El premio mayor a Poetry

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¿Qué hacer con cien millones de dólares regalados? Es una pregunta ociosa casi para cualquiera; sin embargo para Joseph Parisi y Steven Young, editores de la revista Poetry, que se publica mensualmente en Chicago, es casi un asunto existencial desde que, a mediados de noviembre pasado, una millonaria excéntrica decidió desprenderse de ese monto para donarlo a su revista favorita como quien se sacude una pelusa del hombro. Justo en la fiesta de celebración por los noventa años de Poetry, Parisi anunció a los invitados el regalo insólito de la señora Ruth Lilly, una lectora de 87 años a quien no le importó que hace algún tiempo sus sentidos poemas fueran rechazados por los editores, aunque los maliciosos podrían sospechar que fue precisamente el despecho lo que motivó su donativo, para tenderle una trampa mortal a esta modesta publicación que en el futuro ya no será la misma, para bien o para mal…
     Poetry es quizá la revista de poesía más veterana del mundo y la más prestigiada en su tipo de las letras inglesas. Hoy sus editores consideran incluso que el devenir de la poesía del siglo xx en Estados Unidos no puede entenderse sin considerar la historia de esta publicación, y la verdad es que no exageran. Entre los grandes éxitos de Poetry están haber publicado “Love Song of J. Alfred Prufrock”, de T.S. Eliot; “Chicago Poems”, de Carl Sandburg; “Sunday Morning”, de Wallace Stevens; los primeros poemas importantes de Ezra Pound, Marianne Moore, William Carlos Williams, Robert Frost, Frank O’Hara y Robert Lowell, entre muchos otros, y la lista de colaboradores notables podría ampliarse hasta el cansancio. T.S. Eliot la definió en su justa dimensión: Poetry es una institución americana.
     A su vez la revista no puede desligarse de la biografía de la escritora Harriet Monroe, quien la fundó en 1912, en parte para abrir un foro donde publicar sus textos, y también para poner en práctica un plan lunático: hacer negocio con un mensuario de poesía siguiendo el ejemplo del éxito de ventas que entonces tenía el Saturday Evening Post al publicar cuentos. Para su proyecto, Monroe comprometió a cien personajes de la elite económica de Chicago a financiar durante cinco años la empresa, enroló al respetado Ezra Pound, invitándolo a ser editor asociado desde Londres, y logró que Poetry se convirtiera en trinchera de las batallas del incipiente movimiento imaginista. Además, Monroe fue perfeccionando una especie de filosofía editorial basada en una frase de Walt Whitman que tomó como lema: “Para tener grandes poetas debe haber también grandes públicos.” En el libro El comercio con las palabras (recién publicado en México por Editorial Verdehalago), puede consultarse la investigación que la estadounidense Claire Hoertz Badaracco hizo sobre la efectiva mercadotecnia y las técnicas publicitarias que utilizó la escritora para sacar adelante Poetry, un esfuerzo en el que se comportaba casi como reformadora social para hacer que las masas se interesaran en la poesía a través de conferencias, recitales, autopublicitando sus logros o promoviendo la polémica. Y si bien la idealista Harriet Monroe jamás consiguió por supuesto que el pueblo norteamericano se interesara en la poesía tanto como en el beisbol, al menos logró que su revista fuera un negocio autofinanciable y resistente a crisis, como el rompimiento de Pound con el proyecto, y a otras más graves, como en los años aciagos de la Depresión, cuando Poetry se sostenía con las uñas para no extinguirse al igual que decenas de publicaciones en todo Estados Unidos, mientras Monroe hacía autopropaganda de altos vuelos al afirmar pretenciosamente que la revista levantaba el ánimo de Chicago.
     Qué gusto le habría dado a la infatigable Harriet atestiguar el gran golpe publicitario de Poetry al conocerse el espectacular donativo recibido. Porque, si bien es cierto que su prestigio es indiscutible, sin los millones de por medio la revista difícilmente habría llamado la atención de The New York Times, que publicó no sólo varias notas sobre el regalo de Ruth Lilly, sino también un editorial para aconsejar a los editores hacer buen uso del dinero. Y ellos ya se deshacen en planes: desde mudarse de su modesta oficina en el segundo piso de una biblioteca privada y por fin pagar más a los colaboradores, hasta crear una sólida fundación para promover y difundir la poesía en Estados Unidos. De hecho todo lo pueden llevar a cabo porque, de ser una publicación discreta, hoy Poetry es una de las revistas más ricas del planeta.
     Y apoyándose en ese cuantioso patrimonio, ¿la fantasía de Monroe de crear un gran público para la poesía podrá hacerse realidad? Mientras los editores Parisi y Young parecen dispuestos a enfrentar el reto de echar por tierra que la poesía es un género para minorías, ya hay otras sugerencias más modestas, como la del poeta Billy Collins, que medio en serio y medio en broma propuso: “Que el pago por colaboración se suba de dos a dos mil dólares la línea.” Ésa es la justicia poética. ~

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