Qué diversas y a la vez qué afines son las prosas de Francisco Segovia reunidas en Ristra de abalorios. En ellas, abalorios ya no ensartados como en un collar sino en ristra que podría ser de chiles, chorizos o antivampíricos ajos, vemos cambiar el foco de intereses del autor a lo largo de su vida –o lo que lleva de ella–. Hay bellos poemas en prosa de asunto mítico y antiguo, chocarreros cuentos de tono popular, parodias como la rulfiana “Ya estaba de Dios”, las historias de un grupo escolar y su maestro, don Armando, proclive a la elucubración y a las paradojas y las revelaciones –una de ellas podría aplicarse a este libro: “la tarea de los grandes descubridores es revelar lo oculto, no lo evidente, que es tarea de los dioses”–, cuentos de amor fantástico, relatos que casi son novelas como Recuerdo de Lidia y, por supuesto, Conferencia de vampiros, con sus vampiros lúcidos y a veces desesperados por su condición. Se podría temer, como puede ocurrir en otros casos, que algunos textos resultaran ya envejecidos junto a otros de ánimo renovado o más sabiamente escritos, pero esto desde luego no sucede: en Ristra de abalorios hay un fondo común que se mantiene como si, en medio del abanico de posibilidades y el paso del tiempo que siempre es canijo, la pulsión que las anima hubiera permanecido una misma a lo largo del tiempo.
No es raro preguntarse por qué Francisco Segovia ha nombrado a sus prosas, desde antes incluso de esta recopilación, como abalorios, cuentas diversas, de ningún modo baratijas pero sí, quizá, laterales o azarosas con respecto al cuerpo de su obra poética, al principio ensartadas junto a otras como en un collar o una pulsera (lo que invitaba, quizás, a buscar un patrón), ahora colgadas más azarosamente en ristra. Desde luego el título insiste en su carácter juguetón y, aunque no hay un patrón, en todas ellas se mantiene una búsqueda que podría llamarse filosófica o tal vez propiamente vampírica, pero sería la de un vampiro gourmet que roe la médula de los huesos buscando el fantasma de las cosas.
Más que fantásticas, muchas prosas de este libro sitúan su interés en lo que está en el borde o en la sombra de las cosas a manera de fantasma, como la luz de un ángel en el cuento “Reliquias”, donde se le revela al rey don Carlos una caja con el prepucio y el ombligo de Jesús de Nazaret, sus partes humanas por decir así, o los balbuceos del hijo de Clovia que el filósofo Anastasio pretende expresen la verdad, en “Vida de Anastasio y Clovia”, relato que se emparenta de alguna manera con “El idioma del paraíso” de Verónica Murguía, a quien por cierto Segovia dedica “Reliquias”. Este lado fantasmal de las cosas se expresa en “La foto”, donde Gloria, la mujer de la que el narrador ha vivido intemporalmente enamorado, obsedido por la imagen de un momento casi farabeufiano, le hace ver que la foto también engorda y envejece, como ella. Así las polvorientas alas de los ángeles les pesan (“Entrevista con el ángel”), el polvo se posa en las cosas como un animal (“El polvo sorprendido”), los chaparritos se atrasan como los relojes (“Chaparritos”) y los murciélagos están anclados a los cines y los teatros como las manos de Dios a sus brazos. En las prosas segovianas hay siempre algo que revela el fondo menos asible de la naturaleza de las cosas, ese fondo que no podemos ver pero está ahí, en esa parte evidente que es tarea de los dioses mostrar.
“Cualquier cosa que palpita, aguarda”, señala uno de los narradores de Recuerdo de Lidia, una de las secciones, por llamarla así, que me atrajeron más. Al igual que Conferencia de vampiros, Recuerdo de Lidia se construye con base en testimonios: el esposo, el hijo, el laboratorista, la becaria y otros personajes hablan de Lidia, la científica que decide desaparecer merced a una sustancia y después regresar. Al despertar de la muerte, Lidia es y no es la misma, está y no está como el gato de Schrödinger. Esa vida liminal que palpita ajena al tiempo y solo espera a poderse manifestar en algún momento y algún cuerpo se parece, por supuesto, a la del vampiro, el muerto revivido. En “Discurso del eterno”, uno de los relatos-testimonios de Conferencia de vampiros, el de la voz dice: “Por encima del murmullo de todas las palabras pronunciadas, las risas y las carcajadas, de noche se oye muy nítidamente el grito de muerte en que se juntan todos los gritos de una vida. Y eso también a nosotros nos asusta.” Así, por encima o por debajo de todas estas prosas de Francisco Segovia, se ve por un momento, muy nítidamente como en el borde borroso de una fotografía, la presencia del fantasma. Y eso también a nosotros nos inquieta y, sí, también nos asusta. ~
(ciudad de México, 1960) es narradora y ensayista. La novela Fuego 20 (Era, 2017) es su libro más reciente.