“¡Hola, chicos! Soy su viejo amigo Steve King y les digo que si prohíben un libro en su escuela, vayan cuanto antes a la librería o biblioteca más cercana y descubran lo que no quieren que lean”. La frase la escribió el “maestro del terror” en la red X el 18 de enero de 2023, cuando 16 de sus obras y otros 300 libros fueron prohibidos en las escuelas del condado de Collier, Florida. La medida se basaba en un proyecto de ley aprobado por la Legislatura de Florida, que permite a instituciones educativas limitar los materiales que mencionan el sexo, el género, los pronombres y la salud reproductiva en el aula. Quién diría que la misma política censora comenzó a desplegarse hace menos de un mes en Argentina.
Aquí, el foco de la polémica es la novela Cometierra, de la escritora Dolores Reyes. Este libro, publicado por editorial Sigilo, cuenta la historia de una adolescente, cuyo apodo da título a la historia, que al ingerir tierra tiene visiones que la ayudan a localizar a niñas y mujeres desaparecidas. Es decir, es una suerte de vidente a quien la gente recurre para revelar cómo sucedieron los femicidios, quiénes son los culpables, dónde están esos cuerpos buscados con desesperación.
Ahí donde la ficción es parábola de una realidad dolorosa (según las últimas estadísticas, en Argentina una mujer es asesinada cada 35 horas), los sectores más conservadores del arco político ven otras cosas. Pornografía y pedofilia, por ejemplo. De hecho, la vicepresidenta Victoria Villarruel dijo en redes sociales: “¡Dejen de sexualizar a nuestros chicos!” al tiempo que transcribía “Fragmentos del libro Cometierra, repartido en aulas bonaerenses”. Lo que sería cómico si no fuera trágico es que uno de esos párrafos que despertó la indignación de Villarruel no hacía referencia al libro de Reyes sino a otro, que hoy también está en la “lista negra”, Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, una versión del Martín Fierro en clave feminista, que sigue a los personajes femeninos olvidados en el texto original de José Hernández. También figuran como “peligrosos” Las primas, de Aurora Venturini, ambientada en los años 40 y llena de “incorrecciones”, como retrasos madurativos y familias disfuncionales, y Si no fueras tan niña, de Sol Fantin, una autobiografía en la que la autora cuenta cómo fue abusada, entre los 13 y los 21 años, por el líder de una agrupación pseudorreligiosa y “new age”.
Todos estos libros, y otros, donde aparecen palabras y escenas explícitas pero que lejos están de ser pornográficos (ni siquiera eróticos, vale decir), fueron señalados por la Fundación Natalio Morelli, que presentó una denuncia contra el ministro de Educación bonaerense, Alberto Sileoni, por los presuntos delitos de corrupción de menores, difusión de material pornográfico a menores y abuso de autoridad, exigiendo la retirada de los textos de las escuelas. La denuncia se basa en libros que pertenecen a la colección Identidades Bonaerenses, distribuida a las bibliotecas de los colegios de enseñanza secundaria de la provincia de Buenos Aires. “Son libros para la secundaria superior, de 16 años en adelante, que llevan una guía muy exhaustiva de análisis y una inscripción en la que se aclara que requieren acompañamiento”, declaró el ministro Sileoni.
En un país donde la sola palabra “censura” despierta antiguos y aberrantes fantasmas, la contrarrespuesta no se hizo esperar. Así fue como, el sábado 23 de noviembre, más de cien escritores se dieron cita en el teatro El Picadero a las diez de la mañana para realizar una lectura colectiva de Cometierra. La elección del espacio tiene simbolismo: durante la dictadura, este lugar fue sede de Teatro Abierto, un movimiento cultural contra la dictadura cívico-militar, y el 6 de agosto de 1981, un comando militar hizo estallar bombas que lo destruyeron por completo.
“Que las cuatro autoras de los libros denunciados sean mujeres no es casual. Comparto el consejo que me dio la escritora española Irene Vallejo: leer el libro de Joanna Russ Cómo acabar con las mujeres, donde se cuenta cómo, históricamente, la forma de desprestigiar a las escritoras fue acusarlas de inmorales o pornográficas. O sea, los prohibidores de hoy no inventaron nada nuevo. Como con otras cuestiones ultraconservadoras, la historia se repite”, escribió en su columna del sitio Cenital la escritora Claudia Piñeiro, una de las mentoras de esta iniciativa que reunió a grandes escritores argentinos como Carlos Gamerro, Martín Kohan, Luisa Valenzuela, Liliana Heker, Sonia Budassi, Guillermo Martínez y Alejandra Kamiya, por nombrar algunos. También leyeron Dolores Reyes, Gabriela Cabezón Cámara, Sol Fantin, y la editora Liliana Viola en representación de Aurora Venturini, fallecida en 2015.
“Estoy pasmada, en shock, como quien, siguiendo ese juego infantil de antaño, pide que la pellizquen para darse cuenta de que lo que está sucediendo es real. Es agobiante la proliferación de noticias falsas y las asociaciones aberrantes, mentirosas y sensacionalistas, como, por ejemplo, que ante un texto disponible en una biblioteca de un colegio se estén ‘sexualizando las infancias’, cuando se trata relatos disponibles para estudiantes de 16 y 17 años que, dicho sea de paso, tienen acceso a materiales de verdad violentos, vía las redes sociales que tanto defiende este gobierno”, dijo a Letras Libres Sonia Budassi, participante de la lectura y autora de Los domingos son para dormir; La frontera imposible y Animales de compañía, entre otros. “Hay una subestimación de las lectoras y los lectores. Es una visión conductista que resulta chata, banal, bruta, además de peligrosa. Los cuentos eróticos de Julio Cortázar, por citar solo un ejemplo, no impedían ni estimulaban, décadas atrás, a que los varones compraran revistas pornográficas en los quioscos”, agrega Budassi.
Martín Kohan, uno de los más prestigiosos escritores contemporáneos, ganador del premio Herralde por su novela Ciencias Morales y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, también participó de la lectura. “Sentí frustración al advertir que quienes la criticaban no habían siquiera leído Cometierra. Hasta Miguel Paulino Tato [uno de los más conocidos censores de la dictadura argentina], de quien no tengo buena opinión, al menos veía las películas que censuraba. De manera que casi todo lo que se desarrolló a partir de ahí tuvo por base la ignorancia (desconocimiento del libro cuestionado), la mentira (es falso que el libro sea pornográfico, es falso que se dé como lectura para niños) y la violencia de la difamación (solo quienes sientan una indiferencia total respecto de la pedofilia pueden impulsar con tanta ligereza acusaciones arbitrarias en esa dirección)”, sostuvo Kohan. “El objetivo de esta lectura, por mi parte, es defender la libertad. Que la provisión de bibliotecas públicas y la elección de materiales de estudio, dentro de los parámetros que las leyes existentes ya custodian suficientemente bien, pueda hacerse sin presiones de censura”.
En relación con el impacto que este gobierno puede tener en el campo cultural, Kohan sostiene: “Lo que yo voy notando en este tiempo, en encuentros literarios de distinta índole, es la profunda satisfacción que produce volver sobre textos valiosos, generar espacios de intercambio igualmente valiosos, no quedar meramente a merced de las arremetidas de denigración al uso ni de las políticas de vaciamiento cultural imperantes”.
De más está decir que la convocatoria fue exitosa, tanto en lectores como en el público que desde temprano hacía fila para escuchar la lectura. “En un momento pensé que me iba a desmayar. Fue muy emocionante, pero la verdad que no lo tomo solo como algo personal; es una defensa por los libros, por la lectura, por la escuela, que es quien forma a los lectores en este país”, dijo a los medios presentes en el evento la propia Dolores Reyes, quien, como señala Piñeiro, fue sin dudas una de las más afectadas por esta campaña difamadora, ya que sobre ellas cayeron insultos, acoso sistemático y amenazas en las redes sociales.
Entrada la tarde, el escritor Julián López fue el encargado de leer el comunicado que firmaron 2,400 escritores, editores, periodistas, traductores y libreros de Hispanoamérica: “No somos rehenes de ningún régimen ni de ninguna campaña electoralista. No se pueden permitir ni la ridícula ofensiva oscurantista ni la violenta personalización sobre ninguna escritora o escritor para contiendas que no tienen nada que ver con las razones y los objetivos de nuestro trabajo”, concluyó, entre una lluvia de aplausos.
La unión hace la fuerza, dicen. Al momento, el resultado de este ataque arbitrario y descabellado es tan evidente como arrollador: hoy, Cometierra está agotado en las librerías argentinas. ~
nació en Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Letras, escribe ficción (Los años que vive un gato, Sueños a 90 centavos, Desmadres) y trabaja como periodista. Ha colaborado en diversos medios (Radar, Rolling Stone, Anfibia) y actualmente se desempeña como editora en el diario La Nación.