Who wants yesterday’s papers
Who wants yesterday’s girl
The Rolling Stones
Este texto es una secuela o réplica, para comprenderlo hace falta leer este otro de Luís Reséndiz: La Tiranía del Spoiler.
¿Ya? Partamos entonces hacia una conclusión diferente saliendo del terreno común, que es el hecho de reconocer que una película es muchísimo más que la historia que cuenta. Este principio al resto del arte sin restricciones de generalidad: una obra de arte es muchísimo más qué aquello que manifiesta.
Desde el punto de vista del consumidor, es absolutamente legítimo limitarse a contemplar sin echar a andar el criterio; asombrarse y admirar la estatua sin siquiera estar al tanto de que existen factores como el hecho de que se noten las marcas de cincel o n0, o la estructura natural de la piedra esté incorporada a la textura manufacturada del objeto. Este es un lujo que el realizador no puede darse, porque la realidad–tosca, técnica y aparatosa—del acto creativo es totalmente ajena a la ilusión etérea y transcendental del artefacto; el mármol se esculpe a cincelazos y detrás de cada pintura, libro, película o danza hay sinfín de carpetas, bocetos, modelos, ensayos, storyboards y sudor.
El caso de las formas de creación basadas en la narración –como el cine y la literatura más populares —encierra una dificultad adicional que consiste en que la tendencia de la trama a imponer su relevancia sobre los otros aspectos de la obra no es producto de hábitos perezosos sino un atavismo sicológico. En la evolución del lenguaje y del pensamiento abstracto la trama surge como modelo cronológico del mundo. Si un mapa nos permite ubicarnos en el espacio, la trama nos permite ubicarnos en el tiempo. La narración es la forma de comunicación que más natural nos parece y por tanto distinguir entre lo narrado y ciertos recursos narrativos requiere de un esfuerzo consiente tanto para el narrador como para su audiencia.
En el arte de narrar destaca quien mejor narra, no quien narra las mejores historias y el mejor narrador es el que tiene el mayor control de todos sus recursos. Uno de ellos consiste en la manipulación del ritmo y el orden con el que se expone la trama y permite al narrador jugar con su público: azuzarlo, engañarlo y espantarlo. Le ofrece familiaridad para cautivarlo y lo sorprende con trueques inusitados o imprevistos. Lo incita a formarse hipótesis y lo premia confirmándolas o lo engancha más desmintiéndolas con giros ingeniosos: El mayordomo es el asesino o el mayordomo se sacrifica confesando para proteger a quien ama y falsamente cree culpable. El chico se impone a las convenciones, se casa con la hija de la mucama y viven felices para siempre, o resulta que ella es parte de una intriga para despojarlo y lo envenena antes de consumarse la noche de bodas. Etc.
De este juego, cuando es posible jugarlo, procede una parte importante del placer de narrar y consumir narraciones, incluidas las cinematográficas. Nos alegramos con los amantes que encuentran por fin la felicidad en su relación adúltera, y al mismo tiempo nos angustiamos porque la música disonante sugiere que algo siniestro se avecina. Aun sabiendo que el héroe no va a morir nos intrigamos ante el misterio de cómo hará para salir de la trampa aparentemente ineludible. Y nada hay como la emoción de adelantarnos al detective listísimo en la solución del caso. Para que el juego funcione es necesario que ignoremos parte de los elementos de la trama. No porque lo ocultado tenga valor intrínseco, sino porque si lo conocemos ya no habrá nada que el autor pueda hacer para hacernos sospechar o despistarnos. La revelación prematura no arruina una sorpresa nada más, sino todo el juego que el realizador y el espectador montan alrededor de los detalles fundamentales.
Desde luego hay una parte importante de la literatura y el cine que no funciona así porque está basada en historias bien conocidas. En esos casos es necesario buscar la excelencia por otros medios, pero probablemente el mejor cine sea el que funciona antes y después de conocerse la trama, al tiempo que la experiencia de verlo se transforma. Cine como el de Hitchcock, gran maestro del thriller que también trabajó con materiales conocidos previamente y supo darles tensión con otros medios. Vertigo siempre será una gran película, no importa cuántas veces la veamos, pero la solución del misterio de la exquisita Madeleine y la vulgar Judy es algo que solo se vive una vez. Decir que Dick Laurent ha muerto acaso agrande el misterio, pero decir a quien no lo sabe, que Malcom Crowe o Grace Stewart están muertos o revelar la identidad de Keyser Söze es privarle de parte del placer de ver tres películas muy entretenidas. No todos los casos son tan extremos como los ejemplos anteriores, y estoy de acuerdo en que un buen crítico debe iluminar y hablar de todos los elementos de una película. Lo que hay que distinguir es que generalmente una crítica incrementa el placer de ver cine exponiendo elementos que tal vez se le escaparían al público menos atento. Las revelaciones de elementos de la trama pueden producir el efecto contrario cuando restan efectividad al esfuerzo narrativo del realizador. Por tanto, el crítico generoso debería indicar siempre la conveniencia de ver la película antes de leer ciertas partes de su texto.
México, D.F. Ex-estudiante de retórica cara. Bípedo implume de profesión. Lector. Editor en Enter Magazine