El orden mundial de Trump

Trump quiere imponer un orden mundial transaccional, que desmantele el multilateralismo. Esta estrategia erosiona el liderazgo global de Estados Unidos y acelera el declive de su hegemonía.
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Trump ve el futuro del mundo como una arena de grandes potencias –Estados Unidos, China y Rusia– que dominan el panorama global con el respaldo de algunas fuerzas regionales estratégicas como Israel, India, Turquía, Arabia Saudita o los Emiratos Árabes Unidos. Estas naciones actúan como piezas clave dentro de sus respectivas esferas de influencia, reforzando un orden mundial basado en relaciones de poder directas y desprovistas de intermediación multilateral. Su visión es esencialmente hobbesiana: un mundo regido por la competencia despiadada entre “naciones dominantes”, sin espacio para instituciones internacionales, tratados multilaterales o coaliciones que acoten el poder de los actores principales.

Para comprender la mentalidad de Donald Trump, es fundamental analizar la influencia de Roy Cohn, su mentor y estratega en los primeros años de carrera. Cohn, un abogado despiadado con profundos vínculos en los círculos más oscuros del poder, inculcó en Trump una doctrina de combate basada en tres principios inquebrantables: jamás admitir errores, nunca disculparse y siempre contraatacar con una fuerza desproporcionada a sus “adversarios”. Esta enseñanza potenció en Trump un narcisismo patológico, donde el reconocimiento y la dominación no solo son aspiraciones, sino necesidades fundamentales de su propia naturaleza y esencia personales (el “instinto asesino”, para utilizar su propia terminología). La soberbia es, sin duda, su principal defecto de carácter, y esta le imposibilita cualquier negociación genuina, pues interpreta toda concesión como una humillación intolerable. En su concepción del poder, los acuerdos no son mecanismos de cooperación, sino escenarios de confrontación donde solo hay vencedores y vencidos. Desde esta perspectiva, su enfoque político y diplomático no se rige por la búsqueda de equilibrios o consensos, sino por la imposición unilateral de su voluntad mediante la fuerza, sin considerar los costos estratégicos a largo plazo que conlleva para Estados Unidos.

El lamentable enfrentamiento con Volodímir Zelenski en la Casa Blanca ilustra con precisión que Trump concibe las relaciones internacionales exclusivamente en términos de transacciones de poder. Al condicionar el respaldo estadounidense a Ucrania con un ultimátum (“O haces un trato o estás fuera”), dejó en evidencia que, bajo su lógica, la seguridad de un aliado no constituye un imperativo estratégico, sino una ficha de negociación. Para Trump, la diplomacia no se basa en la construcción de alianzas duraderas, sino en acuerdos de corto plazo cuyo único objetivo es la afirmación de su autoridad. El vergonzoso episodio en la Oficina oval encapsula la arquitectura de confrontación que define a Trump. El incidente con Zelenski no fue un episodio aislado de tensión diplomática, sino un reflejo profundo de la transformación del orden mundial bajo la lógica trumpiana.

Esto representa un giro radical respecto al modelo tradicional de relaciones internacionales que Estados Unidos promovió por décadas, basado en alianzas estratégicas y compromisos a largo plazo. Trump opera desde una lógica primitiva y confrontacional: si sus aliados no se pliegan a sus condiciones, el vínculo no solo se tensa o se rompe, sino que su reacción suele ser desproporcionadamente agresiva, reduciendo la diplomacia a una dinámica de sometimiento, humillación o castigo.

La conclusión más alarmante de este episodio es que ya no estamos simplemente ante una erosión del liderazgo estadounidense en el orden internacional, sino ante un punto de inflexión en el que Estados Unidos podría estar propiciando la implosión del sistema que con décadas de esmero edificó. Las potencias ascienden y caen, pero quizá solo una ha logrado consolidar su hegemonía y limitar su propio poder: Estados Unidos. Tras la Segunda Guerra Mundial, promovió la creación de la ONU, el derecho internacional y un sistema comercial basado en acuerdos internacionales. La premisa fundamental de esta estrategia era que, tarde o temprano, otra potencia emergería, y que los intereses a largo plazo de Washington estarían mejor protegidos si existían salvaguardias creíbles que garantizaran la estabilidad global.

A lo largo de la historia, ha habido múltiples predicciones sobre el declive de este orden o sobre el debilitamiento del liderazgo estadounidense dentro de él. Sin embargo, la actual sensación de alarma en Europa refleja algo más profundo que un simple sistema bajo presión. Incluso entre aquellos que consideran que Zelenski pudo haber manejado mejor la situación, quienes insisten en que Europa debe asumir una mayor responsabilidad en su propia defensa o quienes creen que los movimientos de Trump son meras tácticas para presionar para obtener un mejor “deal”, prevalece un temor latente: que Estados Unidos ya ni siquiera percibe el valor del sistema de delicados contrapesos internacionales que ha mantenido a raya el estallido de una tercera guerra mundial.

Daron Acemoglu, premio Nobel de Economía y coautor de la influyente obra “¿Por qué fracasan las naciones?”, advirtió en su reciente artículo “After the American century”que la hegemonía económica y política de Estados Unidos comenzará a desmoronarse en la próxima década. Su análisis es contundente: el debilitamiento de las instituciones democráticas, la creciente desigualdad y el abandono del multilateralismo han erosionado los pilares que sostenían el liderazgo estadounidense. Acemoglu sugiere que la única forma de evitar este declive es mediante el fortalecimiento de las instituciones, la promoción de políticas que reduzcan la desigualdad y un renovado compromiso con la cooperación internacional. Evidentemente, con Trump al mando, esta visión parece una quimera.

Trump no solo desmantela el andamiaje internacional que sostuvo el dominio estadounidense. Como advierte Acemoglu, está también erosionando las  instituciones internas de la democracia estadounidense, al transmutar la diplomacia visionaria por la transacción primaria y la alianza estratégica por la imposición narcisa. Olvida que los potencias no solo caen por el asedio de sus enemigos, sino por las grietas que, silenciosas, se abren en las entrañas del imperio para desgajarlo. ~


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