Eran los años de la genuflexión frente al poder político. Directores de periódicos que actuaban como subordinados del presidente; primeras planas y páginas editoriales al servicio de la estructura corporativa creada durante los regímenes del PRI. Apenas cumplía sus primeros días en las calles, pero se decía de Reforma que era un diario superficial, algunos periodistas incluso le menospreciaban llamándole “el Partenón”, porque, decían, solo se sostenía por sus columnas.
Reforma fue el primero en dejar atrás el tiempo de los formadores para incorporar a su equipo diseñadores editoriales. Usó el color cuando los demás imprimían a una tinta. Salía a la venta los 365 días del año, cuando nadie más lo hacía. Enfrentó el boicot de la Unión de Voceadores y rompió el monopolio de la distribución. Estableció un código de prácticas que prohibía a sus reporteros aceptar regalos y comidas de sus fuentes o establecer alianzas con otros reporteros para guardar información o publicar colectivamente sobre un mismo asunto; siempre se dejó claro al lector lo que era información y lo que era publicidad pagada.
A sus 20 años, el diario acusa una frivolización y una hipsterización de su contenido. Ha decidido alejarse de algunos de sus lectores en la intención de adaptarse a los cambios y ha hecho evidentes sus renuncias. Dos suplementos, Enfoque y El Ángel (uno político, el otro cultural), desaparecieron para fusionarse como una revista cuya primera apuesta editorial consistió en ocho páginas de una entrevista a una diputada en negligé, corsé y medias negras. Asimismo, lanzó el suplemento Pink, que se ocupa de escándalos de la farándula, paparazzi y horóscopos.
Algunas de las críticas más duras vinieron de los colaboradores del propio diario. El escritor Juan Villoro reconoció sentirse extraño entre las páginas de un periódico cuyo rediseño decidió privilegiar lo visual, sin necesariamente rescatar el valor periodístico de la fotografía, y al mismo tiempo quitarle espacio a las palabras, disminuyendo la fuerza de la opinión y de la información. El diario había dejado de serle fiel a un concepto que había honrado: “convivir con las exigencias del mercado sin perder seriedad informativa”.
En su espacio, Jesús Silva-Herzog Márquez atacó el tema desde una perspectiva similar: el extravío, la pérdida de rumbo. Porque el periodismo debería preservar su sitio como un instrumento que ayuda a una sociedad, distinguir lo importante de lo trivial, mientras que el periódico tiene la oportunidad de ser el “espacio para el rigor y la profundidad que los nuevos medios suelen despreciar”.
“Parece que mi periódico —escribió— se dispone a abrirle más espacio al trasero de las famosas (sean artistas o diputadas) que al reportaje largo y cuidado, al periodismo serio y confiable, a las notas escritas con respeto por el lenguaje, la información, la gente. Trepándose a la moda de las imágenes, deshaciéndose de colaboraciones inteligentes, destrozando cualquier sentido de prioridad”.
Los analistas de Reforma han perdido espacio para escribir y el diario parece atravesar por una crisis vital al inicio de una nueva época. Sin embargo, los colaboradores han tenido la oportunidad de poner sobre la mesa el tema y de iniciar desde las propias páginas del periódico una discusión saludable sobre lo que ellos mismos, como parte del equipo, aspiran a ser.
Es distinto lo que pasa en Excélsior, un diario con 96 años, que después de siete de haberse reinventado y pese a contar con una plantilla de más de cien columnistas y opinadores a la semana, continúa teniendo escasa presencia, a grado tal que sus directivos disputan en redes sociales la paternidad de notas menores, como la de una plaga de garrapatas en un parque.
La crisis de credibilidad obedece en buena parte a la ausencia de un código de prácticas y un sistema de rendición de cuentas frente al lector sobre las decisiones editoriales. Los criterios van construyéndose al paso, de manera arbitraria, mientras los desbarros éticos son justificados a través de la cuenta de Twitter del director editorial, que también se usa para exhibir a los trabajadores a los que se imponen sanciones disciplinarias.
En los últimos tres meses, Excélsior ha recibido denuncias de malas prácticas periodísticas que son calladas por el diario hasta que son descubiertas o denunciadas por los involucrados. El 30 de septiembre pasado, Fernando de Anda, uno de sus cartonistas, renunció al diario luego de que su trabajo fue manipulado para eliminar una referencia al PRI y dirigirla contra la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Tras hacerse público el caso, el diario publicó el cartón original sin asumir su responsabilidad y ofrecer de manera formal una explicación y una disculpa.
El 2 de diciembre pasado, en la sección de espectáculos del diario, una columnista publicó como suyo un texto tomado del sitio El Antepenúltimo Mohicano, lo cual fue denunciado por los lectores. Mientras el medio guardó silencio, la autora atribuyó todo a un error. Ese mismo día debía publicarse, según el arreglo entre el diario y la empresa Ulises Beltrán y Asociados, un estudio de opinión que colocaba al presidente Enrique Peña Nieto en el nivel más bajo de aprobación de su gobierno. Fue hasta poco antes de las 6:00 de la tarde cuando la encuestadora respondió a las inquietudes: “Excélsior decidió no publicar la encuesta”. Veinticuatro horas después, el trabajo fue publicado en la página 22, sin llamado en primera plana y sin explicar las razones por las que se detuvo su publicación.
Hay en la crisis de uno y otro medio una diferencia sustancial; la vida y el debate valioso en las páginas de uno, frente a un proyecto que acota la crítica y que se derrumba sobre sus cien columnas, y que, como hace 20 años, elige la genuflexión ante el presidente y los suyos.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).