Camino hacia el cine pensando que Ang Lee (Taiwán, 1954) es un director sobrevalorado, favorecido por la injusticia (porque la injusticia beneficia tanto como la justicia; la diferencia es a quién). Reconocer que no me gustó casi nada de su película más exitosa hasta ahora, Tigre y Dragón (2000), por la que obtuvo un Oscar, no es una buena manera de empezar un artículo, pues probablemente me indispone contra la mayoría de los lectores. Y yendo hacia el oeste, acercándonos a Brokeback Mountain y los vaqueros, Cabalgando con el diablo (Ride With the Devil, 1999) es un western que olvidé inmediatamente (y en este caso, no por mi galopante pérdida de memoria y neuronas). Mientras saco la entrada me digo que estoy siendo cicatero: La tormenta de hielo (1997) me parece una película excelente.
Hay otro motivo que puede prevenir en contra de Brokeback Montain, pienso, mientras el acomodador mira mi entrada: es una de esas películas que se han convertido en algo más, en un fenómeno sociológico. Recuerdo, suspicaz, el precedente de Philadelphia (1993), una película que acertó en el tema y el momento, homosexualidad y sida, que obtuvo un gran reconocimiento… y que era una mediocridad, aunque pocos se atrevieran a decirlo.
Bien, ya me he sentado en mi butaca, y empieza la sesión. Brokeback Mountain dura 130 minutos. Me quedo con el sobrio título original, mucho más acorde con el espíritu de la película, aunque En terreno vedado, con el que se ha doblado aquí, está directamente sacado del relato de Annie Proulx en el que se basa, y hace referencia a la estricta intimidad de la relación entre Jack y Ennis, en la que nadie –ni siquiera la mujer de éste– puede entrometerse. El título para Hispanoamérica, Secreto en la montaña, nos lleva directamente hacia el culebrón.
Son 130 minutos, decía, y Ang Lee no tiene prisa, se toma su tiempo, desde la primera escena hasta la última. Las situaciones se repiten, no hay grandes cambios ni, desde luego, giros inesperados, y los diálogos son lentos, masticados. Sin embargo, la película no se me hace pesada, sino que me parece honda y, a veces, emocionante. Una música excelente, perfectamente conjuntada con los sombreros y los amplios cielos. Unas interpretaciones medidas, nada gesticulantes. El peso principal, sin que nadie desmerezca, recae en el australiano Heath Ledger, quien, tras Destino de caballero y El patriota, da un afortunado giro a su carrera. Su personaje, Ennis del Mar, está lleno de defectos, no se nos hace simpático, y sin embargo, le compadecemos. Un aire clásico impregna todo el conjunto elegante y delicado, en el que chirría el personaje del suegro de Jack, un brochazo en una película de pinceladas. Ese personaje, por cierto, apenas se menciona en el relato de Proulx. Algún error habían de cometer Diana Ossana y Larry McMurtry en su espléndida adaptación, que crea nuevos personajes, profundiza en otros, y añade estupendas frases, como esa con la que prácticamente se presenta la futura esposa de Jack, “¿A qué esperas, vaquero? ¿A entrar en celo?”. Aunque el relato de Proulx, seco, preciso, directo, sea muy bueno, creo que, contradiciendo el tópico, la película es aún mejor. McMurtry es guionista también de la inolvidable The Last Picture Show (1971), lo que puede ser algo más que una casualidad, pues participan del mismo espíritu.
Me pregunto si hay algo novedoso en Brokeback Mountain (dejando aparte que, en mi opinión, lo bueno siempre tiene algo de novedoso). Creo que poca cosa: que en lugar de una historia de cow-boys o cow-girls, estemos ante una de cow-gays. Su éxito puede explicarse en parte porque no hace falta “entender” para entenderla. La relación entre Ennis y Jack es igual que la de mil historias heterosexuales, de amores imposibles porque alguno de sus protagonistas no se atreve a desafiar las convenciones sociales que le rodean. ¿Es un western, como todo el mundo dice, o un melodrama? ¿Es un western revolucionario, o no es revolucionario, porque no lo es? ¿Para llamar western a una película basta con que transcurra en Wyoming –aunque en parte esté rodada en Canadá– y los protagonistas vistan tejanos y sombreros? ¿Da igual que transcurra entre 1863 y 1883 que entre 1963 y 1983, por poner un ejemplo? ¿Que no haya buenos ni malos, que sea una historia pequeña –aunque tan grande como se quiera– y cotidiana, que no haya un enfrentamiento entre la integridad y el mal? Conocí a un tipo que había hecho un bolígrafo revolucionario. Era tan revolucionario que no escribía, aunque encendía pitillos. Yo llegué a la conclusión de que en realidad era un mechero y no un bolígrafo. Esto no hace mejor ni peor la magnífica película de Ang Lee, pero saber que no es un western puede ayudar a situarnos.
Se encienden las luces, y me fijo mejor en el público que me rodea: parejas de heterosexuales, hombres solitarios (como yo mismo), una anciana, una madre con una niña de ocho años y su hermana mayor… Es reconfortante ver que, al contrario que en el midwest americano descrito por Proulx, en Madrid lo homosexual no despierta rechazo.
Camino por la calle conmovido por la escena final, la visita de Ennis a la casa familiar de Jack, interpretado también magníficamente por Jake Gyllenhaal, y pensando que es la mejor película de Ang Lee, un director que se acerca con ella al altar en el que hace tiempo han querido ponerle. La más lírica, también.
Brokeback Mountain se ha llevado tantos premios que podría haber ocupado medio artículo enumerándolos. Destacan el León de Oro de Venecia y los Globos de Oro (mejor película dramática, mejor director, mejor guión, mejor canción). Está nominada a los Oscar en ocho categorías (película, director, guión adaptado, actor, actor de reparto, actriz de reparto, banda sonora y fotografía). En enero, en la presentación de la gala de los Goya, tan autocomplaciente y quejica como casi siempre, la directora de la Academia, Mercedes Sampietro, avisaba de la amenaza que supone para el cine español “la desproporcionada competencia de niños magos, gorilas gigantes y ogros verdes que acaparan nuestras pantallas”. Eso, aunque sea grave, no es lo peor: lo peor es que el cine estadounidense –o inglés, si a niños magos vamos– compite y abruma no sólo con efectos especiales, sino con afectos especiales, con películas como la de Ang Lee, sencillas y complejas a la vez. Hollywood es mucho más grande que el estereotipo al que algunos quieren reducirlo.
Abro la puerta de mi casa pensando en Ennis y Jack. Hay tanta tristeza en su historia, es tan dura y melancólica, tan seca y romántica a la vez, y es tan poco quejica y autocomplaciente su relación, que creo que tardaré bastante tiempo en olvidarla. Empiezo a pasarme al numeroso bando de los que opinan que Ang Lee es uno de los grandes. ~
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