Foto: Leonel Estrada/DPA

“En pocos lugares la malnutrición se debe a la falta de alimentos”. Entrevista a Susana Raffalli

La mayor parte de las naciones ha logrado evitar el hambre. Aun así, el mundo atraviesa una crisis alimentaria  causada por la desnutrición.
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La Actualización sobre la seguridad alimentaria del Banco Mundial indica que millones de personas no disponen de una alimentación adecuada. Factores como los conflictos armados, el cambio climático y los altos precios de los productos contribuyen a esta crisis, un gran desafío para una región como América Latina, con altos índices de pobreza y desigualdad. 

La nutricionista Susana Raffalli –especialista en seguridad alimentaria, derechos humanos y gobernanza– destaca que el problema central no es tanto la escasez de alimentos como las deficiencias nutricionales, responsables de la epidemia de obesidad presente en todos los sectores de la población, pero especialmente entre los menos favorecidos. La represión de las protestas por el costo de los alimentos, las brechas de género y la preeminencia de los ultraprocesados en la dieta diaria de los sectores más pobres son algunas de las razones que llevan a adoptar hábitos que favorecen la saciedad en lugar de una adecuada nutrición. 

Raffalli ha trabajado en organizaciones como UNICEF en Bogotá y el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (INCAP). Fue coordinadora regional de Oxfam para el Sureste Asiático en el Programa de seguridad alimentaria en emergencias. En 2020, la BBC la incluyó en su lista de las 100 mujeres más influyentes del mundo. Actualmente, es asesora de la organización internacional Cáritas, capítulo Venezuela, e investigadora del Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (PROVEA). 

Según el Banco Mundial, el aumento simultáneo de la desnutrición y de la obesidad constituye una tendencia internacional. ¿La malnutrición no es producto solo de la escasez?

En pocos lugares del planeta la malnutrición se debe a la falta de alimentos. Tales zonas están en guerra, como en Sudán, o están ocupadas por apátridas, es decir, personas que no tienen estatus de ciudadanos para ningún país. Pienso en la minoría rohingya expulsada de Birmania que sobrevive en la frontera con Tailandia. En el caso de Venezuela, un país con abundancia de recursos naturales que pasó por un grave problema de escasez hace unos años, hubo políticas públicas equivocadas que causaron un desabastecimiento generalizado.

La oferta alimentaria de una nación está determinada por lo que produce y por lo que importa. En general, las naciones manejan bastante bien este balance, logrando una oferta alimentaria que puede cubrir al menos hasta al 80% de la población. En algunos casos, como el de España, se logra incluso un superávit de alimentos que supera el 100% del abastecimiento necesario. El gran problema, ligado con la pobreza, es el del acceso económico a una alimentación saludable, ya que las dietas sanas se han vuelto costosísimas porque los precios de vegetales, frutas y leguminosas son más altos que los precios de los cereales ultraprocesados. Las personas que no tienen suficiente poder adquisitivo se decantan por estos alimentos obesogénicos, de muy poco valor nutricional, con aditivos químicos que generan dependencia y ricos en grasas y azúcares. 

La población pobre con sobrepeso, personas con una doble carga epidemiológica, suele enfrentar fuertes niveles de estrés, lo que genera una enorme avidez de azúcares refinados y alimentos ultraprocesados. Este tipo de consumo produce enfermedades que exigen erogaciones de dinero, motivo adicional de estrés que empuja a consolarse con la comida, conformando así un círculo vicioso. Existen también personas con triple carga epidemiológica: pobres, obesas y desnutridas. En la mayoría de países de América Latina es muy preocupante la deficiencia de hierro, que conduce a prevalencias muy altas de anemia. 

53% de los beneficiarios de los programas contra el hambre del Banco Mundial son mujeres. ¿Por qué?

Las mujeres son más vulnerables en el contexto de la crisis alimentaria y son las primeras víctimas del sobrepeso. Guatemala es uno de los países que ha estado mucho tiempo a la cabeza del hambre y de la desnutrición crónica; al mismo tiempo, tiene un alto índice de obesidad femenina. Los hogares monoparentales de mujeres son el primer factor de orden social que explica este fenómeno porque, en ausencia del hombre, ellas están a cargo del sustento de la familia y de las labores del hogar. Además de pobres, suelen ser indígenas o de raza negra; esta intersección entre el género, la clase y la raza las rezaga socialmente porque la mujer está en una situación de desigualdad salarial y no existen políticas de acción afirmativa estatales que le permitan sobrellevar la carga doméstica mientras trabaja. Sin caer en determinismos biológicos, los embarazos pueden causar sobrepeso y el estilo de vida no ayuda a una actividad física que prevenga la obesidad. Una mujer del área rural de Venezuela, Haití o Guatemala puede caminar tres horas al día para llevar agua y leña a su casa, desprovista de servicios públicos por razones de incompetencia estatal, pero el estrés va a ser tan fuerte que consumirá alimentos obesogénicos, con abundancia de grasas y azúcares que producen saciedad y la ayudan a calmarse.

¿Cómo se manifiesta la triple carga epidemiológica en la infancia? 

Para que crezcan normalmente, los niños no solo necesitan ingerir calorías sino también ciertos nutrientes funcionales, ausentes en alimentos baratos y ultraprocesados. La Organización Mundial de la Salud señala que los países no se pueden permitir más de 20% de la niñez con retraso del crecimiento. En Cáritas Venezuela hemos hecho un análisis de nuestros registros desde el 2016: 30% de los infantes que hemos atendido por razones de desnutrición tienen este retraso. Las consecuencias son aplastantes para las niñas y niños en tanto sujetos de derechos y para el capital humano de la nación. El Banco Mundial y el Programa Mundial de Alimentos de la ONU han evidenciado que los problemas de crecimiento tienen impacto en la escolaridad, por lo que estos niños y niñas probablemente no lleguen nunca a la universidad. Los países de menor PIB son también los países con infantes de menor estatura. Lo más duro es que una vez que se retarda el crecimiento, los médicos no podemos hacer gran cosa para revertir esa situación. La estatura de la niñez mide la estatura de un país.

¿Qué pueden hacer los países de la región para mejorar su situación alimentaria?

La FAO y la Organización Mundial de la Salud están promoviendo políticas públicas para que los países tengan aranceles favorables en el contexto del comercio alimentario internacional. Estoy hablando de políticas fiscales y económicas con incentivos para la producción e importación de productos saludables, lo cual permitiría bajar su estructura de costos. La llamada soberanía alimentaria se ha enfocado especialmente en el grano básico de la dieta; en América Latina estamos hablando del maíz, del trigo y, en menor medida, del arroz. Suelen aplicarse aranceles muy flexibles y favorables a su importación porque, al parecer, la prioridad política de los gobiernos es evitar el hambre, independientemente del valor nutricional de los alimentos. Ciertamente, los productos hechos de harina brindan saciedad y la base energética para que las personas funcionen en la vida cotidiana. No hay protestas masivas por las frutas o las verduras sino por el pan, la arepa o la tortilla.  

Los hábitos de consumo cambiarán con programas efectivos de comunicación y educación nutricional que ofrezcan la información de lo que se debe comer y lo que no. Si en el planeta se hubiera promocionado la lactancia materna con la misma efectividad que la Coca-Cola, las cifras de infantes menores de dos años con desnutrición serían bastante menores.

¿Cuáles son ejemplos de políticas estatales que fomenten una nutrición adecuada?

Van a la cabeza México, Argentina y Chile con el etiquetado frontal y la regulación de la industria de alimentos. La empresa cumple con presentar al consumidor cuatro sellos que advierten sobre el exceso de grasas, sodio, azúcares y calorías.  En el pasado ni siquiera teníamos esto y aún en muchos países no se aplica este tipo de normas. Los consumidores pagan por alimentos con ingredientes nocivos para la salud y, a veces los engañan. En Venezuela se venden productos con colores e imágenes alusivas a la leche, pero cuando se lee la etiqueta dice “bebida láctea”; o sea, se trata de un sucedáneo.

Colombia posee marcos regulatorios excelentes en materia de políticas públicas que apoyan la nutrición adecuada en los primeros mil días de vida. Es impresionante lo que ha hecho el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar; un ejemplo es la campaña De Cero a Siempre, una política pública de apoyo integral a la primera infancia en poblaciones muy vulnerables. Guatemala tiene campañas de prevención para la desnutrición crónica que también favorecen a la primera infancia. Costa Rica cuenta con una muy buena legislación que regula la producción y venta de alimentos obesogénicos. El presidente Luíz Inácio “Lula” Da Silva acaba de firmar en Brasil una normativa que prohíbe el subsidio de alimentos ultraprocesados en los programas de nutrición del Estado. Los vales de alimentación tendrán que ser invertidos en alimentos de buen valor nutricional: hortalizas, frutas, proteína. 

¿Ejemplos de lo que no se debe hacer?

Hace pocos meses el presidente Nicolás Maduro dio una orden al programa de distribución de alimentos conocido como el CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción). Hay que aumentar la cantidad de carne enlatada –repleta de grasa y sodio–, de caraotas (frijoles negros) y de sal que se reparte a bajo costo entre los sectores más vulnerables. Yo nunca había visto una cosa así; en Venezuela somos testigos de un mandato presidencial en contra de la salud de la población. En cuanto a las grandes industrias de alimentos, no es posible que sigan creyendo que la responsabilidad social consiste en hacer donaciones a las ONG y ayudar con los programas en favor de la buena nutrición. También pasa por apegarse a las normas que prohíben un etiquetado o un empaquetado engañoso, y por evitar las promociones de productos ultraprocesados dirigidas a la infancia. La estafa alimentaria daña a la colectividad. ~

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(Caracas, 1993) es lector, escritor, entrenador y analista de fútbol, y codirector de Círculo Amarillo Producciones


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