El primer festival de cine importante del año es Sundance: su selección es una valiosa clave no solo de qué tipo de festival quiere ser Sundance, sino de la clase de cine que desea defender, especialmente en las semanas iniciales de la turbulenta segunda presidencia de Donald “el aprendiz” Trump. En este sentido, no podían faltar las temáticas progresistas e identitarias típicas de un festival como Sundance: el cine de ficción LGBTQ+ estadounidense e internacional, las historias sobre la lucha por los derechos humanos dentro y fuera de Estados Unidos. Pero también en todas las secciones competitivas, tanto en la ficción como en el documental o en la animación, en el cortometraje y en el largometraje, apareció, transversalmente, lo mexicano.
No me refiero, por cierto, a cine mexicano propiamente dicho –este año la representación nacional fue bastante modesta– sino más bien, a lo mexicano como noción o sugerencia: a sus herencias musicales, a su inocultable fusión con la cultura estadounidense, a sus temáticas más conocidas y dolorosas. Incluso a su participación, aunque haya sido en forma de coproducción, en una de las cintas latinoamericanas más valiosas presentadas en el festival, La virgen de la tosquera (Argentina-España-México, 2025), un sugerente filme de horror dirigido por Laura Casabe y basado en un par de cuentos de la escritora argentina Mariana Enriquez.
Pero vayamos por partes. Y, de entrada, por las partes pequeñas, pero para nada menores. Susana (México – E.U., 2025), cortometraje de 15 minutos dirigido al alimón por el mexicano Gerardo Coello Escalante y la estadounidense Amandine Thomas, está centrado en los ires y venires por la Ciudad de México de Susan (Bonnie Hellman Brown), una buenaza turista gringa de mediana edad que camina por todas partes, de la Lagunilla hasta Xochimilco pasando por alguna alegre cantina nocturna, con los ojos bien abiertos, siempre sonriendo, tratando de conectar con este escenario tan “Mexican curious” que, sin querer y sin darse cuenta, terminará depredando.
El corto me remitió a la pequeña obra mayor de Alexander Payne 14e arrondissement, cortometraje que forma parte del filme colectivo París, te amo (2006) y lo digo como elogio: en las dos turistas gringas protagónicas, la de París y la de la Ciudad de México, hay un intento de conectar con el otro que no termina de funcionar por distintas razones. En ambos casos se desliza un dejo de ironía que nunca llega a la crueldad porque, en este caso, Susan no tiene la culpa de no darse cuenta del privilegio de ser una gringa en nuestro país.
El otro cortometraje mexicano en competencia –y ganador en la categoría de corto animado– es, más bien, francés, y está centrado en el tema de la violencia y las desapariciones. O sea, ¿otra vez Emilia Pérez? Nada de eso: aunque Como si la tierra se las hubiera tragado (Francia, 2025) es, en efecto, una producción francesa, la realización es de la joven cineasta mexicana Natalia León que, con una animación que vira del color al sepia, narra la fragmentada historia de una mujer que regresa a su pueblo natal para encontrarse con los traumáticos recuerdos de su no tan lejana infancia, cuando su inocencia se topó, por vez primera, con el horror interminable de los feminicidios. El corto de 14 minutos está hecho con la sensibilidad de la que carece la justamente vilipendiada cinta de Jacques Audiard, y no solo porque León sea mujer y mexicana, sino porque es claro que no está en su agenda la apropiación exótica de esa tragedia.
Tampoco hay asomo de morbo en el gozoso documental musical Selena y Los Dinos(E.U., 2025), segundo largometraje de la ascendente Isabel Castro (su ópera prima, también documental, es Mija, de 2022), filme ganador de un premio especial del jurado debido a su experto uso del pietaje de archivo con el que reconstruye, desde sus bullentes inicios a su inesperado y trágico fin, la vida y la carrera de Selena Quintanilla.
Castro y su editora Carolina Siraqyan tuvieron acceso no solo a los testimonios de primera mano de la familia de Selena –los hermanos son, de hecho, productores ejecutivos del filme– sino que también echaron mano de todo el material videográfico posible, desde las más lejanas imágenes en las que vemos a una Selenita de seis años cantando sin pena alguna frente a quien se deje, hasta sus apoteósicos conciertos en los dos lados de la frontera, cuando la joven texana-americana ya estaba convirtiéndose en una genuina superestrella.
La hagiografía de Selena es inevitable, pero esto no es un defecto sino el objetivo mismo del filme: celebrar no solo la herencia cultural y musical de la malograda cantante, sino explorar los orígenes de la música texana, sus conexiones con la música mexicana tradicional, con las propias melodías estadounidenses de la época y la evolución que significó su exitosa fusión con ritmos afroantillanos como la cumbia. Un elemento interesante que presenta Castro en este muy bailable documental es la manera en la que los hijos Quintanilla (Selena y sus hermanos) terminaron regresando a sus raíces mexicanas para abrevar musicalmente de ellas, sin oportunismo de ninguna especie.
Aunque nunca se menciona de manera explícita, lo mexicano está muy presente también en Serious people (E.U., 2025), una hilarante autoficción dirigida a cuatro manos por el videoasta mexicoamericano Pasqual Gutierrez y el cineasta estadounidense avecindado en China Ben Mullinkosson. Gutierrez y su socio y compañero Raúl (RJ) Sánchez son dos videoastas mexicoamericanos que forman la pareja creativa conocida como Cliqua, que ha realizado videos musicales para Rosalía, Bad Bunny, The Weeknd y hasta Madonna. Pasqual está casado y a punto de tener su primer hijo cuando aparece la oportunidad de hacer un video musical para Drake, así que, para no perder la oportunidad de trabajar para el célebre rapero, pero tampoco dejar a su mujer pariendo sola en el hospital, decide contratar a un doble que se haga pasar por él y dirija el susodicho video. Total, para los gringos, un mexicano es igual a otro mexicano.
Gutierrez contrata a un tal Miguel (Miguel Huerta), a quien instruye en cómo ser un buen director (“Hay que tomar decisiones, nunca digas que no sabes algo”) pues de todas formas ahí estará la otra parte de Cliqua, Raúl, quien al final será quien, se supone, tome todas las decisiones. El problema es que Miguel se toma muy en serio lo de dirigir el video musical, tiene opiniones de todo lo que le rodea y se enoja como cualquier diva hollywoodense cuando el latte que pide no está como él lo deseaba. El resultado es una hilarante sátira sobre el mundo angelino de los videos musicales, como una suerte de La noche americana (1973), solo que en lugar del François Truffaut como el cineasta perpetuamente emproblemado, hay un improvisado y torpísimo “director” que no tiene idea de lo que debe hacer, pero igual tiene la autoridad para hacerlo. Una de las más gratas y divertidas sorpresas del festival.
Lo que no fue ninguna sorpresa fue la ya mencionada cinta argentino-hispana-mexicana La virgen de la tosquera. Sobre “El carrito” y “La virgen de la tosquera”, dos breves relatos de Mariana Enríquez contenidos en el libro Los peligros de fumar en la cama, la directora Laura Casabe y su argumentista/adaptador, el también cineasta Benjamín Naishtat (extraordinarias Rojo,2018, y Puan, 2023, codirigida con María Alché), nos presentan un inquietante relato de horror cotidiano en una Argentina al borde del abismo, en aquel lejano 2001 que, por desgracia, no parece tan diferente a este 2025.
Aunque a bote pronto las dos historias de Enríquez elegidas para esta fusión cinematográfica no parecen tener mucho en común –un vagabundo defeca en la mitad de la calle de un barrio clasemediero, provocando una maldición entre todos los habitantes de ese lugar; una adolescente se enamora obsesivamente de un muchacho que se interesa a su vez por otra mujer algo mayor–, lo cierto es que el ambiente ominoso que crea Casabe se vuelve cada vez más asfixiante en la medida que avanza la historia.
En La virgen de la tosquera estamos frente a una sociedad que ha empezado a perder todo viso no solo de humanidad o de empatía sino incluso de la mínima civilización, donde, por lo mismo, todo resulta válido y todo es permitido, desde descargar los intestinos en la calle hasta disfrutar de la más animalesca de las venganzas. Es la Argentina de 2001, habrá que decir. ¿O es la Argentina de Milei? ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.