Imagen generada por inteligencia artificial que muestra muebles de producción industrial.
Imagen generada por inteligencia artificial.

No por la mano del hombre

Para dominar un oficio y alcanzar una obra de arte se requiere talento, pero también dedicación y estudio. Hoy dominan la improvisación y los atajos.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Ivo Andrić, en su cuento “Осатичани”, aún no traducido al español, tiene como uno de los personajes a un artista que hace cruces para iglesias. En cierto momento pone luz sobre su oficio:

Ser un artista es ser capaz de separar el trabajo que uno está haciendo de todo lo demás, conocer exactamente y tener delante únicamente en la mira lo que debe hacerse y cómo debe hacerse; ignorar lo que no tiene relación con esto; desdeñar el éxito, no pensar en el fracaso; no temer a nada y no dejar nada al azar; estar siempre completamente absorto en el trabajo que se está haciendo en ese momento.

Cuando leemos a Vasari, nos encontramos esta pasión por dominar un oficio, por alcanzar una obra de arte. De Pietro Perugino nos cuenta que, estando en la miseria, deja su natal Perugia para buscar mejor suerte con su ambición en Florencia.

Ahí permaneció muchos meses sin siquiera una cama para recostarse, y dormía penosamente sobre un baúl; pero haciendo de la noche día y trajinando sin interrupción, se dedicó con fervor al estudio de su oficio. El trabajo continuo se convirtió en el hábito de su vida: no conocía otro placer que esforzarse sin cesar en su vocación, y por eso pintaba sin darse tregua.

Vasari estaba consciente de que el esfuerzo no era todo. Hacía falta talento, el regalo de los cielos. Pero la constante dedicación y el estudio podían hacer que el artista alcanzara buena altura. De Andrea del Verrocchio menciona que elaboraba formas crudas en la escultura y la pintura “como alguien que ha adquirido esas artes mediante infinito estudio e incansable labor, más que por un don de la naturaleza”. Pero el talento tampoco funcionaba por sí mismo. “Estas artes requieren la unión entre el estudio intenso y las facultades naturales en su máxima perfección.”

Así pues, Verrocchio se entregó por encima de todos al estudio y trabajo, de modo que compensó sus flaquezas naturales “y se le puede contar entre los maestros distinguidos y eminentes de nuestras artes”.

También sabemos que los músicos se engendran luego de incontables jornadas de estudio y práctica. Así aparece en la vida de Paganini, y uno de sus biógrafos nos relata que “desde el principio sentía la necesidad de realizar hazañas de fuerza y habilidad con su instrumento”. Leopold Mozart ponía a su hijo a practicar en sesiones interminables. Y se cuenta que, luego de un concierto, una mujer se acercó a Arthur Rubinstein y le dijo: “Daría mi vida por tocar como usted”. Él le respondió: “Yo la di”.

Pero esto es lugar común, puesto que nadie pensará que un músico se hace improvisadamente, tal como un maratonista no llega a la meta en primer lugar sin miles de esforzados kilómetros en sus piernas.

La fantasía del atajo prevalece en la literatura. A los talleres literarios y los programas de creación en universidades acude gente que ni siquiera lee. Pero se les mima porque pagan, porque mantienen una maquinaria que da ingresos a mucha gente, incluyendo escritores. Ya en los propios currículos de aprendices de escritores suele aparecer que han impartido no sé cuántos talleres literarios. ¿Qué cantante desafinado se atrevería a dar clases de canto? Se fabrican escritores que ni siquiera han tenido un profundo acercamiento con la lengua en la que escriben.

También hay generación espontánea en las artes plásticas.

En el cuento de Andrić, el maestro orfebre que elabora la cruz es un hombre modesto. Monta la nueva cruz en el domo de la iglesia y se retira a su tierra para realizar otro trabajo. Es a su aprendiz al que le gana la vanidad, y se consume porque nadie en el pueblo parece reconocer su grandeza.

En el sistema antiguo no había espacio para improvisados en los oficios y las artes. Nadie podía hacer barriles sino el maestro tonelero. Y nadie hacía baúles o gabinetes sino el maestro. Para llegar a ser maestro, antes el aprendiz debía pasar por años de entrenamiento. Si no mostraba aplicación, se le desechaba, no con mimos motivacionales, sino con una patada.

Se critica este sistema porque era una forma de proteger a quienes integraban los gremios. Algo había de eso. Pero el maestro respondía por su producto como no responden los chinos por el suyo. Además el artesano perseguía la utilidad envuelta en belleza.

Ahora utilidad mata belleza. Se habla de las ventajas de añejar el vino en enormes contenedores de acero inoxidable. Nunca ninguno de esos tanques será más bello que el Grosse Fass de Heidelberg.

Tengo tres baúles muy bellos y antiguos en casa, sin que lleguen a ser obras de arte. Uno lo hallé abandonado en la calle. Otro lo saqué de un contenedor de escombro. Uno más lo compré por cinco euros. Los tres llevan el nombre del artesano que los hizo. Investigué un poco y los tres ya están desde hace mucho tiempo rindiéndole cuentas al Señor. Supongo que sus antiguos propietarios los desecharon a cambio de un juguetero de Ikea. Y claro que es preferible el de Ikea, porque “tiene espacio para guardar todos los juguetes que quedan esparcidos por la casa después de un día de diversión. Solo hay que abrirlo y meterlos dentro. Recoger la casa resultará fácil tanto a grandes como a pequeños”. No dicen que sean bellos; son útiles. Mis baúles rechinan como féretros, tienen clavos salidos y hay que alejarlos algunos centímetros de la pared para que pueda abrirse su tosca puerta.

Mi escritorio en Cracovia es antiguo, “de antes de la guerra”, como se dice acá, y cuando escribo en él reflexiono sobre el posible carpintero y el desconocido propietario que quizás algún día también escribió una novela sobre él. A veces pienso que fue de un judío.

Allá en la antigüedad, cuando algo se notaba muy bellamente elaborado, se decía que estaba hecho “no por la mano del hombre”. Ahora la expresión sirve para lo contrario. ~

+ posts

(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: