Dos y muchos

Sombra y materia / Deslumbrantes campos de hielo

María Baranda

Vaso Roto / Odradek

Madrid-México / Morelos, 2023, , 81 pp / 87 pp.

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A la amplia y sustanciosa obra de María Baranda (Ciudad de México, 1962), acelerada en años recientes con títulos como Teoría de las niñas (2018), Cañón de Lobos (2021), Un leve aullido bajo la arena (2023) y La inmensidad (2023), se acaban de sumar dos nuevos poemarios, Sombra y materia y Deslumbrantes campos de hielo, que confirman una poesía a la vez sedosa y erizada, tejida de preguntas a las que es imposible dar respuesta, filosófica, aunque enraizada en las experiencias materiales del amor y la familia.

Sombra y materia, un libro fuertemente especulativo, aunque nunca renuncie a la materialidad de un lenguaje carnal, que suda y sangra,dibuja el combate, o la cópula, entre las dos caras del ser: lo que se percibe y lo que se intuye, lo que tocamos y lo que imaginamos, lo que queremos y lo que somos. La sombra dice cuanto se embebe en el envés de las cosas y fertiliza la conciencia: la ahonda, la afila; la sombra nombra y recrudece el ser. Una cita de Paul Celan, uno de los poetas que más ha influido en Baranda, encabeza la segunda y última sección del libro, que contiene dos largos poemas, de aliento bíblico y enumeraciones burbujeantes de metáforas: “Quédate ciego desde hoy: / también la eternidad está llena de ojos.” El rumano apela a la tradición ancestral de la ceguera iluminadora, presente en Tiresias, Edipo, Gloucester y el ciego del Lazarillo, a la que también se acoge Baranda, aunque otra cita suya habría sido igualmente reveladora del espíritu que alienta en Sombra y materia: “Wahr spricht, wer Schatten spricht”, “dice verdad quien dice sombra” (José Ángel Valente tradujo “dice la verdad quien dice sombra”, pero el artículo desequilibra y empequeñece). También la mística, y singularmente Juan de Yepes, subyace en el afán por decir lo que sabemos que late en el fondo del lenguaje, para iluminar la oscuridad que es vivir, pero que desesperamos de alcanzar, por más que exploremos vías desconocidas y subvirtamos las palabras con el deseo de encontrar otro camino al corazón de la existencia. En la sombra está la verdad –la certeza de nuestra levedad–, frente al imperio de la luz y la pujanza de la materia, y cuanto se arracima en ella: el miedo, la soledad y la muerte, pero también el amor. La sombra inaugura los poemas: “Abre sombra…” dicen los dos primeros del libro; “deja sombra…” reza el tercero; “sombra en el grito…” empieza el cuarto. La sombra protagoniza el anverso de la moneda cuyo reverso es la materia y, a veces, adquiere tal firmeza que desbarata el binomio aristotélico y cobra entidad material. Entonces se personifica: “Vi pasar la sombra en el declive de la saliva (…) / La vi al comienzo / –tan ciega entonces– / suspendida / donde las estaciones / son ahora el filo / de la lengua en los sentidos. / […] Dice la sombra entonces: / lo que sucede es la chifladura / o el capricho […] / A galope, entonces / sombra / que te levantas / obsesionante / en tu palabra crítica.” Las alusiones, aquí, a la saliva, la lengua, el decir y la palabra remiten al campo primordial en el que se libra la batalla entablada por Baranda: el lenguaje. Porque sin lenguaje no hay realidad ni comprensión de la realidad; porque en el lenguaje se verifican el conflicto de ser y nuestra humanidad. El de Sombra y materia da cauce a una poesía a un tiempo fluida y quebrantada, a ratos caudalosa, más atenta a su desenvolverse libérrimo que al respeto por los reglamentos de la dicción; una poesía que se rebela contra las ataduras y se destripa en la página, sin más límites que los que decida tener en cada verso. “Todo es lengua” y “todo se nombra”, escribe Baranda; pero también: “El vocabulario dice lo impropio”. La poesía de María Baranda, urdida con paradojas y repeticiones, con asociaciones libres y juegos sonoros, con aliteraciones y símbolos, avanza por derroteros siempre imprevistos: por donde no se la espera, como debe ser. Y sirve a su propósito último: progresar en el conocimiento de lo que no se deja conocer –el mundo y nosotros mismos–, pero que, aun así, proyecta una luz genésica sobre todo: “Estaba el germen de la desesperación / y la desesperación estaba / en la punta de la lengua, / al paso siempre de una palabra nueva / que nos guiara más allá de nosotros / en nosotros mismos.”

Deslumbrantes campos de hielo, cuyo título está tomado de Marianne Moore y que viene con las imágenes de planos geométricos de Geometría descriptiva, de Adrián Giombini, publicado en 1942, comparte el espíritu inquisitivo y desconcertante de Sombra y materia, y los trastrueques sintácticos que caracterizan a este poemario, pero no persevera en la dualidad que lo estructura, sino que se aventura a multiplicarla. Ahora es la pluralidad de planos –temporal, espacial, existencial– la que articula el poemario: el encaje o dislocación de los sentimientos, los actos y las vidas, metáfora de los conflictos a los que estamos abocados en el transcurso zigzagueante del tiempo; una pluralidad que encuentra su traducción gráfica en los fantásticos –y solo comprensibles por los geómetras– dibujos de Giombini. Para significar esta turbulenta multiplicidad, Deslumbrantes campos de hielo cuenta una historia, aunque no sabemos cuál, ni falta que hace. El texto de contracubierta dice que esa historia “nunca empieza y jamás termina”, y dice bien: el hilo argumental es una sucesión de fragmentos surgidos in medias res, que saltan de un año a otro, de una lugar a otro, y en los que fulge una oscura constelación de personajes: la tía Serafina, el señor Plinio, la Tuerta Jerry, los padres y los abuelos de la poeta, una gata que hace pis, el señor de las gafas. También reconocemos un cementerio, que aparece al principio (“ve a Dios en un caracol que se arrastra entre lápidas. / […] Ahí, dos ángeles custodian a un muerto”) y al final del libro (“esa palabra los conduce de nuevo al cementerio / donde está el muerto de antes custodiado en su tumba / por los mismos ángeles”), y que trasluce las ideas de muerte y resurrección por la palabra que atraviesan la obra de María Baranda. A veces cree uno que el libro relata una fuga; otras, que describe un mundo: una calle, un barrio, una familia; otras, le parece captar, aquí y allá, las llamaradas y las cenizas de un amor, quizá trágico, y de algunos episodios eróticos: “juegan a darse besos y a tocar la pistola. / Me gusta mucho sobarte, le dice la tía Serafina al señor Plinio”. María Baranda remacha la recurrencia de los caracteres con la de las imágenes –“cielo rojo sin estrellas”, una imagen tan sanguínea como pesarosa, recorre todo el poemario–, las anáforas y conexiones entre los poemas, y series de piezas que cabe considerar variaciones de un mismo tema; un conjunto de mecanismos que redondean un poemario cubista y fracturado, y que le proporcionan una inesperada unidad. También lo cohesiona el protagonismo del lenguaje empleado por la poeta. En toda literatura, el lenguaje es protagónico, pero no del modo en que lo es en Deslumbrantes campos de hielo: aquí se convierte en un actor más del mismo teatro, en una realidad separada y autónoma de la realidad que refiere: “El horizonte eran sílabas estáticas / y una línea de verbo y sangre, / cristales rotos en palabras. // Dijo: esto, la poesía”, leemos en el segundo poema del libro. Más adelante, María Baranda nos habla del “rumor gramatical de toda angustia” y de muchas palabras individuales, que adquieren hechuras de sujeto y aparecen en el poema como actores que saltaran al escenario: trabajo, dinero, peligro, silencio, río, ahogarse, olvido. En un poema de cuatro versos (la variabilidad formal de Deslumbrantes campos de hielo es coherente con su complejidad estructural: contiene desde monósticos hasta poemas en prosa), averiguamos que el señor de las gafas se esconde detrás de la palabra “amenaza”, “una palabra muy difícil, dice la tía, porque realmente / no se sabe qué significa”, una palabra que es una “yegua en la página”. El miedo asociado a palabras como “amenaza” aparece a menudo en el poemario, pero Deslumbrantes campos de hielo no transmite temor, sino un sosiego tumultuoso, una alborotada aceptación de lo que nos perturba y nos conmueve. ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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