En uno de los mejores filmes de la etapa mexicana de Luis Buñuel, El ángel exterminador, un grupo de personas pasa un prolongado período de tiempo en la angustia de sentirse encerrado dentro de una habitación, cuando en realidad ningún obstáculo se oponía a que saliera de ella. Con el tema del terrorismo viene sucediendo algo parecido, en sus sucesivas manifestaciones. Por muchos años, en Euskadi, hubo intelectuales y demócratas que hicieron todo tipo de filigranas para no mirar de frente al terrorismo de eta, y de ahí pasaron a otra actitud si cabe más costosa para todos: distribuir responsabilidades entre los terroristas y los gobernantes del Estado de derecho para acabar así censurando a los segundos por no aceptar “el diálogo”, esto es, una negociación donde de entrada era sabido que eta no refrendaría transacción alguna. Fue la ampliamente compartida “equidistancia”.
Desde el 11-S, y sobre todo a partir del 11-M, esa sorprendente renuncia a encarar lo ocurrido ganó adictos en diversos países occidentales, y especialmente en España apenas producidas las matanzas de los trenes. Con el agravante de que aquí el tremendo resbalón del gobierno Aznar intentando sostener a toda costa la autoría de eta creó un elemento de confusión adicional: pensemos qué hubiera sucedido si la delirante lealtad de la preexistente Asociación de Víctimas del Terrorismo, apoyada en la derecha del PP, hubiese tenido éxito, logrando en el juicio la absolución de los terroristas islámicos. Por parte de un sector de la izquierda, y puede decirse que del propio gobierno Zapatero, la ceguera voluntaria tuvo otro origen. Se trataba de borrar el tema de la autoría de los atentados, más allá de las implicaciones personales y, no sin reticencias, orgánicas. En unos medios intelectuales y políticos donde los estudiosos del islam no son muy numerosos, se impuso sin dificultades a escala gubernamental la tesis de Juan Goytisolo: la acción megaterrorista no podía tener relación con el islam, una religión del lejano siglo VII, con (supuestas para el caso) orientaciones pacíficas. De “yihad en Madrid”, nada, no fuera a alentarse la islamofobia. Resultado: la policía fue reformada y actuó con gran eficacia contra los sucesivos brotes de terrorismo islámico, pero en el plano de la prevención cultural nada se hizo ni se hace. Bien al contrario, todo se reduce a propugnar una angelización del islam, en el marco de la Alianza de Civilizaciones.
A partir de aquí, cabe entender el tratamiento dado a los atentados de Bombay, cuya adscripción al terrorismo islámico no ofreció duda desde el primer momento. Una vez agotada la dimensión a un tiempo trágica y espectacular del episodio, con el aliciente de la presencia de españoles, y en particular de la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, protagonizando una afortunada huida, la atención se centró de modo casi exclusivo en las implicaciones de los atentados sobre las ya críticas relaciones entre India y Pakistán. Una atención tanto más explicable cuanto que Islamabad mostró desde el primer momento sus reticencias para colaborar, a pesar de la convicción de que el grupo terrorista responsable, Lashkar-e-Taiba (let), había disfrutado de protección por parte de los servicios secretos paquistaníes, el isi, y mantenía la legalidad bajo la cobertura de una organización asistencial, Jamaat-ur-Da’wa, Unión y Predicación. Pero incluso siguiendo este camino, resultaba absurdo no preguntarse por la naturaleza, las ideas y las motivaciones de la organización que había ejecutado la matanza.
La única explicación posible reside en la voluntad de no aceptar que el islamismo terrorista o yihadismo plantea una serie de problemas totalmente inesperados a nuestras sociedades, y de muy difícil solución. ¿Cómo responder a una estrategia que si bien está lejos de poseer los recursos para alcanzar su meta de dominio religioso mundial, sí cuenta con la implantación y los medios de acción y de comunicación suficientes como para sembrar de modo permanente la inseguridad a escala del planeta? ¿Cómo invertir en dar al-islam la corriente de anti-occidentalismo en ascenso desde los años setenta, e imparable desde la invasión de Iraq? ¿Cómo oponerse eficazmente al yihadismo en nuestras sociedades sin que la crítica de la dimensión violenta del islam abra paso a la islamofobia? De ahí la aspiración a dar con el más mínimo resquicio para escapar de tantas complicaciones adoptando la política del avestruz, con una dosis complementaria de masoquismo: el islam es de suyo pacífico, el islamismo moderado constituye el interlocutor preferente, Occidente o en su caso las víctimas son en buena medida las responsables de la violencia islámica, y como consecuencia última, es preciso huir de una visión de conjunto sobre el significado de la secuencia de atentados. Conviene individualizarlos al máximo y recusar toda interpretación que los presente como un fenómeno de origen común.
La aplicación de tales premisas a los atentados de Bombay se ha efectuado con precisión casi matemática. En el extremo, el antiamericanismo y el hecho de que los autores no pertenecieran a al-Qaeda, pudo autorizar en periódicos respetables como La Repubblica opiniones en el sentido de que un atentado inequívocamente islamista sea presentado como prueba de que no hay ideología alguna detrás del terror. En España, las formas de encubrimiento fueron tan sofisticadas como falaces. De un lado, se echó la culpa al país víctima, diosa Kali incluida, ante su falta de prevención, o por “la situación de los musulmanes”, expresando la necesidad de volcarse en ayudar a Pakistán para que “controle a los piadosos” (léase terroristas); de otro se hizo todo lo posible para sugerir que la autoría de Lashkar-e-Taiba resultaba irrelevante, y como tal no era merecedora de explicación alguna. La ignorancia tranquiliza.
“Una ideología odiosa”
La posición adoptada por el presidente de los Estados Unidos fue bien distinta. El punto de partida consistió en recordar que si bien los atentados conciernen al país que los ha sufrido, el terrorismo es un problema de alcance general, tiene raíces comunes en este caso, y por consiguiente concierne a todo el mundo democrático. La democracia india es lo suficientemente fuerte como para resistir el golpe, pero ha de recibir la ayuda de todos, y los Estados Unidos apuntarán al objetivo de aplastar a las organizaciones terroristas. Una referencia al posible llamamiento a la cooperación con el islam, aclara que para Obama no se trata de un terrorismo gratuito o acéfalo, sino que está guiado por “ideologías deformadas”, por “ideologías odiosas”.
El diagnóstico es preciso. Sin nombrarlo, el terrorismo islámico aparece como responsable de los atentados, lo que contribuye a plantear la lucha contra sus organizaciones como un deber que a todos concierne y a dejar de lado las habituales disquisiciones sobre una violencia sin nombre: hay unas ideologías sin las cuales los terroristas ni hubieran asesinado, ni su forma de actuación habría sido la registrada en Bombay.
El conflicto de Cachemira, y en su marco la utilización por los servicios secretos pakistaníes de grupos terroristas de doble filiación, religiosa y nacionalista, está detrás de la poderosa implantación del Ejército de los Puros (Lashkar-e-Taiba, LeT) en la década de los 90noventanacional hizo surgir en 2002 la organización asistencial de cobertura, Unión y Predicación (Jamaat-ut-Da’wa), que ha conservado a su frente al fundador, el emir Hafiz Muhammad Saeed. La protección otorgada por el presidente Musarraf resultó visible al serle otorgado el protagonismo en la ayuda al gran terremoto de 2005. La capacidad de actuar permaneció de este modo intacta, tal y como han probado los asaltos y asesinatos de Bombay, para los cuales la autoría de LeT fue destacada desde el primer momento: era tanto como poner sobre la mesa una vez más la conexión terrorismo islamista-servicios secretos.
Conviene advertir que la conversión en órgano asistencial no alteró los supuestos doctrinales de la precedente formación militar. Aun bajo la máscara de JUD, las posiciones de Hafiz Muhammad Saeed se mantuvieron fieles al breviario terrorista, en aplicación del cual afirmó que nunca su organización consentiría que Pakistan entregase a Osama bin Laden. Los atentados del 11-s fueron puestos bajo la etiqueta de “terrorismo en el nombre del islam”, con una portada en que el avión de los suicidas impactaba sobre una de las torres, mientras en su página web era asumida sin ambages la doble etiqueta de fundamentalismo y terrorismo, entendiendo por éste la actuación contra cualquier clase de elementos antisociales. Para Hafiz Saeed, la yihad es el primer deber del musulmán, tanto para vencer a la tríada de enemigos (hindúes, americanos y judíos), como para depurar la propia sociedad e instaurar un orden plenamente islámico. Su versículo coránico preferido exalta la yihad y la organización tiene por insignia un AK-47 emergiendo del Corán, sobre el fondo de un sol naciente en un cielo azul. El lema es el versículo 2: 193 del Corán, que proclama la necesidad de luchar hasta que cese la discordia y toda la religión sea de Alá. En sus sermones, Hafiz Saeed anuncia la próxima victoria definitiva del islam; de ella surgirá un califato universal encargado de suprimir el sistema capitalista y de instaurar la armonía entre todos los creyentes.
Cachemira es el territorio donde Lashkar-e-Taiba desenvuelve preferentemente su lucha, pero con una referencia más amplia, la recuperación de una India musulmana primero, y finalmente el califato mundial. No es, pues, una organización original, sino una rama del yihadismo que comparte las posiciones intransigentes del islamismo radical. Provienen directamente al ahl-e-hadith, de la constelación de gente del hadiz que ve en las compilaciones de sentencias del Profeta una guía inmutable para la acción, que no puede ser interpretada por analogía, sino aplicada en sentido literal, con la yihad por eje.
En su aplicación radical de los hadices, la postura de Hafiz Saeed puede definirse como un integrismo mágico. Si tuvo lugar el gran terremoto de Cachemira en 2005, habría sido a su juicio por culpa de los impíos gobernantes, los cuales “querían que las mujeres abandonasen el hiyab, anduviesen con los hombres desnudas en biquinis y aprendieran la música y el baile”. Es un eco de la impronta wahhabí en Pakistán: en el territorio controlado por Hafiz Saeed no hay televisión, música ni cine. Ni fotografía, ni tabaco. Incluso los automóviles que lo atraviesan se ven obligados a apagar sus radios. Medersas en lugar de escuelas.
La proximidad a al-Qaeda es evidente. Pero su alternativa totalista al orden social y cultural de Occidente enlaza asimismo de modo directo con las corrientes de pensamiento fundamentalista de Europa y del Norte de África. Existirían en la actualidad dos mundos enfrentados, el islámico instaurador del bien sobre la tierra y el perverso occidental que oprime a los musulmanes y vive en medio de la depravación moral, con la homosexualidad, la pedofilia y la exhibición del cuerpo de la mujer. Resistencia y yihad son las dos armas con que los creyentes han de imponerse en este enfrentamiento a muerte. La diferencia reside en que el islamismo radical no propugna aquí la acción violenta, en tanto que los yihadistas de al-Qaeda o Lashkar la consideran indispensable. En cualquier caso, la tajante denuncia del modo de vida, de la economía y de la cultura occidentales en los islamistas, explica la facilidad del trasvase de los creyentes radicalizados de una a otra forma de militancia.
Es hora de recordar que incluso aquellos que se proclaman defensores de un islamismo centrista, sin extremismos ni renuncias, propugnan de hecho esa confrontación, al definir la exigencia de un modo de vida regido en todos sus aspectos por el dogmatismo inspirado en las fuentes sagradas, y de modo particular en esos hadices o sentencias del Profeta que sirven de aval para todo tipo de restricciones y mandatos arbitrarios. Pensemos en la obra de Yusuf al-Qaradawi, el teólogo de mayor influencia en el mundo musulmán de hoy, gracias a su programa “La sharía y la vida” en al-Yazeera, presidente de la agrupación mundial de ulemas y del Consejo Europeo de Fatuas. En su libro Lo lícito y lo ilícito en el Islam, al-Qaradawi se sirve una y otra vez de las compilaciones de hadices, seguras o menos seguras, sea para advertir que el contacto físico incluso ocasional con una mujer lleva aparejado como castigo que una aguja de hierro le atraviese al infractor la cabeza o para prohibir la tenencia de perros, sobre la base de que el ángel Gabriel ordenó su expulsión al mismo tiempo que la prohibición de imágenes en las casas. En sus fatuas, a golpe siempre de hadiz, la poligamia es admitida, es sugerida la pena de muerte para el apóstata, así como la ablación parcial del clítoris. En un hadith no especificado, el Profeta habría dicho a una de sus esposas: “Reduce el tamaño de tu clítoris sin exceder el límite, pues es mejor para tu salud y lo preferirán los esposos”. Un ejemplo entre cien. Preguntas: ¿hasta qué punto la adecuación de las comunidades musulmanas en Occidente a esos dictados de la gente del hadiz puede evitar el enfrentamiento, pacífico o violento?, ¿hay que seguir cerrando los ojos ante una propaganda radicalmente incompatible con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, o incluso con un elemental criterio de racionalidad?
Ventaja del terror
En el plano de la política regional, los frutos positivos de la estrategia terrorista resultaron innegables, al propiciar un empeoramiento de las relaciones entre India y Pakistán, incluso con rumores de guerra, y poner de manifiesto la fragilidad de un Estado que en Pakistán fue incapaz de controlar tanto la preparación del atentado como las actividades toleradas de Lashkar-e-Taiba bajo la cobertura mal disimulada de la organización asistencial Jamaat-ut-Dawa.
En fin, los atentados de Bombay mostraron la capacidad del terrorismo islámico para seguir golpeando con atentados mortíferos desde un enfoque de terrorismo global, dispuesto a aprovechar una condiciones locales para conjugar la acción contra blancos locales y, en coincidencia con al-Qaeda, la presión contra Occidente, en su doble vertiente de capitalismo global y de intereses judíos. Una vez más la ideología yihadista enlaza con la mentalidad islamista, dándose una correlación entre el grado de cierre intelectual de ésta –mostrado aquí en la fidelidad absoluta a los hadices– y la opción por la violencia. Una enseñanza general que en los medios occidentales ha sido ampliamente ignorada. ~
Antonio Elorza es ensayista, historiador y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid. Su libro más reciente es 'Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleón: una agónica lucha por el poder' (Alianza Editorial, 2023).