Cuando empecé a preparar Panorama de Narrativas el nombre de los Bowles, Paul y Jane, una extraña pareja, era poco más que una contraseña para los muy iniciados. Dos damas muy serias (pn 1), de Jane Bowles, había sido publicado en Inglaterra por Peter Owen, un editor independiente, excelente, minoritario y de finanzas siempre precarias.
Me encantó esta extravagante y chifladísima novela y decidí inaugurar con ella la colección. Además de una introducción propiamente dicha a la novela, a cargo de Francine du Plessine Gray, se añadió un perfil escrito por su fan Truman Capote: para él y otros muchos, incluido Paul Bowles, el auténtico talento literario pertenecía a Jane, she was the one.
El exquisitísimo Franco Maria Ricci, a quien conocí ya en el 69, en mi primera Feria de Frankfurt, tenía entre sus colecciones una de literatura, la Biblioteca Blu, refinada, con textos inesperados, quizá demasiado, rozando la extravagancia, por lo que tuvo poca continuidad. Entre ellos estaba una perla, Parodia, de Ruggero Guarini, con prólogo de J. Rodolfo Wilcock, que había sido saludada como la primera gran novela erótica italiana, "una tentativa de romper el muro del sonido de la Obscenidad", en palabras del autor, en la que destacaban, escrito está, "la maestría casi ofensiva del estilo y el irónico centelleo de una cultura refinada y exquisita". Guarini fue el primero de los muchos escritores italianos publicados en esta colección.
Batallas de amor, de la norteamericana Grace Paley, fue el tercer título. Una escritora extraordinaria, de gran actividad política y feminista, siempre en la brecha izquierdosa, en detrimento de su actividad literaria, reducida a tres excelentes libros de relatos, publicados en esta colección, poemas y ensayos. En un viaje a Estados Unidos fuimos a visitarla a su casa al norte de New Hampshire, una cabaña en el bosque en la que vivía con su marido, también escritor, donde nos prepararon una cena con productos de su huerto. También estuvo una vez en Barcelona, con ocasión de una Feria Feminista en las Atarazanas, y organizamos una comida en casa con ella, Angela Carter y otros amigos. La primera vez que oí hablar de ella fue en los años 70, en una visita a Barcelona del gran cuentista Donald Barthelme, a quien había publicado en la Serie Informal tres libros de relatos. (Axioma: Barthelme fue el gran cuentista de los 60 y 70, a quien todos admiraban; su relevo, en un registro bien opuesto, fue Raymond Carver, en los 80, el otro gran maestro.) En un almuerzo en La Venta, entre vodkas y vodkas y más vodkas (antes de empezar a comer), me recomendó especialmente a una autora y un título, espléndido, que me apuntó en un papelito: Enormous Changes at the Last Minute. Retuve el papelito y el nombre y el título y cuando lo leí se lo agradecí a Donald: en Panorama de Narrativas se editaron los tres libros de relatos de Grace Paley, por su orden cronológico de publicación en inglés.
El cuarto fue una rareza, de sugestivo título: Medianoche en Serampor, que reunía dos hermosas novelitas del rumano Mircea Eliade, tan conocido por sus estudios sobre las religiones, y a quien había publicado en la excelente colección Nouveau Cabinet Cosmopolite, de Stock, la que después fue gran amiga, Marie Pierre Bay.
Con el quinto, A pleno sol, comenzó la "operación Patricia Highsmith", una autora poco publicada en España y con escaso éxito, básicamente conocida por las películas basadas en sus novelas Extraños en un tren, A pleno sol y luego El amigo americano. La autora, que detestaba los Estados Unidos, tras una muy larga estancia en Francia se había trasladado a un pueblecito de la Suiza italiana y había nombrado agente de sus obras a Diogenes, su editorial en lengua alemana, con residencia en Zurich. Mercedes Casanovas y Michi Strausfeld habían puesto en marcha una agencia literaria en Barcelona. Michi se encargaba de los derechos de Diogenes Verlag y se empeñó, con notable éxito, en cambiar el destino de Patricia Highsmith en lengua española. Tras tanteos con varias editoriales, finalmente Anagrama hizo la mayor apuesta y contrató de golpe bastantes títulos, mientras que Alianza y Alfaguara albergaron algunos otros de la extensa obra de la autora.
Los dos primeros títulos publicados, en el otoño de 1981, fueron A pleno sol (PN 5) y La máscara de Ripley (PN 7), la presentación en sociedad, en una colección declaradamente literaria, de Patricia Highsmith y de su héroe o antihéroe favorito, Tom Ripley, el elegante asesino, nonchalant e impune. Poco antes, los cineastas Fernando Trueba y Óscar Ladoire habían ido a su casa de Suiza, donde la entrevistaron para El País. Con ellos dos, y otro gran fan, el cineasta y escritor Gonzalo Suárez, organizamos una presentación en la librería Visor de Madrid que fue el pistoletazo de salida para una de las grandes estrellas de la colección, seguido en la primavera del 82 por El amigo americano (PN 15). "Se los llevan de tres en tres", me comentaban los encargados de la caseta de Anagrama en la Feria de Madrid. La autora ya estaba lanzada. En el periodo aquí comentado se publicaron un total de siete títulos de Patricia Highsmith, que llegaron más adelante hasta 19, y que fueron decisivos para la implantación de Panorama de Narrativas.
Regresando al orden cronológico, el sexto título de 1981 fue La leyenda del Santo Bebedor, una breve joya de Joseph Roth que había leído en la edición de Adelphi, una editorial italiana que seguía con particular atención, cuyo director era Roberto Calasso, buen amigo y después auteur maison. De los cuatro libros publicados por este gran escritor, fue el único que tuvo un notable éxito de ventas, propiciado sin duda por el prólogo que le pedí, por razones obvias, a Carlos Barral y que éste generosamente escribió, y por el tema, que no nos era precisamente ajeno: "De cómo el vino transforma el mundo, cambia sus leyes, todas, incluso la virtud de los santos, para hacerlo habitable y agradable a los que creen en él". Palabras de Barral.
Otro autor en lengua alemana fue Thomas Bernhard, del que en España sólo se había publicado unos años antes Trastorno, en Alfaguara, con el típico succés d'estime y ventas escuálidas. En aquellos años, después de la Feria de Frankfurt acostumbraba a pasar unos días en París, para ver cine, exposiciones y desengrasarme un poco de libros, pero no tanto, porque solía visitar a los editores François Maspero y Jérôme Lindon, que jamás ponían los pies en Frankfurt. En uno de esos viajes, en la librería La Hune, estratégicamente situada entre el Café de Flore y Les Deux Magots, y que estaba abierta hasta las tantas, compré un libro publicado por Gallimard, una novela breve, Oui, de Thomas Bernhard, que leí con entusiasmo en el hotel. Lo contraté y se transformó en Sí (PN 8), con un prólogo de un autor-lector tan exigente como Luis Goytisolo (para quien, aparte de Proust, Musil, Faulkner y Joyce, escaso interés tiene la novelística del siglo xx). Pedí más obras suyas a la agente de su editorial, Suhrkamp, pero Alianza las tenía en opción desde hacía meses y al final se decidieron. Por fortuna había otra vía, la editorial austriaca Residenz Verlag, para una veta mayor de la obra de Bernhard, su pentalogía autobiográfica, compuesta por El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño, publicados en la colección entre el 84 y el 87.
1982 empieza con otro italiano, o mejor dicho, argentino, que después de escribir en español se marchó a Roma y se pasó al italiano: J. Rodolfo Wilcock, autor de La sinagoga de los iconoclastas (PN 9), que presentamos con un prólogo de Ruggero Guarini (a modo de devolución de la visita). Un libro excepcional —una galería de retratos de utopistas, inventores, teóricos, sabios, todos ellos abnegados héroes del absurdo—, que se inscribe en la línea de Vidas imaginarias de Marcel Schwob y La literatura nazi en América de Roberto Bolaño, por nombrar un predecesor y un sucesor.
La colección de cuentos muy breves La mujer oculta, de Colette, fue el primero de los cuatro títulos publicados en Panorama de Narrativas de esta gran autora, heterodoxa, inconformista, escandalosa, gloriosamente amoral y de sensualísima prosa. Un libro que no excluye una ácida visión de las relaciones amorosas: "ese calabozo que se llama la vida a dos", "el moho de la vida conyugal".
Amor por un puñado de pelos (PN 11), de Mohammed Mrabet y Paul Bowles, es quizá el mejor ejemplo de la abundante colaboración entre ambos: Mrabet le contaba sus historias magrebíes a Paul Bowles, quien las elaboraba y escribía en inglés. El libro lo había publicado Peter Owen y me lo había recomendado Juan Goytisolo, quien escribió un excelente prólogo. Por fin, fetichismo de editor, podía inscribir a Paul Bowles en el catálogo: unos años antes, en los 70, conversando en México con Carlos Monsiváis de tantísimos libros, salió en la conversación Paul Bowles, de quien Black Sparrow Press (el editor de Bukowski) había publicado sus Collected Stories, una amplia colección de cuentos. Carlos se ofreció a hacer una selección y traducirlos él mismo, pero no fue posible un acuerdo, insistieron en la edición íntegra. Se trataba de un libro muy extenso, una inversión considerable en una mala época de la editorial, y con dos agravantes excesivos: ser un libro de relatos y además de un escritor entonces desconocido en nuestro país.
Compañía (PN 12), de Samuel Beckett, un autor a quien había empezado a admirar leyendo su obra de teatro Esperando a Godot (publicada si bien recuerdo en el primer número de aquella excelente revista que fue Primer Acto), era, aunque no muy largo, el texto más extenso de Beckett en muchos años y realmente magnífico. Negocié los derechos con su editor John Calder, viejo compinche de los tiempos del Premio Internacional de los Editores en los años 70. Uno de los especialistas en Beckett era el italiano Aldo Tagliaferri, colaborador de Feltrinelli, a quien en una Feria de Frankfurt le pedí un texto que figura a modo de epílogo.
En cuanto a El reposo del guerrero de Christiane Rochefort, fue un texto escandaloso en su época, que en España sólo se podía leer en francés o en su edición argentina. La historia era el amour fou de la autora por un personaje, copia literal, se afirmaba, de Pierre-François Rey, el autor de Les Pianos méchaniques y presencia frecuente durante años en los bares de Cadaqués. Me pareció oportuno incluirlo en la colección, con una ilustración de Balthus, Jeune fille à la chemise blanche, la primera de un autor que luego he utilizado con frecuencia. Le encargué un prólogo a Esther Tusquets, que también lo había devorado en su época, pero que tras la relectura me envió un texto más bien reticente, que preferí colocar como epílogo.
Cuando recibía los catálogos semestrales de Louisiana University Press, esperaba encontrar las informaciones habituales: libros sobre jazz o los campos de algodón o los barcos que bajaban, con sus fulleros a bordo, por el Mississippi. Pero de pronto hubo una excepción: se anunciaba la única novela publicada por dicha editorial universitaria, A Confederacy of Dunces, de John Kennedy Toole. En el catálogo se reproducía el texto del prestigioso novelista Walker Percy, que figura como prólogo del libro, en el que cuenta cómo, estando en su despacho de la editorial, entró una señora con un paquetón de cuartillas de una novela de su hijo, John Kennedy Toole, quien no logró que se publicase, pese a ser genial, y que al fin se suicidó. Percy cuenta su lógica prevención ante el mamotreto inédito y cómo quedó fascinado por su lectura; ese texto de presentación era muy excitante, por lo que decidí pedir una opción. Nos enviaron el libro, advirtiéndonos que teníamos una segunda opción, otra editorial española acababa de pedir la primera. Estuve en vilo varias semanas, ya que la novela era tan estupenda (y divertidísima) como prometía Walker Percy. Finalmente la otra editorial (no supe cuál era hasta bastantes años después) no se decidió, pasé una modesta oferta de mil dólares, que fue aceptada, se puso la traducción en marcha y en la primavera del 82 publicamos La conjura de los necios con una primera tirada de 4.000 ejemplares.
Los primeros meses fueron más bien sosegados, pero en septiembre, al volver de vacaciones, el libro se había agotado, por lo que hicimos una reedición, también moderada, que duró un día, así que volvimos a reeditar y se convirtió en el mayor longseller de la editorial. Me comentaron que aquel verano, en las playas españolas, se podía observar un curioso fenómeno: gente agitándose espasmódicamente sobre sus tumbonas o toallas; si uno se acercaba, veía que estaban leyendo un libro a carcajadas: La conjura de los necios. Un caso de boca-oreja en estado puro y que se transmite de generación en generación.
El libro, entretanto, había ganado el Pulitzer, lo que a efecto de ventas españolas significa bien poco, y se había convertido en un bestseller en su país y también en el Reino Unido. Como anécdota, en Francia, pese a ganar el Premio al Mejor Libro Extranjero, no funcionó (quizá la traducción, que comparé, era demasiado argótica, como de una novela de la Serie Noire), ni tampoco en Italia (el editor que la adquirió, mi amigo Piero Gelli, cambió de editorial y su sustituto la publicó sin el menor entusiasmo). Yo me había convertido en un gran propagandista de La conjura entre mis colegas amigos, y así Christian Bourgois compró más adelante los derechos de bolsillo para su colección 10 x 18, donde funcionó muy bien, y el director de la italiana Marcos y Marcos la adquirió hace pocos años, al quedar sus derechos libres, y ha sido uno de los mayores éxitos de su pequeña y vivaz editorial.
Años después apareció La Biblia de neón, primera novela, también inédita, de Kennedy Toole, escrita a los 16 años con sorprendente madurez: una lúgubre visión del Deep South, con ecos de Otras voces, otros ámbitos de Truman Capote, aunque sin su maestría. Pero nos quedaremos para siempre sin saber de las andanzas de Ignatius Reilly en Nueva York.
A Giorgio Manganelli, escritor estrictamente genial, lo conocí en Barcelona, donde estuvo de paso, exactamente el día del confusísimo atraco del Banco Central. Estábamos en un hotel cercano, el Calderón, y nos llegaban noticias indescifrables de secuestradores y secuestrados. Otro italiano y esta vez no de Adelphi (aunque muchos años después Calasso empezó a editar su opera omnia). Aparte de esa tarde, lo vi después en una Feria de Frankfurt en la que Italia era el país invitado. Poco sociable, aunque estuvimos en un par de cenas en petit comité, aparcaba un rato cada día en el stand de Anagrama, como refugiado, miraba los libros, comentaba el catálogo, ¡ah, la Compton Burnett! En su espléndido libro de ensayos literarios, La letteratura come menzogna, le dedicaba un ensayo a esa incomparable escritora, que coloqué como prólogo de Padres e hijos. Mirada penetrante, cultura inagotable, perverso sentido del humor; a veces resultaba casi cálido, otras segregaba una sensación de peligro, como animal feroz rumiando el modo de aniquilar al contertulio. Así me lo pareció en un par de ocasiones, a menos que fuera un despliegue teatral de humor negrísimo.
El primero de los cuatro libros de Manganelli publicados en la editorial fue uno de los más accesibles, Centuria (PN 16), con un subtítulo memorable y engañoso: Cien breves novelas-río. Pero que el lector no se confunda: no encontrarán ahí cien miniaturas, cien novelas bonsai o cien barquitos dentro de una botella, sino cien historias a menudo enigmáticas y esquivas. Eso sí, breves. Y fulgurantes.
Joseph Roth comparece de nuevo con A diestra y siniestra (PN 17), que había sido publicada ya en los años 30, en versión de quien fue, en su día, primer traductor de Freud al español: Luis López Ballesteros y de Torres, traducción que utilizamos en nuestra edición. Una excelente novela, aunque no llega a las alturas literarias de La noche mil dos y Confesión de un asesino, que aparecieron más tarde en la colección.
Mario Brelich es otro italiano o, mejor dicho, un húngaro que escribía en italiano (cosecha Adelphi), un escultor que escribió varias curiosas novelas sobre temas bíblicos. Quizá la mejor era La ceremonia de la traición (PN 18), una compleja visión de Judas. Pensé que el personaje ideal para prologarlo era Jesús Aguirre, amigo, ex colega y recién duque de Alba, y tras cierto intercambio epistolar casi lo escribió: la idea le hizo mucha gracia pero, en su última carta, meses después, el mensaje era que sus múltiples y novedosos quehaceres le impedían dedicarse a ello. Lo sustituyó in extremis un texto de Giorgio Manganelli.
Con El placer del viajero, una novela veneciana, inquietante y macabra, de Ian McEwan, hace su entrada en la colección el después bautizado British Dream Team, en aquel entonces, el 82, un puñado de brillantes jóvenes autores con apenas obra publicada. En la colección Contraseñas, en el 80, ya había aparecido su primer libro de cuentos, Primer amor, últimos ritos, uno de los mejores debuts que se recuerdan en la literatura inglesa en décadas (otro fue El libro de Rachel de Martin Amis, que también apareció en Contraseñas). Luego iría apareciendo en la colección toda su obra posterior, con títulos como El inocente, Niños en el tiempo, Amor perdurable, Amsterdam, con el que ganó el Booker, o el último, que aparecerá en otoño próximo, Atonement.
Los números 22 y 24 corresponden a Patricia Highsmith —Crímenes imaginarios y El juego del escondite—, mientras que a finales de 1982 comparece una extraordinaria escritora del Deep South, Eudora Welty, con el que había sido su primer libro de relatos, Una cortina de follaje, donde el lirismo mágico, por una parte, y el llamado "grotesco sureño", por otra, brillan con personal intensidad. Después publicamos dos títulos más, El corazón de los Ponder y Las manzanas doradas, libros acogidos siempre con excelentes reseñas y escasísimas ventas. A veces nos lamentábamos en Frankfurt con su editora inglesa Marion Boyars de sus pocos lectores: "Ganará el Nobel", me decía siempre. Un día le pregunté, por si tenía fuentes suecas, por qué lo repetía con tanto énfasis: "Es mi candidata", repuso, "that's all". Eudora murió hace poco sin el Nobel, pero respetada en su país como una de las grandes escritoras del siglo.
En el mismo viaje a Estados Unidos en el que conocimos Lali y yo a Grace Paley, bajamos luego a Nueva Orleans (imprescindible homenaje a Kennedy Toole) y de ahí, en coche, a Jackson, Mississippi, donde vivía Eudora Welty, altísima, huesudísima, timidísima. En una semana, habían estado en su casa un equipo de televisión de Nueva York, un periodista francés con motivo de la publicación de sus libros en Flammarion, y después nosotros: "¿Qué pasa con usted, miss Welty?", nos dijo, como incrédula, que le preguntaban sus vecinos. Nos habló con mucho afecto de Richard Ford, a quien conoció de niño, cuando era vecino suyo en Jackson.
El año 1983 se inicia con Gesualdo Bufalino, un escritor publicado por la exquisita editorial siciliana Sellerio: su primera novela Diceria dell'untore, que se convirtió en Perorata del apestado (PN 23) tras serias dudas sobre la traducción nada fácil del título, fue una revelación. Su historia es bien conocida: un ignoto profesor sexagenario escribe unos textos para acompañar un libro de fotografías; la editora, Elvira Sellerio, y su asesor literario, Leonardo Sciascia, detectan un extraordinario talento de escritor, le preguntan si tiene manuscritos en sus cajones… y los tenía a mansalva. Entre ellos, su segunda novela, Argos el ciego, que con Perorata del apestado me parecen no sólo las mejores novelas del autor, sino también de la literatura italiana de las últimas décadas.
Y ahora comparece de nuevo nuestra vieja amiga Grace Paley con sus Enormes cambios en el último minuto (PN 24), al que más adelante seguirá su tercer y último libro de cuentos, Más tarde, el mismo día. Para muchos lectores, los grandes cuentistas norteamericanos de los 60 en adelante podrían ser estos tres: Donald Barthelme, Grace Paley, Raymond Carver (ampliación del axioma anterior).
Otro extraordinario y atípico escritor italiano es el sardo Salvattore Satta (Adelphi, again), un jurista de extraordinario prestigio que, como a escondidas, escribió una obra maestra, El día del juicio (PN 25). En ella se cuenta la historia de una antigua familia de notarios acomodados en Nuoro, una ciudad que es "un nido de cuervos" en esa isla de "demoniaca tristeza". Releo en la contraportada: "Detrás de la prosa austera, de la concreción durísima de los hechos, percibimos en estas páginas una continua fiebre visionaria". Un texto que no recuerdo si lo escribí yo o, más probablemente, fue traducido de la contraportada italiana, que solía redactar el propio Calasso. Satta era uno de esos "casos literarios" con los que los italianos nos sorprenden a menudo, como ha podido verse en este recuento: Wilcock, Manganelli, Brelich, Bufalino y ahora Satta.
Luego siguen Dúo (PN 26), una excelente novela corta de Colette, y Extraños en un tren (PN 27), la primera novela de la Highsmith que, como es sabido, llevó al cine con gran éxito Hitchcock y en cuyo guión trabajó, rezongando, Raymond Chandler. Anyway, gran novela, gran película.
El polaco Andrzej Kusniewicz es el autor de uno de mis títulos preferidos de aquellos años, El Rey de las Dos Sicilias (PN 28). Lo descubrí en Frankfurt, en el stand de Sellerio, lo empecé a leer y me quedé deslumbrado; le pregunté a Enzo Sellerio por los derechos, y éste, muy complacido y complaciente, me llevó a conocer a la agente polaca para pedir una opción. Lo terminé entusiasmado, y lo publicamos, al igual que otra novela suya, La lección de lengua muerta. Como anécdota, cuando conocí a Álvaro Mutis en México, en casa de Alejandro Rossi, me saludó con su mejor vozarrón: "¡Te estaré para siempre agradecido por haber publicado El Rey de las Dos Sicilias!"
Jean Rhys, una de las escritoras más singulares de la literatura británica, quebradiza y quebrada y a la vez indestructible, comparece por primera vez en la colección con el libro de relatos Los tigres son más hermosos (PN 29) —hipótesis de trabajo: las personas respetables son más feroces que los tigres … y desde luego menos hermosas—, al que seguirán más adelante Ancho mar de los Sargazos, la novela de su revival que la sacó del olvido, y Después de dejar al señor Mackenzie.
Y con Tras los pasos de Ripley (PN 30), en la primavera del 83, termina este repaso de los treinta primeros títulos de Panorama de Narrativas, en los dos primeros años de su existencia.
Resulta patente la prioridad de la literatura anglosajona, seguida de la italiana, francesa y alemana, y con un título de lengua más exótica, el polaco; una tónica que se prolongará de forma similar a lo largo de los años, con una diferencia en los últimos tiempos, el aumento de autores franceses y un bajón italiano. (En los años 80, Panorama de Narrativas compitió con nuestra colección Contraseñas, muy activa en esa década —con sus Tom Sharpe, Tom Wolfe, Kurt Vonnegut, Douglas Adams, más Bukowski, y tantos otros— y que luego siguió más en sordina.)
Los títulos de Panorama de Narrativas resultaron a menudo minoritarios, pero fueron propulsados por La conjura de los necios y las siete novelas de Patricia Highsmith, que tanto facilitaron la buena marcha de la colección y mejoraron las finanzas de la editorial. Y debido a ello, en plena euforia, decidí, literalmente de un día para otro, convocar un premio de novela que inauguraría una nueva colección, Narrativas Hispánicas, que se inició en diciembre de 1983. ~