A paso de cangrejo, de Umberto Eco

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De sobra conocemos al autor de El nombre de la rosa, novelista pionero de lo que se ha etiquetado como “best seller de calidad”. Y aunque con menor visibilidad mediática, también tenemos presente su labor semiótica, la audaz vindicación de esa forma de acercarse al texto literario que no desdeña la pasión lectora ni el escrutinio de las estrategias narrativas. Menos estudiado resulta el Umberto Eco articulista, cerebro benevolente que desde una tribuna de papel dicta cátedra según las formas escritas de la divagación. Grave olvido. Tal y como demuestra este volumen, al italiano hay que calificarle de excelente cronista, uno que escribe con naturalidad y elige el sentido común como herramienta primordial a la hora de poner a funcionar la maquinaria mental. Ahora bien, se trata de un sentido común distinto al ritmo conservador que se sirve del refrán o de otras formas herméticas de sabiduría popular para bloquear el pensamiento. En Eco, el sentido común lo ha educado una cultura humanística en cuyo fondo se encuentra la tradición intelectual de Occidente, unos valores cristianos no siempre coincidentes con los de la jerarquía eclesiástica, y una mirada vacunada contra la estupidez tecnológica. Sirviéndose de esto y utilizando con precisión los estiletes de su conocimiento semiótico, le salen unos artículos espléndidos, de gran claridad y potencia intelectual. Buscando antes que nada la pedagogía, su primer paso suele marcarlo la clarificación semántica. Y es que, ¿para qué vamos a enredarnos en debatir posicionamientos sobre Iraq si la mayor parte de la población –y del Pentágono– desconoce en qué se diferencia un integrista de un fundamentalista? Y ¿por qué íbamos a calificar de fascista a Berlusconi si al ex presidente no le interesaba la política sino como salvaguarda y ampliación de su entramado financiero? Mucho antes que lidiar con politólogos y corresponsales de guerra, urge delimitar de qué se está hablando. Pues bien, en esto de las disquisiciones, Eco es un maestro. En sus manos, la realidad parece un mecanismo desmontable, aprensible, casi diríamos que ordenado.

A paso de cangrejo reúne muchas de las colaboraciones escritas a partir del año 2000, y que bajo el epígrafe “La bustina de Minerva” Eco firma desde 1985 en el semanario L’espresso. Asimismo compila artículos publicados en el diario La Repubblica y algunas conferencias y textos dispersos. Entre la diversidad de temas, hay dos asuntos que destacan sobre el resto tanto por la gravedad como por las conclusiones alcanzadas: ciertas reflexiones sobre la guerra y la radiografía que Eco trazó diariamente del régimen de Silvio Berlusconi.

Las preocupaciones bélicas de Eco no son nuevas. En un artículo escrito con motivo de la primera guerra del Golfo –ver Cinco escritos morales (Lumen, 1998)– señalaba que los esquemas del enfrentamiento armado habían evolucionado en los últimos tiempos. La guerra ya no convoca ese empuje viril que cita a los regimientos en las campas invadidas, sino que escenifica un despliegue tecnológico que concita, a su pesar, numerosas paradojas. En el primer texto de este volumen, Eco recoge este planteamiento y amplía su tipología bélica con el objetivo de dibujar el actual panorama globalizado. El resultado es que, ciertamente, los contrasentidos han aumentado en los últimos quince años. La guerra como plan de acción ha dejado de resultar una herramienta manejable. La intervención de los medios de comunicación, la culpabilidad social del país invasor, el capitalismo armamentístico y otros factores se han enredado en un curioso nudo. Tras el despertar de la guerra fría y la amenaza de Al Qaeda, la guerra se ha revelado menos irrealizable que nunca, de modo que su celebración, parece decir Eco, desafía cualquier previsión estratégica que pueda realizar el país que la provoca. Pues bien, esta dificultad para materializarse no obstaculiza su desencadenamiento. Eco mira el mapa y lanza su dictamen: hay y habrá guerras paleolíticas (que se manifiestan mediante el enfrentamiento frontal entre batallones), y hay o habrá neoguerras, esos conflictos posmodernos donde, sea para atenuar el impacto terrorista o para invadir un país con armamento tecnológico, purgan determinados territorios a la búsqueda de un enemigo escurridizo, casi invisible.

En otro segmento del libro, Eco desenmascara las estrategias comunicativas de Silvio Berlusconi, el hombre que explotó hasta el tuétano la tecnología mediática con el fin de alumbrar el modelo perfecto del populismo político en la Europa democrática del siglo XXI. Aquí basta con señalar lo obvio. Un empresario multimillonario que mete la pata con tanta frecuencia en sus comparecencias públicas no puede calificarse a las bravas de imbécil. Tiene que haber algo más. Y unos medios de comunicación televisivos tan burdos, tan carnavalescos en sus formas y actitud, han de obedecer no sólo a la propagación de un estilo de vida estulto, sino a la creación de una cortina de humo capaz de enfangar toda crítica. Únanse las dos premisas y ya tenemos en activo al prócer omnipresente, al simpático dominador, al superhombre ambicioso y amoral que no precisó encarcelar periodistas para que media Italia creyera en su efigie con una pasión inmarchitable.

El volumen contiene muchos otros textos valiosos. Particularmente morboso resulta, a priori, conocer sus comentarios a El código da Vinci. Rescatable desde un orden moral, el llamamiento al voto en las elecciones generales italianas de 2001 (que devolvieron a Berlusconi al poder), o la apelación a los Estados europeos a no dejarse adelantar por Estados Unidos y la China emergente en la carrera geoeconómica. Irónica es su recreación de la sangrienta toma de Jerusalén por los cruzados en el año 1099, y brillantemente resignado el escrutinio que realiza de las ventajas e inconvenientes de la muerte. ¿Por qué El nombre de la rosa continúa reeditándose y A paso de cangrejo quedará sepultado inmediatamente en el olvido? ~

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