La lucha por la democracia no se detiene nunca

La contundente victoria de Claudia Sheinbaum y sus aliados en las pasadas elecciones puede desanimar a quienes, en los últimos años, han salido a defender valores fundamentales como la independencia judicial o la autonomía del INE. En lugar de dar por terminado ese capítulo, el nuevo panorama obliga a todos los ciudadanos a refrendar su compromiso con una democracia frágil y a la vez necesaria.
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No me cabe la menor duda de que, en los últimos treinta años, estas han sido las elecciones más inequitativas de las que yo tenga memoria. En 1994, Ernesto Zedillo salió en público a decir: “Quiero reconocer que ha sido una victoria en condiciones inequitativas.” Hemos tenido, por tanto, una gran regresión en ese sentido, sobre todo por la intromisión ilegal del presidente de la república en el proceso electoral. No podría decir que esta y el resto de las irregularidades que en su momento se han señalado habrían cambiado drásticamente el resultado. Pero si de algo estoy seguro es de que la conducta de López Obrador no corresponde a la de un gobernante democrático.

Aunque datos preliminares apuntan a una supermayoría en las cámaras, no debemos perder de vista la sobrerrepresentación que, interpretando a modo las leyes mexicanas, pretenden Morena y sus aliados. Yo espero que el partido oficial no logre esa sobrerrepresentación, en primer lugar porque no la obtuvo en las urnas y, en segundo, porque no es sano para el país. Morena ya ha amenazado con aprovechar sus mayorías para llevar a cabo el llamado “Plan C”, con el que busca desmantelar la estructura de nuestra república. Una estructura que, para tener una idea de la magnitud del despropósito, creó la generación de Benito Juárez y que se vio también reflejada en las Constituciones de 1857 y 1917.

El legado de Juárez supuso libertades, garantías individuales, el juicio de amparo y la división de poderes. En tiempos de Juárez y Lerdo, los ministros de la Corte eran absolutamente independientes, al grado de que escribían cosas que, si se publicaran hoy día, ya habrían merecido no sé cuántas diatribas presidenciales. Los ministros atacaban a Juárez y a Lerdo porque, en palabras de Daniel Cosío Villegas, eran fiera, altanera, irracional e insensatamente independientes. Y figuras como Juárez y Lerdo aceptaban que así fuera. Décadas más tarde, la Constitución del 17 introdujo reformas sociales fundamentales a la tierra, al trabajo, a la propiedad del petróleo y del subsuelo, pero refrendó la división de poderes. Y ese espíritu republicano es el que la reforma al poder judicial, impulsada por López Obrador, quiere poner en entredicho.

Otro peligro del mencionado paquete de reformas involucra la desaparición del ine. Las elecciones de junio nos demostraron que es una institución fundamental, una conquista del México moderno que sería muy costoso perder. Eso no significa que no deban hacerse cambios en el panorama político a la luz de los resultados del 2 de junio. Los partidos de oposición tienen que entender que su ciclo ha entrado en una crisis muy seria, en algunos casos terminal, y que están obligados a hacer un profundo examen de conciencia, porque cometieron errores muy graves. No obstante, Xóchitl Gálvez merece un reconocimiento a su valentía, lo mismo la denominada Marea Rosa, cuya inmensa presencia ciudadana a favor de la democracia y el ine no habíamos visto en la historia reciente del país.

Como nos demostró el episodio del vasconcelismo en 1929, sería un terrible error abandonar este movimiento y no aprovecharlo para crear una nueva institución política. Partidos como el pan y Movimiento Ciudadano deberían considerar cómo articular una opción civil, no para ser la enemiga, sino para conquistar al electorado en las próximas elecciones. Otra gran lección del siglo XX mexicano fue en 1976, cuando, después del triunfo arrollador de José López Portillo –en virtud de que era el único candidato–, su secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles entendió que no podían gobernar solos, que el poder absoluto terminaría por carcomerlos y abrió el sistema de representación a otras opciones a través de las plurinominales.

Sobre la participación de López Obrador en el siguiente sexenio conviene no especular. Desde 1934 hemos tenido un presidente cada seis años y ese presidente no se ha peleado con el anterior salvo excepciones. Cada nuevo mandatario ha tomado su distancia y ha gobernado bajo un estilo propio una vez que ha recibido la banda presidencial. Pocos países en el mundo han tenido nueve décadas de esa continuidad. Yo espero que esa regla continúe, que el presidente López Obrador salga y no le haga, a pesar de su enorme popularidad, el camino difícil a su sucesora.

Sobre el presente y el futuro del país hay dos palabras clave: libertad y democracia. La libertad de expresión es un derecho humano natural inalienable y, sin embargo, esa misma libertad ha sufrido acoso durante el actual sexenio. Yo quiero tomarle la palabra a Claudia Sheinbaum cuando, en su discurso como ganadora de las elecciones, habló de concordia, paz y armonía, cuando habló de gobernar para todos, pero sobre todo cuando habló de garantizar la libertad, la libertad de expresión, de manifestación, etcétera. Abogo porque ese compromiso prevalezca. Los mexicanos tenemos que ser libres de poder expresarnos. Eso significa que, si decimos lo que pensamos, podemos ser criticados con severidad, pero nunca ser blancos de una calumnia, de un insulto o estar en la mira del crimen organizado, para el que la vida –como dice la canción de José Alfredo Jiménez– “no vale nada”.

La segunda idea que no debemos olvidar es que la democracia, desde los griegos, es una institución frágil. A pesar de haberla inventado, los antiguos griegos vivieron solo unos pocos años en democracia; la perdieron y luego pasaron varios siglos antes de recuperarla. La democracia es frágil porque no solamente se traduce como el gobierno de la mayoría sino también como el respeto a las minorías. La democracia significa negociación, debate, capacidad de escuchar al otro, de sentir empatía por el otro. La democracia es una lucha continua. A la democracia no se le conquista nunca de manera definitiva.

Estoy convencido de que la democracia ha sido vulnerada en este sexenio. Quienes por décadas hemos sido críticos lo seguiremos siendo en el gobierno de Claudia Sheinbaum. Sin embargo, es necesario afianzar un clima de tolerancia a la opinión, al disenso y a la crítica. Los votantes de cualquier signo político debemos coincidir en nuestra convicción de cuidar de nuestra joven democracia. ~

Este artículo se basa en la conversación sostenida entre Enrique Krauze y Carlos Loret de Mola, el 5 de junio, para Latinus.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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