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El genio femenino

Las mujeres destacadas en la ciencia, la tecnología y la actividad empresarial requieren más que la denuncia de los llamados “techos de cristal” que impiden su ascenso.
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Parte 3 de la serie Divagaciones feministas de una salvaje ilustrada.

El desprecio al talento femenino en los terrenos del arte, la literatura, la ciencia y la filosofía ha constituido una expresión central de la hegemonía masculina. Como ya se sabe, la negación de la inteligencia de la mujer tiene el preciso fin ideológico de mantenerla en el terreno de la maternidad, fundamental para la vida colectiva pero demasiado cercana a la naturaleza, de acuerdo con una mirada que obvia lo que significa la crianza más allá del parto y la lactancia. Las diversas corrientes del feminismo han puesto el foco en el revés de la historia del pensamiento, la actividad estética y la ciencia, en la certeza de que saber, poder y exclusión pueden ir de la mano. El descubrimiento de mujeres pensadoras, inventoras, científicas y artistas ignoradas en el pasado por su género abona en este sentido, independientemente de que su influencia no sea comparable con la de sus colegas varones o de que su aporte haya sido desestimado en favor de sus colegas masculinos.

Sin embargo, dentro del propio feminismo se empezó a sospechar del culto a las grandes realizaciones intelectuales, heredado de la Europa occidental del llamado período renacentista. La noción misma de genialidad se puso en cuestión, al tratarse de un don para elegidos por el destino que se reparte desigualmente, fruto del azar genético y de estar en el lugar apropiado en el momento histórico apropiado. A esta protesta antielitista se suma un argumento ético: la gran inteligencia científica y tecnológica ha sido un dios bifronte capaz también de destruir, como bien lo demuestra la crisis ecológica actual. Por último, la expresión más acabada de la inteligencia humana no se reduce al genio individual, encarnado en esa suerte de superhombres del siglo pasado al estilo de Albert Einstein, Gabriel García Márquez, Rudolph Nureyev, Jean Paul Sartre, Pablo Picasso, Steve Jobs o Igor Stravinsky. Buena parte del talento humano se invierte en la lidia con la vida cotidiana y con las obligaciones impuestas por la existencia material, como bien lo sabemos las mujeres.

Aunque estas críticas sean acertadas, la ciencia y la tecnología son la columna vertebral del planeta y, efectivamente, requieren de un tipo de inteligencia que no abunda demasiado dentro de la población. De cara al futuro del feminismo (y de la especie amenazada por el cambio climático) cabe preguntarse para qué sirve el genio femenino, recordando el título de la conocida obra de la teórica franco-búlgara Julia Kristeva. ¿Para ponerse al servicio de una noción de la inteligencia manifestada en élites brillantísimas, capaces de influir en los destinos del mundo desde la ciencia, la tecnología y el empresariado asociado a estos campos? ¿Acaso no basta con las lecciones de esta clase de ejercicio de la inteligencia dominado por los hombres?

Las respuestas a estas preguntas no son unánimes dentro del feminismo, pero en América Latina predomina el rechazo a los éxitos productivos del capitalismo y a las dinámicas propias del mundo de la inventiva científica, tecnológica, estética y académica; también se duda del Estado nacional y de sus intervenciones masivas en la vida de la población a través de las políticas públicas. La crítica al patriarcado deviene en crítica sin ambages del pasado y de todas las áreas de la actividad humana, a menos que se trate, por ejemplo, del pasado y las sociedades víctimas del colonialismo europeo. En suma, la desconfianza hacia las prerrogativas de la razón se impone dentro de las humanidades y las ciencias sociales, en un momento en que estas son más necesarias que nunca. Las mujeres destacadas en los campos de la ciencia, la tecnología y la actividad empresarial asociada requieren mucho más que la denuncia de los llamados “techos de cristal” que impiden su ascenso; requieren de una ética, de un modo de abordar críticamente su trabajo y de una participación en las decisiones del espacio público que trascienda la retórica inclusiva y dé paso definitivamente al liderazgo.

Sin ciencia, tecnología y empresariado no hay forma de superar la pobreza y enfrentar el cambio climático; tampoco sin Estados nacionales fuertes y acuerdos globales urgentes. La denuncia sin tregua ni matices del capitalismo no deja necesariamente paso a un mundo mejor, certeza legada por la experiencia centenaria de los experimentos socialistas radicales. Se suele partir de una equivocación: efectivamente, existe una economía mundial de mercado, pero los modos de organización política y social difieren en su alcance, éxito e implicaciones. No es lo mismo vivir en Finlandia que en Venezuela.

La humanidad, como dice Yuval Noah Harari en Homo Deus. Una breve historia del mañana (2016), tiene los medios para enfrentar las hambrunas, las pestes y limitar el alcance y centralidad de las guerras en el devenir social, un logro relacionado precisamente con las grandes fuerzas productivas contemporáneas. Ante un futuro inevitablemente tecnificado, se abre la posibilidad de una reorganización del poder en función de las apetencias democráticas que se han despertado en los últimos siglos, siempre y cuando no se olvide que la ciencia y la tecnología constituyen las actividades más esplendorosamente creativas del presente. El genio femenino, expresado también en la inteligencia individual que se levanta contra los obstáculos interpuestos por las convenciones culturales y sociales, tiene aquí su lugar, afincado en la conciencia plena del desafío que nos toca.

Ciertamente, la dominación por medio de la tecnología presente en los diversos autoritarismos, verbigracia el ruso y el chino, abre escenarios de sabor distópico indeseables no solo para el feminismo sino para el pensamiento divergente en general. Es la hora entonces de una inteligencia masiva, social, más horizontal, más relacionada con el esfuerzo diario y metas democratizadas que con las realizaciones individuales, pero esta inteligencia requiere de las mujeres de la ciencia, la tecnología y de la empresa, aquellas con aptitudes no tan comunes, pero definitivamente necesarias. ~

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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