La culpa del superviviente

V13. Crónica judicial. Posfacio de Grégoire Leménager

Emmanuel Carrère

Traducción por Traducción de Jaime Zulaika

Anagrama

Barcelona, 2023, 272 pp.

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Entre 2014 y 2019, el escritor Emmanuel Carrère no tenía ningún proyecto entre manos. En Yoga, que publicó en 2020, narra la desesperación de esa época, su caída a los infiernos y una depresión que lo inhabilitó. Es un libro desesperado y autorreferencial: quiere retomar su actividad literaria como sea, necesita un propósito. Tras su publicación, con una acogida no muy entusiasta, volvió el vacío. Entonces le escribió un email al director de cultura de L’Obs, la revista en la que había colaborado en alguna ocasión, diciéndole que estaba abierto a hacer reportajes. Yoga era un libro demasiado personal (todos los suyos lo son, pero este era especialmente descarnado), necesitaba salir de sí mismo. En L’Obs le ofrecieron cubrir el juicio de los atentados del 13 de noviembre en París, donde murieron 130 personas (la mayoría de ellas en la sala de conciertos Bataclan). Quería imponerse una disciplina y acudir todos los días al tribunal “como quien va a la oficina”.

Si importa esto es porque en la mayoría de libros de Carrère hay dos temas principales: su vida y la de los demás. A veces el personaje Carrère eclipsa a los personajes que él perfila, a menudo mucho más interesantes que él. Pero en V13. Crónica judicial, Carrère no ejerce de corresponsal de sí mismo. Están su voz, sus impresiones y lecturas, pero nada más. No hay autobiografía ni diario. Aquí lo que abundan son retratos excelentes. En una entrevista que le hizo Daniel Gascón en esta revista, dijo: “Si hubiera sido pintor, creo que habría sido retratista. Y en cierto modo eso es lo que hago en mis libros. A veces hay un modelo, otras veces yo formo parte del retrato, pero debo encontrar el modelo y el lugar adecuado para colocarme, la relación correcta a lo largo del tiempo.”

En este reportaje, que fue publicándose semanalmente en piezas de 7.800 caracteres, Carrère es como los retratistas de los juicios. Es un periodista que no se deja guiar por la noticiabilidad sino por lo que le interesa de cada individuo o cada tema. Por eso se permite detenerse en aspectos laterales al juicio, como la camaradería que surge entre las víctimas, que tienen grupos de Facebook, pero también entre los abogados y los periodistas. Se fija especialmente en cómo el relato del juicio se convierte en algo jurídico, cómo se convierten en derecho los testimonios de las víctimas. Porque si bien es un juicio muy simbólico, donde se da mucha importancia al testimonio de las víctimas a pesar de que no aportan mucho con respecto al auto de procesamiento (es decir, no cambian mucho la culpabilidad de los perpetradores), hay muchos matices jurídicos. ¿Cómo se cuantifican las indemnizaciones, por ejemplo? Carrère habla del concepto “angustia de muerte inminente”, que es “el sentimiento de pavor que experimenta la víctima que, entre el momento en que ha sufrido el ataque o la agresión y el momento de su muerte, ha tenido conciencia del carácter ineluctable de su propio fin”. Es decir, que “si además de haber muerto se puede demostrar que has muerto con angustia, tu familia percibirá una suma superior”. ¿Cómo se mide esa angustia? “Es difícil de cuantificar el trauma psicológico, cuya tarifa de base son 30.000 euros, una suma que puede ser mayor. Es de 30.000 si tienes pesadillas, pero se puede pedir más –y se obtiene la mayoría de las veces– si esas pesadillas son incapacitantes, si te impiden dormir, si te hacen perder tu empleo.”

Carrère, obviamente, no se olvida de las historias de las víctimas. Le avergüenza admitir que algunas son reiterativas, que se pierde el efecto inicial cuando uno ya ha escuchado varias veces la misma historia. Pero todas las víctimas tienen derecho a hablar. Y todas sufren de manera distinta. Un joven dice: “Al salir del hospital creí que iba a aprovechar la vida el doble. Y en realidad soy como mucho la mitad del que era. Hay personas para las que debe de ser cierta la frase que te dicen siempre: ‘Lo que no te mata te hace más fuerte’, pero no para mí. Yo sigo luchando, pero, de hecho, me han condenado a cadena perpetua.” Hay otras víctimas más proactivas y activistas, hay un caso de una falsa víctima que se alzó como portavoz de las asociaciones de víctimas del Bataclan sin haber estado allí, hay un padre cuya hija murió en el atentado que escribió un libro con el padre de uno de los terroristas… Todas, en cambio, comparten la misma culpa por haber sobrevivido.

Aunque no es un libro sobre cómo se produjeron los atentados, en el juicio se desgrana su logística. Es una historia sorprendentemente gris y anticlimática. Es todo ridículo y, aunque no hay humor, recuerda vagamente a la película Four lions. Algunos de los terroristas son claramente nihilistas y psicópatas cegados de odio, otros parecen pringados radicalizados que son inconscientes, hasta que es demasiado tarde, de dónde se han metido. Carrère se centra en los colaboradores cuya involucración es una zona gris: el joven que falsificó los papeles, el colega que los llevó al aeropuerto para ir a Siria, pequeñas colaboraciones ingenuas o quizá convencidas que ayudaron a los terroristas. Los abogados de la defensa intentan demostrar que son criminales, no asesinos, y que forman parte de una asociación de malhechores (am) y no de una asociación terrorista de malhechores (atm). El matiz es importantísimo. Carrère es crítico con algunos aspectos de la ley antiterrorista, que cree que en ocasiones busca la ejemplaridad y juzga la intencionalidad sin tener todas las pruebas. También le sorprende que el único superviviente del comando terrorista, Salah Abdeslam, que se arrepintió y no hizo estallar su cinturón, recibiera la misma pena que quienes sí lo hicieron: “Si a quien no ha matado lo condenan a lo mismo, es decir, a la máxima pena que al que ha matado, todos sentimos vagamente que hay algo que no encaja.”

Carrère se hace preguntas esenciales sobre la justicia, preguntas que un periodista judicial quizá no se atrevería a plantear. Lo guían su curiosidad y su humanismo. Esto no significa que se quede en la superficie o desconozca las leyes, sino que observa todo el procedimiento desde fuera.

Todo el juicio parece absurdo (porque los veredictos estaban casi decididos de antemano) y a la vez importantísimo; es, en el fondo, un homenaje solemne a las víctimas. Como escribe Carrère, a pesar de que fueron meses de escuchar a víctimas relatar su horror, nunca tuvo ganas de marcharse: “[fue] una experiencia única de espanto, de piedad, de proximidad, de presencia”. Pero lo importante no es él, sino las víctimas, que agradecen el enorme despliegue. Como dice una de ellas, “nos han dado un lugar y tiempo, todo el tiempo que hacía falta para hacer algo con el dolor. Para transformarlo, metabolizarlo”. ~

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