Respuesta de Antonio Alatorre

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Señor director:
      
     Creo que mi apreciable co-religionaria (o co-atea) no me entendió bien. Lo que hice en mi artículo fue exponer mi postura. En ningún lugar digo que sea ésta la única buena, y que los demás viven en el error. Ateísmo, para mí, equivale a libertad intelectual. Estoy convencido de que, al guiarse tan sólo por la razón, el ateo está especialmente capacitado para poner en su lugar los fenómenos irracionales, o sea para comprenderlos (y la comprensión es mucho más que la simple tolerancia).
     Muchos de esos fenómenos son, por supuesto, "ladrillos que constituyen una identidad cultural". El ejemplo por excelencia es la religión. El que Luciano fuera incrédulo no destruye el hecho de que la prodigiosa cultura de los griegos estuvo trabada con el culto a muchos dioses (que, por lo visto, les funcionaron mejor que uno solo); y, diga lo que diga el ex-abad Schulemburg, la fe en la Virgen de Guadalupe constituye, como muchos han visto, el gran denominador común de los mexicanos, el "ladrillo" número uno de su "identidad cultural". Siento, como digo en mi artículo, que la imaginación es "uno de los instintos elementales de la raza humana"; pero cualquiera ve que los productos de la imaginación van siendo eliminados todo el tiempo por su rival, la razón. Hay quienes aseguran que la poesía y la música, cosas eminentemente irracionales, están destinadas a desaparecer, lo mismo que desaparecieron las divinidades helénicas (que no eran sino poesía). A mí eso me parece inconcebible —no sé qué sería de mí sin poesía y sin música—, pero a lo mejor dentro de algunos milenios la gente sonreirá al saber que hubo un tiempo en que tales supersticiones existían. En todo caso, la historia de la cultura es una serie de eliminaciones de lo irracional y supersticioso por obra de la razón. Campeones de la razón son los "héroes culturales" que, a título de ejemplo, menciono al final. En la lista está Lutero, que combatió victoriosamente la superstición de las indulgencias, y está también sor Juana, enérgica demoledora de un "ladrillo" básico para la estructura social y cultural de sus tiempos, a saber: el mito o superstición de la inferioridad intelectual de las mujeres. (Sor Juana, por cierto, termina uno de sus sonetos más personales con esta insólita profesión de racionalismo: "[Yo no quiero anteojos verdes] y solamente lo que toco veo".) –

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