XXVII

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El Cuervo adusto y Filomela

se habían posado entre los árboles sangrantes.

El ronco graznido del pájaro se mezclaba con el lamento de ella,

y su sangre goteaba, hendiendo la oscuridad,

 

en la rosa roja y abierta,

en la rama partida del melocotonero,

empañada por bocas perfumadas, cada una de las cuales

le cantaba a otra, y se cerraba.

 

Entre los chantres apasionados

del tiempo y la estación y el amor y la muerte,

Filomela, la del aliento enjoyado,

sueña con volar, pero no se inmuta.

 

Goteaba su sangre en la rosa y el melocotonero.

El amor ha requerido un sacrificio.

Por su mano ha matado a su boca;

por su mano su boca está muerta.

Entonces el Cuervo, adulto y afligido

por la lenta desesperación del tiempo,

deja que Filomela se desgañite,

hasta que se extingue su voz.

 

Filomela, en la roja raíz del dolor,

floreció y cantó, y el dolor desapareció;

y una vez que hubo cantado y sido olvidada,

el Cuervo rompió el silencio y habló.

 

El Cuervo adusto y Filomela

se habían posado entre los árboles sangrantes.

El ronco graznido del pájaro se mezclaba con el lamento de ella,

y en la rosa y el melocotonero goteaba su sangre. ~

 

Versión de Eduardo Moga y Daniel C. Richardson

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