Martin Scorsese, Michael Powell y Thelma Schoonmaker en una imagen del documental "Hecho en Inglaterra: Las películas de Powell y Pressburger".
Martin Scorsese, Michael Powell y Thelma Schoonmaker en una imagen del documental "Hecho en Inglaterra: Las películas de Powell y Pressburger".

Scorsese, el buen muchacho

En el documental Hecho en Inglaterra: Las películas de Powell y Pressburger, Martin Scorsese analiza las películas del gran dúo de cineastas para conectarlas no solo con su propia obra, sino con su vida misma.
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 “Desde que tengo memoria, siempre quise ser un gánster”. Así inicia, memorablemente, Buenos muchachos (1990), la obra maestra gansteril de Martin Scorsese. La voz en off del amoral protagonista Heny Hill (Ray Liotta) nos subraya el fatalista dictum convertido en irrebatible lugar común: “infancia es destino”.

Así que al inicio de Hecho en Inglaterra: Las películas de Powell y Pressburger (Reino Unido, 2024), cuando Scorsese recuerda frente a la cámara y luego voz en off mediante su primera infancia (“Nací en 1942 y cuando tenía unos tres años me dio asma; eso significó que no podía correr y jugar como los demás niños, así que me encontré frente a la televisión todo el tiempo”), me di cuenta de que por más que este notable documental cinefílico estuviera firmado por el veterano director televisivo David Hinton, el alma detrás de la realización de esta cinta es la de Martin Scorsese. De hecho, el filme bien pudo haber iniciado con el director de Toro salvaje (1980) murmurando su propio Rosebud: “Desde que tengo memoria, siempre quise hacer cine”.

La ausencia en los créditos de la identidad del guionista del documental, sustituido por la leyenda “Presentado por Martin Scorsese”, nos indica con claridad que Hecho en Inglaterra… no estará centrada solamente en la extraordinaria filmografía conjunta del inglés clasemediero Michael Powell (1905-1990) y el judío húngaro Emeric Pressburger (1902-1988) –desde su reunión inicial en el buen thriller bélico El espía submarino U-boat 29 (1939) hasta su separación en buenos términos con la fallida Ill met by moonlight (1957)–, sino que al mismo tiempo presenciaremos una suerte de autobiografía cinematográfica, creativa y hasta emocional del entusiasta presentador del filme, el octogenario cineasta italoamericano Martin Charles Scorsese.

La puesta en imágenes no podría ser más sencilla: Scorsese sentado en una butaca frente a la cámara de Ronan Killeen va repasando, película tras película, toda la obra cinematográfica firmada y realizada por Powell y Pressburger. Mientras el par de cineastas aclara, en alguna entrevista de archivo, el misterio de sus múltiples responsabilidades conjuntas –Powell dirigía en el set, Pressburger escribía el guion, los dos trabajaban los diálogos, los dos producían–, Scorsese aparece de manera intermitente no solo profundizando en cada uno de los filmes de ellos, sino relatando de qué manera los dos fueron enfrentando –a veces con fortuna, a veces sin ella– el reto de hacer un gran cine, personal y arriesgado, en la forma y en el fondo, en el contexto de una industria fílmica volcada a la propaganda en los años de la Segunda Guerra Mundial y, luego, frente a la veleidosa taquilla.

En sentido estricto, hay muy poco de novedad en lo que dice Scorsese sobre las películas de Powell y Pressburger si uno conoce las obras maestras de la pareja, a saber, Vida y muerte del coronel Blimp (1943), Un cuento de Canterbury (1944), I know where I’m going (1945), Escalera al cielo (1946), Narciso negro (1947), Las zapatillas rojas (1948), Los cuentos de Hoffman (1951)… you name it. Lo extraordinario del filme radica en el modo en que Scorsese analiza cada una de esas películas para conectarlas no solo con su propia obra sino con su vida misma y, más aún, con el sentido último de su existencia.

Es como si Scorsese hubiera elegido la vasta obra de Powell y Pressburger para esbozar su propia autobiografía, no al idealizado estilo del primer Woody Allen –de Dos extraños amantes (1977) a Días de radio (1987)– ni de manera abierta como el Steven Spielberg de Los Fabelman (2022), sino de forma indirecta, alusiva y hasta delicada. Scorsese empieza, pues, recordando su más tierna infancia, cuando por no poder salir a jugar permanecía sentado viendo las películas de Powell y Pressburger en su televisor de blanco y negro de 16 pulgadas, para que luego, en la medida que avanzamos en la filmografía de los dos cineastas –vía la exhaustiva y oportuna edición de Margarita Cartaxo y Stuart Davidson–, entendamos que cada una de las cintas mencionadas tienen que ver no solo con la formación de Scorsese como director –por ejemplo, el color rojo de Calles peligrosas (1973) proviene del excesivo uso del mismo color en buena parte de la filmografía de Powell y Pressburger, y el trayecto de Jake la Motta (Robert de Niro) hacia el ring en Toro salvaje fue inspirado por la famosa escena escamoteada del duelo de Vida y muerte del coronel Blimp–, sino con su vida misma.

Cuando se detiene a analizar, con todo cuidado, el sentido de la historia y la ejecución estilística de I know where I’m going, Scorsese desliza, ¿sin querer?, una confesión genuinamente conmovedora. Cuando las palabras no son suficientes para decir algo, cuando es imposible expresar aquello que se siente por alguien, ver una película como I know where I’m going con la futura media naranja puede ser el primer paso para confesarle a esa otra persona que uno está enamorado. En otras palabras: Amor es… el cine de Powell y Pressburger. ¿A quién habrá enamorado así Scorsese?

Uno termina de ver este documental –disponible para su renta en Apple TV, así como en la plataforma Mubi– con un nudo en la garganta. No solo se trata de uno de los más apasionados homenajes cinefílicos que yo haya visto en mucho tiempo, sino que también es una emocionada y emocionante declaración de amor a la fuerza insumergible del cine, a lo que significa en la vida personal y hasta íntima de muchas personas, como quien esto escribe.

Así pues, unos recuerdan desde la infancia el momento en el que quisieron ser malandros, como el Heny Hill de Buenos muchachos. Otros rememoran la infancia enfermiza que los hizo ver tanto cine que se despertó la vocación por hacerlo, como Scorsese. Y otros más nos conformamos con recordar cuando nos topamos con los primeros libros de crítica de cine –los de García Riera, los de Ayala Blanco– y pensamos que esa era una buena manera de pasar el tiempo y vivir la vida. Dijera el torero: “Hay gente pa’ todo”. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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