Leonard y Hungry Paul, el debut del escritor y músico irlandés Rónán Hession, me ha recordado a muchas cosas muy distintas unas de otras. Me ha recordado a los libros infantiles de Sapo y Sepo, de Arnold Lobel, las aventuras de dos sapos amigos. Pasean en bici por la campiña inglesa vestidos de tweed. También me ha recordado a la novela Oblómov, de Iván Goncharov, que cuenta la historia de un individuo que quiere reducir su vida a lo básico, a ser posible horizontalmente, y al personaje de Michael Scott de The Office, con su ingenuidad y puritanismo, y a la película de Alexander Payne The holdovers, que es un filme sobre la bondad humana. También pienso en los humoristas Joe Pera y Dax Flame, en los cómics de Peanuts (el alter ego musical de Rónán Hession es Mumblin’ Deaf Ro y uno de sus temas, “Cheer up Charlie Brown”, tiene de estribillo “Anímate Charlie Brown. Tu familia aún te quiere a pesar de que les decepcionas”).
Y me ha recordado también a Reddit, a los usuarios ligeramente (o no tan ligeramente) autistas de la red social que le sacan punta a todo y tienen hiperfijaciones y manías, y a un vídeo que se hizo viral el año pasado en el que un tiktoker entrevista a un hombre por la calle y le pregunta “¿Derechos LGTB o estabilidad económica?”, y él le responde “ambas”, el entrevistador le pide que elija una y él insiste en que pueden tenerse ambas, el entrevistador insiste e insiste pero el hombre dice “rechazo tu pregunta” hasta que cansa a su interlocutor: es el arquetipo del redditor, del hombre experto en debates online cuyo racionalismo a veces resulta exasperante.
Son bastantes referencias para una novela tan pequeña, una miniatura de la vida de unos individuos insustanciales. Leonard y Hungry Paul son dos amigos en la treintena. El primero es huérfano y vive solo en la casa de su madre, que falleció recientemente. El libro comienza con una brevísima y brillante biografía de su relación hasta su muerte, una idea arriesgada, pero que funciona, para comenzar una novela. Leonard trabaja escribiendo enciclopedias infantiles. Es muy bueno en ello: comparte con los niños una curiosidad voraz y una visión ingenua sobre el mundo. En cambio Hungry Paul, un mote que nunca se explica, no trabaja, aunque a veces sustituye al cartero del barrio cuando está enfermo y hace de voluntario en el hospital, donde agarra de la mano a ancianas enfermas y les lleva chocolatinas. Todavía vive con sus padres, que lo miman demasiado. Son una pareja extraña: siguen enamorados tras décadas de matrimonio. Su hermana mayor también está presente en la historia, aunque ya no vive en la casa familiar, y le reprocha constantemente su estilo de vida: “Tú llevas toda la vida por ahí flotando como si fueras el puñetero Winnie the Pooh; tú te puedes pasar un día entero buscando una caña de pescar o pensando en la forma que tienen las nubes mientras papá, mamá y yo nos ocupamos del dinero, el trabajo, los problemas y esas cosas.” Leonard y Hungry Paul quedan a menudo para jugar a juegos de mesa y hablar del universo o de cualquier cosa, se llaman por teléfono para contarse las buenas y las malas noticias, hacen recados juntos. El núcleo del libro es su amistad, que “no era una simple cuestión de conveniencia para dos hombres callados y solitarios, sin muchas más opciones: era un pacto. Un pacto de resistencia al torbellino de hiperactividad e insensibilidad en el que había quedado envuelto el resto del mundo. Era un pacto de simplicidad, que se oponía a las fuerzas de la competitividad y al ruido”.
No hay mucho más. Y ahí está la virtud de esta novela de detalles insustanciales, conversaciones banales, cotidianidad. Aquí no hay redenciones ni epifanías. Hay una perfecta sintonía entre la ética y la estética del libro. La voz del narrador es entrañable, serena, y sus consejos están llenos de una sabiduría calmada y cómplice. “Siempre había asociado la paz interior con la felicidad, como si fuera una especie de estabilidad en la que se transformaba la felicidad cuando era verdadera. Pero ahora se dio cuenta de que la paz interior es independiente de cualquier otro sentimiento. La profunda paz interior que sentía ahora tenía un tono apagado. No era algo alegre, sino melancólico. Era una profunda aceptación del mundo tal como era, sin preferencias superficiales. Sintió que el peso del esfuerzo que había que hacer para ser feliz se levantaba de sus hombros.” A veces tiene una ingenuidad que recuerda a un libro infantil, pero luego se rompe con un humor sardónico o absurdo (en una escena especialmente hilarante, a Leonard le suena la sintonía de Crazy Frog en un ascensor lleno y le da vergüenza responder al teléfono), que recuerda a las obras de David Sedaris, con su mezcla de mala leche y referencias pop. Es una obra anticínica, pero no se va nunca al otro extremo: toca el melodrama romántico con la punta de los dedos, con delicadeza, pero se aparta rápidamente.
Es cierto que, aunque el núcleo es la amistad de los dos personajes, hay un romance. De los dos protagonistas, Leonard es el que más tiene ganas de salir al mundo y romper su burbuja, y conoce a alguien en el trabajo. La relación que surge es entrañable y profunda y llena de matices. Pero resulta ligeramente irritante que una novela sobre la amistad, que reflexiona sobre ella tan inteligentemente, que huye de los convencionalismos, necesite un romance clásico para redondearse. Es la lógica de Marge Simpson, que en el capítulo en el que el señor Burns encuentra pareja tiene una conversación con Lisa en la que dice: “Ya era hora de que el Sr. Burns encontrara una mujer. No soporto ver a un hombre soltero.” Lisa le responde: “Algunas personas disfrutan estando solas, mamá” Y ella dice: “No, todos deberían estar emparejados”, y se pone a juntar al perro y al gato, un salero y un pimentero, al bebé Maggie con un cactus. Quizá es una concesión comercial: hay lectores que no pueden soportar que sus personajes favoritos no acaben emparejados, por eso la gente escribe fanfics (las ficciones de fans), que si existen es fundamentalmente para que Harry Potter pueda follar finalmente con Hermione.
En realidad esta objeción es una coquetería de redditor. Tanto la amistad como el romance en Leonard y Hungry Paul funcionan y emocionan. Es una obra brillante y original, un manifiesto contra el cinismo y también a favor del silencio: en silencio uno escucha.
En un giro extraño de los acontecimientos, Hungry Paul acaba encontrando un trabajo como portavoz de la asociación de mimos del país. Es muy divertido cómo lo consigue. Un día leyó en el periódico que la Cámara de Comercio de la ciudad había organizado un concurso para resolver un problema: no hay una manera estandarizada de saludarse y despedirse formalmente en los emails. El ganador con la frase más acertada, que además se convertiría en la fórmula por defecto de la institución, recibiría 10.000 euros. La frase ganadora es la de Hungry Paul: “Por si lo anterior fuera de interés.” En su discurso de aceptación, no dijo nada, se quedó callado en el escenario. Su mutismo sorprendió tanto a uno de los mimos presentes en el acto (que era también una especie de feria) que lo contrató para su asociación. Tras ser nombrado, a Hungry Paul se le ocurre organizar un “club del silencio”: “Los domingos por la noche, ven a pasar una hora en silencio en la Asociación Nacional de Intérpretes de Mimo.” En el último episodio del libro, acuden todos los personajes. La banda sonora es “4’33” de John Cage. Y el silencio de cada uno es diferente. Como dice el narrador, “hasta cuando las personas no están haciendo nada, cada una lo hace a su manera”. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).