I
En el umbral
de puertas ahora inexistentes,
en recintos que apenas se deslindan
bajo el calor a plomo
y sus alianzas con los insectos y el polvo,
se superpone a la imagen soñada
o entrevista quizá
entre esas piedras
una presencia inabarcable.
La huida cierra sus senderos.
Los límites se rompen,
y lo que daba forma al pensamiento
se deshace.
El tacto del día
y la nube del sueño
deseantes
se entretocan.
Y al fondo
como un pez ahíto
la conciencia.
Desciñe en luz arborescente
su íntima placidez,
lengua que se remuerde en el silencio
hasta que vibran
los nombres imantados.
Frases repetidas en el umbral,
ritmos que se desgajan como cortezas.
II
Verdor de ojos.
Copulación de insectos bajo el techo de caña.
El tejido de las sillas se marca en las piernas,
la huella de los labios en la copa.
Sales en la punta de la lengua,
en los giros del habla
¿Cómo medir
ese polvo de luz en el crepúsculo
fingiendo mármoles rosados
sobre el peñasco
Sales en la piel del litoral
mármoles rosados
sobre el peñasco gris?
Ah mentirosas,
metáforas,
aleaciones fugaces
del ojo deseante
y la belleza inasible.
La tarde se embriaga
en un verdor ilimitado,
exacerba en un extremo del verano
sus oxígenos.
Brillos se erizan entre el silencio
y sus pausas:
palabras ensartadas
en un hilo sutil de pensamiento.
Sueño del no saber.
Y en la doble ignorancia,
en el sustrato impenetrable
el horizonte resbala por los ojos. –