Soltar al tigre

Historia mínima de la violencia en México

Pablo Piccato

El Colegio de México

Ciudad de México, 2022, 312 pp.

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Desde el siglo XIX, la violencia en México ha sido interpretada como una práctica inherente a un país con grandes desigualdades sociales y tradiciones autoritarias. El tópico de un México sangriento, que produjo páginas y páginas de disquisiciones evolucionistas y eugenésicas, y que cristaliza en la conocida frase de Porfirio Díaz de que Francisco I. Madero, con su Revolución de 1910, había “soltado al tigre”, arraigó, hasta hace muy poco, en los acercamientos teóricos e históricos al tema.

Un libro reciente del historiador Pablo Piccato, en la valiosa colección Historia mínima, que dirige Pablo Yankelevich en El Colegio de México, ofrece la visión más actualizada, desde el punto de vista historiográfico, del fenómeno de la violencia en el siglo XX mexicano. Como en los clásicos ensayos de Walter Benjamin y Hannah Arendt, Piccato parte de una distinción entre diversos tipos de violencia y de un abandono de cualquier determinismo normativo que asocie la violencia al “atraso”, la “barbarie” o la composición social o racial del país.

El historiador, que hace un par de años publicó Historia nacional de la infamia. Crimen, verdad y justicia en México (2020), propone una subdivisión del fenómeno de la violencia en siete tipos: la “revolucionaria” y de la guerra civil, la “agraria” o de las disputas por la propiedad territorial, la “religiosa” o relacionada con las religiones y sus instituciones, la de los “pistoleros” y la criminalidad y delincuencia comunes, la de las guerrillas, movimientos armados y su represión desde el Estado, la del crimen organizado y los negocios ilegales, y la de género y los feminicidios.

Los siete tipos de violencia son estudiados por Piccato a través de un enfoque narrativo e interpretativo que opera, a la vez, en la dimensión sincrónica y la diacrónica. Cada una de las violencias es predominante en un periodo específico del siglo XX: la revolucionaria en la década del diez, la agraria y la religiosa entre los veinte y los treinta, el pistolerismo en los años cuarenta y cincuenta, las guerrillas y el autoritarismo en los sesenta y setenta, el narcotráfico entre fines del siglo XX y principios del XXI, y los feminicidios en las últimas décadas.

Observa el profesor de la Universidad de Columbia que todas esas violencias y otras, como la racista, la machista o la xenofóbica, se manifestaron simultáneamente desde el periodo revolucionario, pero cada una tuvo su propio momento de despegue y expansión a lo largo de la centuria. También argumenta Piccato que en todos los casos se yuxtaponen las violencias desde abajo y desde arriba, las activadas por reclamos de justicia e igualdad y las destinadas al control y la represión.

En contra de viejos estereotipos heredados, el historiador argumenta que la violencia contra civiles en el periodo revolucionario fue practicada por todas las corrientes: la maderista y la zapatista, la villista y la carrancista. A partir de los estudios clásicos de Robert McCaa, Piccato regresa al debate sobre el millonario saldo de muertes de la Revolución, una experiencia que, sin embargo, no debe equipararse a las prácticas del terror en revoluciones comunistas como la rusa o la china.

La violencia rural es analizada desde la larga tradición de rebeliones agrarias, estudiada por John Tutino, Florencia Mallon, Romana Falcón y otros historiadores. Aunque sus raíces inmediatas se encuentran en los años revolucionarios, ese tipo de violencia se expande y reproduce, especialmente, en algunos estados que vivieron experiencias de radicalismo agrario, como Veracruz, Yucatán, Tabasco y Michoacán, bajo los gobiernos de Adalberto Tejeda, Heriberto Jara, Tomás Garrido Canabal, Felipe Carrillo Puerto y Francisco J. Múgica.

A pesar de que la violencia agraria no respeta fronteras ideológicas o políticas, son inevitables las distinciones entre liderazgos agraristas como los de Úrsulo Galván o Herón Proal, y cacicazgos como los de Parra, Cedillo, Santos, Barrios o Charis. Esa tensión normativa en el mapa de la violencia agraria es trasladada al tercer tipo estudiado, el de la violencia religiosa, donde chocan el anticlericalismo revolucionario y el integrismo católico, sobre todo, en esos mismos estados que experimentaron radicalismos agrarios.

Tan atento a los brotes de violencia de los levantamientos cristeros y la contrainsurgencia callista, como a los de sinarquistas y “camisas doradas”, Piccato aprovecha hábilmente, en estos capítulos, la narrativa de la Revolución (Guzmán, Azuela, Campobello, Revueltas…) y estudios de microhistoria como el clásico de Luis González y González, Pueblo en vilo (1968). Este recurso se afina aún más en el capítulo siguiente, dedicado al pistolerismo, donde el historiador recupera las tesis de Historia nacional de la infamia, que contiene un sugerente análisis de los orígenes de la novela negra mexicana: Leo D’Olmo, María Elvira Bermúdez, Rodolfo Usigli, Juan Bustillo Oro, Rafael Bernal.

La emergencia de guerrillas, en el México de los sesenta, es uno de los temas de mayor atracción historiográfica en años recientes. Piccato retoma estudios de Adela Cedillo, Fernando Herrera Calderón y Ariel Rodríguez Kuri para reconstruir los proyectos guerrilleros de Rubén Jaramillo, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y la Liga 23 de Septiembre, a los que se enfrentó la contrainsurgencia y represión de los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo. Aquí el historiador se adentra en el terreno escabroso del respaldo a la represión en segmentos conservadores de la sociedad mexicana.

Los dos últimos capítulos de este libro ágil y documentado están dedicados a temas que corresponden a la historia presente de México: el narcotráfico, la violencia de género y los feminicidios. Piccato expone, críticamente, el giro de la estrategia del Estado mexicano, de la complicidad en los años ochenta y noventa, a la guerra y hostilización en las primeras décadas del siglo XXI. Y concluye: “presidentes vienen y van, pero la violencia sigue ahí, imponiendo su lógica impredecible”. Conclusión tan válida para aquella violencia como para la feminicida, cuyo único saldo rescatable es la ingente movilización de colectivos feministas, a favor de los derechos de las mujeres. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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