Suele calificarse como interdisciplinaria el tipo de búsqueda que invoca prácticas y saberes que una larga tradición occidental gusta de presentar como entidades separadas o, incluso, antitéticas. Esta exploración colindante y en la colindancia no sólo provoca suspicacia entre los amantes de las cosas, como las llaman, bien definidas, sino también entre aquellos que apresuran el debate hacia la intradisciplina o, incluso, la transdisciplina. Entre un extremo y otro se encuentran los que, arriesgando, se lanzan del trampolín y, sin red de protección, proponen y hacen. Un chapuzón en el agua. Vaya frescor. No es posible, o en todo caso no es deseable, describir un trabajo como el que llevan años realizando ya las poetas Carla Faesler y Rocío Cerón, un trabajo en contra de la especialización y a favor del contagio, como lo definen en ese colectivo de proyectos interdisciplinarios que es Motín Poeta, desde la protección del afuera. No es deseable quedarse seco y a salvo ante las exploraciones musicales de los compositores-curadores Manuel Rocha y Antonio Fernández Ros. Es mejor abrir el ojo y caer en el ojo. Es mejor abrir el oído y caer en el oído.
La ocasión se llama Personae: un disco que no es una mesa con mantel verde. Un disco que es el vaso de agua que, a veces, solitario y rebosante, cilíndrico y diáfano, es el único habitante de La Mesa con el Mantel Verde. Los poetas no están alrededor. Los músicos no están alrededor. El lugar del que escucha no está enfrente. Los músicos y los poetas están dentro del vaso de agua, zambullidos. Qué frescor. La voz, esa fotografía de los órganos internos, esa vuelta-al-revés del sujeto de la enunciación, por esta única vez no tiene el eco impostado de la solemnidad o el tremor incauto de lo que anda en pos de losagrado. Los poetas, que están dentro del vaso de agua y son el vaso de agua, no se dirigen a la posteridad en esta ocasión sino, mundanamente, a la punzada del presente.
Si en Urbe Probeta, el primer disco de lo que ya parece una serie, confluyeron la poesía y la música electrónica, ahora, en Personae, se dan cita un grupo de poetas y un grupo de compositores que trabajan con las formas experimentales de la música contemporánea. Como en toda buena práctica colindante, aquí no se trata de que el poema o la pieza musical sirvan de ilustración la una a la otra, en una especie de reflejo pasivo. Al contrario, de lo que se trata es de imbricar las formas musicales con las formas del poema para cuestionar sus linderos y hacerlos explotar. No se trata, pues, de combinar dos cosas distintas para producir una síntesis cómoda, presta a los quehaceres de la vigilancia estética, sino de atravesar los terrenos de lo conocido para engendrar un artefacto inclasificable que, por lo tanto, cuestione nuestras maneras de leer y de oír: nuestras maneras de posicionarnos frente al hecho poético, frente al hecho musical y, eventualmente, frente al hecho poeticomusical.
Hay que escuchar Personae con mucha atención. Hay que aguazar el oído y disponerse a formar parte del espacio vocálico que, según Steven Connor, en Dumbstruck. A Cultural History of Ventriloquism, es intermitente, fluido y no serial. Entrañable por sardónica la voz de Deniz. Entrañable por ser, además, la voz de Deniz. Buscando también adentro, pero en esta ocasión dentro del quehacer de la memoria, el eco mundano de Carla Faesler juega con la composición para piano de Antonio Fernández Ros mientras ambos, la voz y la tecla, retroceden una y otra vez hacia un recuerdo que no puede tenerse a sí mismo. “Todos”, efectivamente, “se detuvieron”. Inolvidable por preciso el clarinete bajo que conecta e interrumpe la voz de Rocío Cerón mientras se pregunta: “¿qué hay debajo de la lengua?” Puesto que “pa’ hundirse da igual/ el mar o la mar”, resulta pertinente que la voz que enuncia “La Petenera” de Luis Felipe Fabre sea la voz de Mariana Gaber. Dominado por la música de Roberto Morales, la “Carta de un suicida” del poeta regimontano José Eugenio Sánchez apenas logra emerger ilesa, aunque lo hace con su característica ironía y el uso preciso de la línea versal. Quizá como ese “animal pequeño” que entra en el cuarto del poema de Myriam Moscona, esta Personae de linaje poundiano va haciendo el ruido “que hacen las mandíbulas al triturar un hueso”. Ese tipo de destrucción. El verbo roer. La inquietud. Vaya frescor. Quizá, como en el mismo poema, sea preciso cerrar los ojos y ver por dentro, y oír, como lo sugiere Moscona “al segundo corazón”. O, en su caso, al tercero. ~