de sudor, solo fatiga y desnutriciรณn, vi morir al culi que tiraba del carruaje. Otro ocupรณ su lugar, confundido el cadรกver en la carga de palos de bambรบ.” El dato que agrega parece superfluo: “No existen certificados de defunciรณn en Bangladesh.”
Sander Ashafruddin, director adjunto de la Facultad de Psicologรญa de Dacca, ha sabido de bengalรญes que rezan a la comida, Alรก encarnado en la tortilla de trigo, en el arroz, en el caldo de habas. “Algunas madres –dice– despojan a sus hijos de las raciones que estรกn a punto de llevarse a la boca y cuando los pequeรฑos mueren, lloran, lloran desesperadamente. El hambre es la pรฉrdida de la identificaciรณn personal, la existencia sin punto de partida.”
Abdul Alรญ, de la Asociaciรณn de Exportadores de Yute, refiere su experiencia: “La Asociaciรณn reparte mil quinientas comidas diarias en Narayanganj. Soy el responsable de la distribuciรณn y he visto las caras de los hambrientos y de los locos. En algunos locos hay gasto de energรญa, azoro convulsivo en sus ojos. Estรกn en la existencia. Los hambrientos salieron de la vida. El hambre es un disfraz de la muerte.”
El ministro de Salubridad, hombre gordo que ofrece tรฉ, galletas y plรกtanos, resume: “En diferentes grados, el cincuenta por ciento de los bengalรญes tiene hambre.”
Una escena en Elephant Road
No hay manera de acercarse a los hombres tirados en la calle, hablarles en un idioma que no conocen, hacerse traducir, y luego inquirir acerca de sus vidas, en las sombras de la muerte. Guy Aroul, indio de Puducherry –al sur de Madrรกs–, hombre paciente y bondadoso, se comunica con ellos en indostano y bengalรญ. Dice lo que vio: “Abdul Samir, muchacho de unos quince aรฑos, estaba sentado frente a una tienda de Elephant Road. Era tan pequeรฑo su ‘dhoti’ (tela enrollada como vestido) que apenas le cubrรญa la cintura y los muslos. Cuando me acerquรฉ, quiso decir algo. Me pidiรณ limosna con la mano y como no tenรญa fuerza para hablar, me mirรณ con ojos fijos, que es no mirar. Le preguntรฉ quรฉ necesitaba y susurrรณ que se sentรญa sin fuerza para ir al hospital (a tres cuadras) y que vomitรณ todo lo poco que habรญa comido el dรญa anterior. Le di para que comprara dos ‘chapattis’ (tortillas) y un plato de vegetales. Aceptรณ. Insistรญ para que comiera algo de inmediato, pero no quiso. Le preguntรฉ si necesitaba medicinas y con la mano me indicรณ que Alรก lo cuida.”
“Mumtaz Begum, viuda de Boroshal, vino a Dacca con sus hijos para intentar vivir. Estaba vestida con un sari muy sucio y a punto de llorar. Frente a ella, sobre un pedazo de tela blanca, yacรญa el cadรกver de su hijo, de tres meses, muerto esa maรฑana por alta fiebre y falta de ropa. Fue al morir cuando el niรฑo tuvo por vez primera con quรฉ cubrirse. Algunos transeรบntes habรญan dejado monedas para ayudar al entierro.”
“Omar Mohamed fue pescador en Chittagong y perdiรณ el empleo. Vino a Dacca para trabajar como culi y no encontrรณ empleo. Se instalรณ en New Market Area, cerca de Dhonomongi, la zona de la alta sociedad, de los grandes jardines, de algunos Mercedes Benz, de las preocupaciones por el futuro, que el presente no angustia en el interior de las sรณlidas casas estilo inglรฉs. Mohamed permanece en el mismo sitio las 24 horas, sentado durante la maรฑana, acostado la tarde y la noche.”
“Alรญ Mian estรก en Motijheel Road, la zona comercial de la ciudad. No podrรญa describir lo que tiene. Parece que el hambre es una enfermedad como el desempleo. Vino de Dinajpur, la regiรณn de las sequรญas. Vendiรณ su ‘rickshaw’ (el carrito oriental de la esclavitud) y dice que estรก contento con su destino, con lo que destinรณ Alรก para รฉl.”
“Bajo un รกrbol de neem, en Shahbad Road, Ibrahim Karim no quiere irse de Dacca ni quedarse en Dacca, no quiere ir al hospital ni quedarse en la calle; no quiere comer, porque vomita, ni dejar de comer, porque se siente peor. Parece que no piensa nada. Estรก como muerto.”
III. Debe aprenderse de su dolor
El Tercer Mundo debe mirar a Bangladesh con atenciรณn y aprender de su dolor. La tragedia que aquรญ se ha producido puede repetirse en los llamados paรญses en vรญas de desarrollo. Falta de alimentos, una inflaciรณn galopante, abrumador y desquiciante el desorden internacional, todo conduce a tiempos que pueden ser los tiempos de la desesperaciรณn.
En una oficina adornada con una flor de Nochebuena; el escritorio igual que un pupitre, una pluma, un lรกpiz, una goma y algunos papeles sobre la madera lisa, el canciller y ministro de Petrรณleo y Minerales, Kamal Hossain, dijo en el mรกs sencillo de los lenguajes: “El pueblo de Bangladesh y sus problemas representan, en su expresiรณn mรกs cruda, el problema que enfrentan los paรญses nuevamente independizados. La cara de la muerte, la cara del hambre, la cara de la mala nutriciรณn, la cara de los niรฑos que llegarรกn a viejos y seguirรกn en las tinieblas de la debilidad mental, es la reseรฑa de lo que ocurrirรก en las naciones en vรญas de desarrollo, a menos que se haga algo para luchar eficazmente contra la injusticia e invertir este proceso ignominioso.”
Inexpresivo el rostro e inexpresivas las manos, redondas y pequeรฑas; el peinado de raya, sin un cabello fuera de su lugar: el bigote, dos rectรกngulos negros cuidados con el esmero de un campo de golf; el cuerpo aplastado contra la silla, igual que el de un hombre mortalmente aburrido; la eternidad para su interlocutor, el ministro parece fuera de este mundo. Pero si escucha alguna palabra que le interesa, la actitud cambia y la pasiรณn se expresa en el doctor en filosofรญa de la Universidad de Oxford y miembro del Colegio de Abogados de la Gran Bretaรฑa, catedrรกtico de la Facultad de Derecho en la Universidad de Dacca y exmiembro de la Suprema Corte de Justicia de Pakistรกn. “Usted seguramente ignora lo que es un muerto en la mejor avenida de su ciudad, un muerto por hambre, un hombre por el que nada pudo hacer el gobierno, a pesar de sus esfuerzos y su lucha. Es una agonรญa, una agonรญa mortal y por mortal quiero decir lรบcida. Es la agonรญa del hombre vivo y pleno, dueรฑo de sus facultades, dueรฑo de sรญ, pero impotente como el hombre que muere de hambre. Son dos muertes en una. No puedo describirle en palabras todo cuanto esto significa.”
La entrevista con Hossain
Entre docenas de puertas a uno y otro lado de un pasillo estrecho e interminable, dos macetones con flores color jacaranda indican la oficina del doctor Hossain. La sala de espera es la de un consultorio sin recursos. Un sofรก y dos sillones viejos y maltratados, una silla elemental, una mesa pequeรฑa y ligera. Al canciller, de 37 aรฑos, no le gusta que dormiten sus visitantes. Recibe en punto. Viste la ropa de algodรณn de los hombres del gobierno. Pero la suya es una camisa de vuelo tan amplio que parece abrigo y mangas tan anchas que parece bata. Ofrece y sirve tรฉ. Quedarรกn llenas las tazas. Principia su voz, lenta y grave: “A sus รณrdenes.”
¿Han recurrido ustedes ya, en forma directa, a los paรญses vecinos y sobre todo a los que ayudaron a Bangladesh a lograr su independencia (India y la urss) para conseguir la ayuda urgente que evite los peores efectos de la hambruna? ¿Quรฉ ayuda han recibido de Estados Unidos? ¿Cuรกl de los organismos internacionales?
Hemos recurrido a todos los paรญses amigos del mundo y a los paรญses de la Comunidad Econรณmica Europea, a travรฉs de nuestras misiones diplomรกticas. Les hemos hecho saber la magnitud de nuestros problemas y tambiรฉn hemos mantenido informados al secretario general de la onu y al presidente del Banco Mundial. Hay quienes nos han ofrecido ayuda bilateral, quienes crรฉditos, quienes alimentos. Un consorcio se reuniรณ en Parรญs para considerar la ayuda que podrรญa prestarnos un grupo de naciones.
¿Ha sido suficiente la ayuda?
Suficiente es un tรฉrmino relativo. Pero en tรฉrminos absolutos puedo afirmar que necesitamos mรกs. Este aรฑo se perdieron las cosechas y nuestro dรฉficit es de dos millones setecientas mil a ochocientas mil toneladas. Descontando el auxilio ofrecido, tenemos faltantes por un millรณn de toneladas de granos. La onu nos hizo llegar diez millones de dรณlares, dinero con el que cubrimos los fletes de los alimentos que nos enviaron naciones amigas. El hambre ha sido dolorosa y extrema. Los granos han ido directamente de las bodegas de los barcos a las bocas de los hambrientos. En la emergencia, los minutos cuentan como los dรญas y los meses. Por fortuna siguen llegando granos.
¿Existen pruebas o elementos de juicio suficientes para afirmar que los granos se emplean tambiรฉn como arma de presiรณn o intimidaciรณn polรญtica contra los paรญses dรฉbiles? Castro hizo la acusaciรณn contra Estados Unidos precisamente a propรณsito de Bangladesh.
No serรญa apropiado que hablara acerca de este asunto. Bangladesh ha recibido ayuda de los paรญses que tienen excedentes. No debo comentar nada sobre el particular.
Un paรญs que fue de esclavos
¿Cree usted que ha sucedido al colonialismo un imperialismo financiero con formas de explotaciรณn antes desconocidas?
La situaciรณn econรณmica mundial ha mostrado que existen muchos problemas para los paรญses en vรญas de desarrollo y que los paรญses avanzados siguen teniendo una situaciรณn privilegiada. Las dificultades de paรญses como Bangladesh y mis propios sentimientos estรกn reflejados en la Declaraciรณn de Argel. Bangladesh, como los paรญses del Tercer Mundo, ha sido afectado por la inflaciรณn universal, que significa alza en los productos manufacturados e iguales precios para nuestras materias primas de exportaciรณn. Esta situaciรณn, que agrava la miseria de los pobres, crea un mundo todavรญa mรกs injusto. Las naciones en vรญas de desarrollo deben adoptar medidas y resoluciones conjuntas. Las naciones poderosas deben entender que el mundo es uno solo y que los problemas, a la larga, afectarรกn a todos, sin salida posible para unos cuantos.
¿Es la inflaciรณn, en sus consecuencias, una forma de colonialismo?
Imposible negar que la inflaciรณn impone nuevas y mรกs pesadas cargas a los paรญses en vรญas de desarrollo. Pobreza sobre pobreza, miseria sobre miseria.
¿Por quรฉ existe un contraste abrumador entre Europa y Estados Unidos, por una parte, y Asia y Amรฉrica Latina por la otra, en cuanto a desarrollo tรฉcnico, adelanto cientรญfico y energรญa creadora? ¿Quรฉ ha hecho de Bangladesh una de las regiones mรกs atrasadas de la Tierra?
Es la herencia histรณrica del colonialismo. Es tambiรฉn el destino de Bangladesh, que enfrenta los resultados de una explotaciรณn secular. La historia del colonialismo ha sido una constante transferencia de recursos del paรญs explotado al paรญs colonialista. En este subcontinente hay mucho algodรณn. Inglaterra se lo llevรณ todo y no desarrollรณ la industria nativa, pero sรญ su industria en la metrรณpoli. Despuรฉs de Inglaterra fue Pakistรกn el paรญs explotador. La Junta Militar tenรญa su sede en occidente y de manera sistemรกtica trasladaba allรก los recursos que extraรญa de lo que hoy es Bangladesh, el antiguo Pakistรกn Oriental. El setenta por ciento de las exportaciones de yute, fuente de divisas, iba para Pakistรกn Occidental. Para nosotros quedaban el sudor y el atraso, la quietud de los siglos. Construyeron con nuestros recursos obras y presas para el control de inundaciones, en su territorio. En Pakistรกn Oriental, nada. Nuestros campos se inundaban y se inundan como usted ha visto, el paรญs bajo el agua. Podrรญamos tener tres cosechas anuales, pero Pakistรกn no estaba interesado en el desarrollo de hombres a los que trataba como esclavos. En un sentido vivimos en el principio de la creaciรณn; en otro, al tรฉrmino de los siglos.
Una raza a la que hay que subyugar
Un pueblo que permanece rezagado tambiรฉn debe atribuirse algunas culpas. ¿Cuรกles serรญan las culpas de Bangladesh en su hambre crรณnica y su atraso secular?
Tenemos que agruparnos y formar equipos que trabajen en los distintos campos de la producciรณn. Hace apenas tres aรฑos conquistamos la independencia.
Bangladesh conquistรณ la independencia, pero no conquistรณ la libertad para sus hijos, que mueren de hambre. La independencia para el Estado, el hambre para los ciudadanos. ¿No es una paradoja cruel?
¿Pero usted sabe, imagina usted lo que es la independencia polรญtica para Bangladesh? Es la oportunidad para desarrollar la independencia econรณmica y la libertad personal. La independencia polรญtica es el primer paso y la libertad personal la suma de todos los pasos, el recorrido completo. Hasta ahora empezarรกn los bengalรญes mรกs pobres, que son casi todos, a desarrollar su personalidad. ¡Cuรกnta severidad para treinta y cuatro meses de vida independiente y doscientos veinticinco aรฑos de esclavitud! Doscientos aรฑos fuimos esclavos de los ingleses, veinticinco aรฑos de los pakistanรญes. En esta situaciรณn es difรญcil juzgar a un pueblo.
El doctor Hossain mantiene los ojos en los ojos de su interlocutor. Hay hechos que no se pueden olvidar: “A finales de siglo se nos decรญa que los ingleses eran la raza imperial, con derecho divino a gobernarnos y mantenernos en la sumisiรณn; si protestรกbamos, se nos recordaba que ‘una raza imperial, tiene cualidades de tigre’. Hace tres aรฑos, los soldados pakistanรญes violaron a nuestras mujeres, tratadas con igual brutalidad las niรฑas y las ancianas. Doscientas mil contrajeron enfermedades venรฉreas y doscientas mil se salvaron del contagio. Pero todas pagaron como culpables. Los padres rechazaron a sus hijas, los maridos a sus esposas, los hermanos a las hermanas. Intocables en pรบblico, los pakistanรญes hicieron pรบblicas las violaciones, secuestradas las mujeres en los cuarteles de la turba. Nuestra independencia fue un parto. La sangre aรบn estรก fresca.” ~