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La seca lluvia vertical continuaba,

ningún nacido de mujer había entrado nunca en la oficina,

decirle de prisa frases ambiguas, vejarlo y multarlo,

sellos amoratados, reglamentos, tubos de luz sanvito,

letras grandes en las ventanas decían algo al revés.

Afuera gris arriba, gris abajo.

Entonces el del escritorio de reclamaciones,

el que fue ascendido al otro día,

sacó un dedo por ver si amainaban las gotas ganchudas:

tal fue el clinamen.

La lluvia

con un estruendo de dominó ateo

se derrumbó en sí misma. Al rato

notaron que ya había un sol redondo,

nació suelo verdiazul bajo las nubes nuevas,

pasaban saurios, hordas, bergantines.

Fue la primera vez

que apagaron, cerraron y salieron.

La cajera, la gorda, se despidió gritando:

–¡Mañana habrá causantes! ~

 

© Vuelta, 17, abril de 1978

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