El mundo según Jorge Ibargüengoitia

Junto con sus novelas, cuentos y obras de teatro, los artículos y crónicas periodísticas forman parte, con pleno derecho, de la obra literaria del escritor guanajuatense.
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Es difícil separar las novelas, cuentos y obras de teatro de Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928- Madrid, 1983) de sus artículos y crónicas periodísticas. No es un capricho decir que estos últimos forman parte de su obra literaria con todo el derecho que poseen ya los llamados grandes géneros: el tono, el narrador que es siempre él mismo, la agudeza humorística con que desnuda paradojas y revela verdades.

Si bien en los años sesenta Ibargüengoitia ya era conocido, pues había publicado La ley de Herodes y la novela Los relámpagos de agosto –que mereció el premio Casa de las Américas– además de las obras de teatro con las que no le había ido tan bien, el periodismo le abrió las puertas del gran público que a través de este se acercaría a su obra.

El propio Ibargüengoitia relató en uno de sus artículos su ingreso al Excélsior:

Pocos días después conocí a Julio Scherer en las oficinas de la dirección. Su cortesía y la cordialidad efusiva con que me recibió me halagaron y me causaron muy buena impresión, aunque era indicio claro de que él y yo éramos animales de diferente especie. Recuerdo que me dio una tarjeta en la que había apuntado dos números de teléfono, frente a uno había escrito “oficina” y frente al otro, “su casa”, es decir la mía, es decir la de él.

Scherer me dijo:

Al oír aquellas palabras creí que estaba oyendo otra fórmula cortés, pero al examinar mi experiencia de ocho años en el periódico, acabo por reconocer que fueron la pura verdad.1

Ibargüengoitia había publicado ya una columna de crítica teatral en la Revista de la Universidad de México y otros textos en la revista de literatura S.nob y el suplemento “México en la Cultura”, pero indudablemente a ese “sentirse a gusto” contribuyó el hecho de que, alentado por Scherer, siempre habló de lo que quiso, quizá con el mismo impulso con que abordaba los temas de sus cuentos y novelas. Su primera columna apareció en el periódico“el 13 de diciembre de 1968; escribió una crónica breve sobre sus experiencias en las aduanas mexicanas en un tono humorístico. Le siguió el texto sobre las escuelas primarias donde se cuestionaba el hecho extraño de que los niños no las hubieran ya quemado. Fue hasta el 27 de diciembre cuando escribió: ‘Frases célebres: Práctica de dudosa efectividad’”.2

A partir de entonces, se convirtió en uno de los columnistas más leídos del diario, gracias a que sus columnas eran a la vez sagaces, irónicas y divertidas, y abarcaban todo tipo de temas, desde los discursos políticos, el comportamiento de la gente en la calle (tocando “El Arauca vibrador” con el claxon, por ejemplo), hasta los pequeños avatares de su vida diaria en Coyoacán, donde vivía con su madre y su esposa la pintora Joy Laville, o de su infancia guanajuatense.

“El periodismo de calidad es propio de quien está elaborando un estado de ánimo y, con inteligencia y rigor, es capaz de traducirlo en un estilo peculiar para observar y redactar”, señala Guillermo Sheridan en el prólogo a Autopsias rápidas, el primer volumen en el que se reunieron las crónicas periodísticas del autor después de su fallecimiento. Ese estilo peculiar con el que Ibargüengoitia podía abordar cualquier tema y convertirlo en algo irrisorio y a la vez muy notable e interesante –un poco a la manera de Chesterton o, como ya se ha dicho, de Evelyn Waugh– es parte de su grandeza y su particularidad como escritor mexicano. A fuerza de hablar de todo, sus columnas fueron conformando una obra personalísima que muchos escritores han tratado de imitar.

Hablando de su estilo, el propio Ibargüengoitia escribió en Excélsior con relación a La ley de Herodes: “Recuerdo que un autor, a quien no admiro gran cosa, me dijo una vez: ‘Te felicito por los cuentos, son estupendos, pero quiero hacerte una recomendación. Cuida más tu estilo. Es decir, elabora más, trabájalos más. Hazlo más exquisito, más acabado. Este se ve muy puesto así, como quien echa algo en un bote de la basura.’ Pues sí, así es como lo quiero. Esos cuentos los escribí yo con ganas de que reflejaran la mayor naturalidad posible. No hay ninguna treta de cambios cronológicos, no hay cambios de punto de vista; todo está narrado en primera persona. El narrador soy yo. En ningún caso se pretende que el narrador sea otra persona. Esto para mí es la sencillez llevada a su última expresión.”3

Ese esfuerzo de estilo, la búsqueda de la mayor naturalidad, se puede encontrar tanto en su mirada sobre la Independencia en Los pasos de López como en Los relámpagos de agosto que habla de la Revolución y, por supuesto, en el resto de sus libros. El suyo es un punto de vista que a través del desparpajo y la risa revela verdades profundas sin ganas de que pasen como tales. Los años setenta, que desfilan por sus columnas con todo el esplendor de la ridiculez y la tragedia del México de los sexenios de Echeverría y López Portillo, son observados por un personaje misántropo que vive en Coyoacán y todo critica con ánimo devastador que se disfraza de sentido común:

Van los mexicanos a ver si ganan de chiripa, no califican, regresan a su país y la gente se ofende porque bajan del avión sonrientes.

¿Por qué no van a sonreír? ¿No les acaban de dar gratis un viaje a Europa? ¿No les regalaron una cazadora bastante ridícula y una maleta blanca? Hay que admitir que, aunque no hayan calificado, su situación es bastante envidiable. Entonces, ¿por qué esperar que se bajen del avión llorando?4

En 1972 publicó Viajes en la América ignota, en el que reunía artículos del Excélsior y algunas crónicas de viaje a Washington y a la Cuba revolucionaria, amén de textos misceláneos, entre ellos uno sobre las madres, “El arte de escribir biografías”, “Días de congreso” y uno que me llamó la atención sobre los vampiros:

Reflexionemos por ejemplo sobre el atractivo que los vampiros, a pesar de ser feísimos, tienen sobre las mujeres. Siempre se mueven en círculos sociales repletos de guapas y a todas seducen. Gente que en la vida real sería incapaz de producirle una pasión a una mosca, adquiere en la película una fascinación irresistible, debida en parte al redingote y en parte al peinado estilo Directorio.5

En 1975 apareció Sálvese quien pueda, una recolección, como el rescate de un naufragio, según decía en la breve nota introductoria del autor, de unos textos sobre su infancia, una obra de teatro y un puñado de artículos publicados en Excélsior, que, “en mi opinión, merecen ser presentados nuevamente, en la perspectiva de un libro”. Para este volumen Ibargüengoitia eligió un curioso grupo de temas: los crucigramas, un sistema para ordenar documentos (con el que termina tirándolos todos a la basura), un abrigo azul que nunca usó, un profesor mexicanista que lo mira con desconfianza, etc. Da qué pensar el que esos textos fueran los que merecían para él aparecer de nuevo en físico, reunidos. Aunque quizá su selección esté basada en el disfrute habitual que le generaba la escritura de aquella columna:

¿Estoy satisfecho con mi columna? Francamente, sí. En todos sentidos: como rutina es la más agradable que he tenido en mi vida. ¿Cuántos asalariados pueden decir lo que yo he estado diciendo varios años: “los lunes a las doce y media termina el trabajo de la semana”?

En cuanto a lo escrito, después de hacer la consideración consabida de que solo un genio puede ser genial cada martes y viernes, debo admitir que hay artículos –unos cuantos– que me dejan satisfecho y que, dentro de las restricciones peculiares del género, tienen una calidad que no desmerece al compararlos con otras cosas que he escrito con mucho más cuidado.”6

Después del golpe a Excélsior en 1976, Ibargüengoitia continuó colaborando en Vuelta con una columna mensual. A su muerte, ocurrida en 1983, Guillermo Sheridan se daría a la tarea de recopilar y ordenar una selección de artículos en tres volúmenes: el ya citado Autopsias rápidasInstrucciones para vivir en México La casa de usted y otros viajes. Más tarde saldrían Ideas en ventaMisterios de la vida diaria ¿Olvida usted su equipaje?, editados por Jesús Quintero, para deleite de los lectores.

Con los años he ido venciendo la culpa que me provocaba ponerme a leer las crónicas periodísticas de Ibargüengoitia y olvidar el mundo, porque tenía la impresión de estar abandonando las lecturas importantes. A estas alturas, sin hacer a un lado la obra narrativa, por supuesto, estos textos son para mí lo más importante, el gota a gota donde un escritor va dejando su vida como el rastro genial de su propio personaje. ~

  1. Jorge Ibargüengoitia, Autopsias rápidas, Vuelta, 1988. ↩︎
  2. Alejandro Lámbarry, Jorge Ibargüengoitia: un escritor entre ruinas, Universidad de Guanajuato, 2022. ↩︎
  3. “El escritor y su mundo”, entrevista a Jorge Ibargüengoitia, Excélsior, domingo 25 de abril de 1971, citado por Alejandro Lámbarry en Jorge Ibargüengoitia: un escritor entre ruinas, Universidad de Guanajuato, 2022. ↩︎
  4. “Otra fiesta que se agua”, Instrucciones para vivir en México, Joaquín Mortiz, 1990. ↩︎
  5. “Vida de los vampiros”, Viajes en la América ignota, Joaquín Mortiz, 1972. ↩︎
  6. Citado por Guillermo Sheridan en el prólogo a Autopsias rápidas. ↩︎
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(ciudad de México, 1960) es narradora y ensayista. La novela Fuego 20 (Era, 2017) es su libro más reciente.


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