Cuando surcamos el mar, navegamos por un río, bogamos a través de un lago sentimos el rumor del agua, la forma en que golpea nuestro cuerpo, aunque pocas veces, quizá nunca, nos preguntamos si tiene algo que decirnos, al igual que sus numerosos habitantes. ¿Habremos escuchado el ensordecedor, formidable grito del atún? ¿Entendemos al camarón cuando se acomoda para observar el cielo? ¿Debemos desdeñar la astucia de las sardinas? Y las langostas, ¿de veras tocan su violín con las antenas?
Apasionado del mundo marino, Bill François estudió hidrodinámica, la linterna que alumbró su camino hacia esos ámbitos desconocidos y, no obstante, íntimos, el océano, sus meandros y los relatos que esconden. Pero ¿cómo descifrarlos? No se trata solo de historias construidas con palabras, sino con gestos, alumbramientos, destellos, sombras, oscuridad profunda. François adquirió una habilidad manida, la oratoria, despreciada por muchos debido a que se la vincula de manera irremediable a la farragosa voz de políticos y publicistas. Sin embargo, su talento innato para narrar permitió que estos dos saberes, literatura y ciencia, se conjugaran en el libro que nos ocupa a fin de alentarnos a no perder nuestro lugar en el espacio, encerrados en planchas de cemento, pues tal vez el único sentido que nos queda es el tiempo, si bien este –más de lo que pensamos– se percibe en forma de estrés.
Algo similar sucede con el zoólogo y naturalista Andrés Cota Hiriart. Su elocuencia como escritor lo catapulta a un espacio en el que no caben las plañideras acerca del daño que hemos infligido a la naturaleza. Al explorar un mundo perdido entre la maleza densa de las islas Galápagos, Cota nos muestra que cada centímetro de este mundo, brutal y abrasador, parece estar escrito en un lenguaje arcaico y críptico. Su libro nos invita a descifrarlo. Basta con imaginar el viaje del agua, por ejemplo, desde un lavabo y su recorrido por el tobogán de las cañerías hasta completar su viaje de regreso al mar. Según cuenta François, le costó años encontrar el modo de recuperar su lugar en la naturaleza viviendo en la ciudad.
Los argumentos a favor de la conservación de las especies vivas y el registro de las extintas no provienen de un discurso cargado de palabrería insulsa ni de consignas ecologistas huecas. Se agradece que François y Cota Hiriart no insistan en explicarnos la naturaleza. Es el poder de su relato el que logra convencernos del riesgo latente a nuestro alrededor. Cuando las criaturas marinas narran sus historias, en ocasiones contienen ocultas peticiones de auxilio. Nos corresponde a nosotros, afirma François, entender y atender estas señales de angustia.
Incluso la historia de los humanos puede revisarse bajo la lupa de semejantes cuentos, por momentos increíbles. Así, François descubre que la leyenda del vellocino de oro y el accidentado periplo del príncipe griego Jasón por encontrarlo, pues con ello conseguiría ser entronizado, en realidad pertenece a la nacra, el más grande mejillón del mundo. En otro lado se detiene en las suposiciones de Plinio el Viejo sobre las causas que provocaron la sorpresiva derrota de la flota de Marco Antonio durante la batalla de Accio, en 31 antes de nuestra era. Debido a que la rémora, diminuto pez de unos cuarenta centímetros de longitud se adhiere implacable a la madera o cualquier superficie que le convenga, Plinio creyó que miles de individuos habían ralentizado el avance de las galeras. No fue así. Hasta 2018 un grupo de físicos –cálculos, varias simulaciones y mediciones de por medio– descubrieron que se debió a un cambio repentino de la profundidad del agua cerca de la costa, lo cual ocasionó un extraordinario fenómeno hidrodinámico: una ola solitaria impidió el avance de Marco Antonio. Lo demás es historia.
Un argumento que los puristas podrían esgrimir en detrimento del libro de François es el fuerte antropocentrismo que acusa. Cada rato, dentro o fuera del agua, insiste en ponderar el dulce vértigo de escuchar las historias a través del gorgoteo de sus oídos llenos del líquido vital. ¿A qué se parecen la voz de los delfines, los gestos de la lucioperca, las miradas de los pulpos? ¿Es factible hablar de culturas submarinas, lacustres? ¿Los rorcuales comunes del Mediterráneo utilizan un “teléfono”, llamado canal sonoro profundo, para darse serenatas y fijar citas? ¿Escuchar el canto de las vieiras, conocer la frecuencia de sus chasquidos, deja saber si el agua es pura o está contaminada, y si abundan los depredadores? ¿Las sardinas han venido para contarle a François sus historias al oído? No cabe la menor duda.
François conoce sus límites. Sostiene que no sabría describir el mundo de los campos eléctricos, entidad impalpable que algunos peces, como las tembladeras, perciben y usan con objeto de enviar señales. Es un misterio que sigue siendo su imperturbable secreto. Pasajes muy disfrutables, salpicados de ironía, son los que suceden en los canales de París, incluyendo persecuciones rocambolescas. Con perversa sutileza François nos muestra los mundos paralelos que conviven sobre las calles de la ciudad luz y debajo de sus entrañas sombrías. Los parisinos acuáticos son elegantes y esnobs, sobre todo en los barrios residenciales; como todo hijo de París que se precie, pretende ser originario de otra parte. François no sabía nada de ellos hasta que se acercó a la banda de los pescadores callejeros que desaparecen en las profundidades del vientre urbano para internarse en su mundo alternativo y secreto, equipados con una linterna y una caña de pescar. Así que la próxima ocasión que caminemos por los canales de Saint-Martin y la ribera del Sena tal vez logremos experimentar una epifanía similar a la de François, quien nos confiesa que desde que conoció a estos street-fishers, y gracias a ellos descubrió a los habitantes debajo de las aguas, ya no puede ver París del mismo modo.
Cota también se sirve del humor. En su viaje a las Galápagos repara en lo irónico que resultaría quedar vedado de sus menesteres reproductivos por las fauces de un cocodrilo, precisamente en el sitio que dio claves a Darwin para confeccionar la teoría de la perpetuación de las especies por selección natural. Para su fortuna no pasó nada, lo cual le permitió concluir su libro de manera emotiva. Su hija, Damiana, cuando contaba con cinco años de edad, quiso saber quiénes eran más importantes, si las personas o los animales en extinción. Cota no supo qué decir en ese instante. Luego creyó prudente modificar la pregunta: ¿qué es más valioso, conservar nuestro estilo de vida o quedarnos sin la mayoría de los organismos con los que cohabitamos el planeta? Saque el lector sus conclusiones, disfrute de dos magníficos libros, intensos, sensibles, llenos de historias honestas acerca de monos acuáticos, galaxias de perfumes, animales salvajes y cetáceos sinfónicos. ~
escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).