Estado civil: langosta

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En el mundo en que vivimos, pedir mesa “para uno” atrae miradas cáusticas. En el mundo que habitan los personajes de The lobster la represalia es mucho peor. La vida en pareja es la base de un régimen fascista y, por tanto, la soltería es considerada delito. Los “solitarios” (loners, no singles) deberán ingresar a un hotel donde se les exhortará a remediar su situación. Si no lo consiguen en 45 días, perderán su forma humana y serán convertidos en el animal de su elección. Si escapan, serán el blanco de otros huéspedes. El hotel organiza expediciones para cazar prófugos y ofrece a cada cazador días extras de estancia por cada solitario muerto.

The lobster (La langosta) es la quinta película dirigida por el griego Yorgos Lanthimos, y su tercera en colaboración con el guionista Efthymis Filippou. Las películas de la mancuerna –Dogtooth (2009), Alps (2011) y The lobster (2015)– abordan la necesidad (y necedad) de perpetuar constructos sociales a costa de los individuos. Con sus códigos cerrados, personajes semicatatónicos y un humor más cruel que catártico, el cine de Lanthimos no es lo que se llamaría “amigable”. Aun así, Dogtooth y Alps ya habían dado al director prestigio fuera de Grecia y, dentro de ella, estatus de héroe. The lobster ha llegado más lejos. Las razones parecerían obvias: se filmó en inglés y con un reparto multinacional. Pero esto no bastaría: más de un director ha perdido el equilibrio en su paso a la “internacionalización”. Si The lobster se ha convertido en pieza de conversación es porque articula con agudeza el escepticismo de Lanthimos ante los guiones de comportamiento que impone la sociedad, a veces escritos por sus miembros menos aptos.

Por ejemplo, los padres. Nominada al Óscar como Mejor Película Extranjera, Dogtooth describe la vida de un matrimonio que ha mantenido a sus hijos totalmente aislados del mundo. Los padres han cambiado el significado de ciertas palabras y aprovechan incidentes como la entrada de un gato al jardín para hacerles creer a sus hijos que hay fieras letales (como el gato) que acechan al otro lado del muro. La mentira se agrieta cuando una mujer “de afuera” introduce a la casa películas de Hollywood. La “mala influencia” de las cintas se filtra en el comportamiento de las hijas, lo que provoca la represión violenta del padre –y esto, a su vez, orilla a escapar a la hija mayor–. Mucho antes que Dogtooth, El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1972) narró una historia de distopía familiar basada en hechos ocurridos en México. Aunque su tono era realista, Ripstein “fabricó” un clima de claustrofobia que al tiempo evocaba el cine de Luis Buñuel. Ya que Lanthimos ha sido llamado “el maestro del surrealismo griego” puede decirse que ambas películas comparten genealogía.

Más críptica que Dogtooth, Alps muestra un grupo de enfermeros que ofrece un servicio de consuelo a los familiares de recién fallecidos: desempeñar el papel del que acaba de morir. Ya que la mayoría de los ritos funerarios llevan a confrontar la muerte para ayudar a superar la pérdida, la premisa de Lanthimos no tendría referentes reales. Su parodia apunta a otro lado. Así como Dogtooth exageraba los riesgos de la sobreprotección familiar, el juego de suplantaciones planteado en Alps es solo otra formulación de una misma advertencia: nadie obligado a llenar los zapatos de otro puede tener buen final.

The lobster no es solo una versión más sofisticada de las metáforas absurdistas de Lanthimos. Aunque Dogtooth y Alps son metáforas de un mal mayor están limitadas por su propia rareza: la familia de Dogtooth es una anomalía (alguien en la película los señala como “clan”) y los familiares de los fallecidos en Alps se sorprenden con lo extraño de la propuesta. The lobster, en cambio, lleva al extremo prejuicios que existen en la realidad. Su humor es brillante no por describir un universo desconocido sino, al contrario, por sus guiños a lo familiar. Los huéspedes del hotel asistirán a escenificaciones de los peligros de vivir solo (morir atragantado; las mujeres, ser violadas) y se les convencerá de que basta encontrar una afinidad mínima con alguien para ser su compañero de vida. Para conquistar a una mujer a quien suele sangrarle la nariz, uno de los huéspedes se golpea la cabeza hasta provocarse lo mismo. Voilà: una afinidad. Si se forma una nueva pareja y comienza a tener fricciones, la gerencia del hotel lo resuelve asignándole hijos.

La sátira de Lanthimos se dirige no solo a la institucionalización del amor sino también a la defensa a ultranza del desapego. Los solitarios sobreviven en el bosque bajo el mando de una lideresa fría (Léa Seydoux) que ha radicalizado al grupo: no deben enamorarse, ni siquiera coquetear. Los obliga a cavar sus propias tumbas recordándoles que morirán solos. El mismo horizonte horrible que pregonan los fundamentalistas propareja.

Lanthimos goza magnificando el absurdo de estas sentencias, pero The lobster roza lo oscuro cuando muestra cómo estas llevan a los individuos a convencerse de sus propias mentiras. La anulación de las convicciones por miedo al aislamiento se encarna en el personaje de David (Colin Farrell, irreconocible), quien, con su cuerpo blandito, mal corte de pelo y un bigote tupido que resalta la redondez de su cara, llega a la recepción del hotel. En principio, David no cree que sea preferible pasar la vida sangrándose la nariz a ser convertido en langosta (su animal elegido). Pero las expectativas pesan. El rechazo de una solitaria y el acoso desesperado de otra lo llevan a un lugar que, como todo en ese hotel, resulta familiar: la atracción inexplicable por la Mujer Sin Corazón (la estupenda Angeliki Papoulia, protagonista de Dogtooth y Alps). David se dice a sí mismo que él también es despiadado y la conquista portándose como patán. La pareja dura poco: ella comete una atrocidad que él no puede tolerar. Obligado a escapar del hotel y a vivir entre los solitarios, David se enamora de la Mujer Miope (Rachel Weisz), con quien tiene una relación clandestina. También eso acaba mal, y pone a David frente al dilema más despiadado en la filmografía de Lanthimos: solidarizarse con su amada en un acto brutal, fingir que lo hace o deshacerse de ella. Solo queda automutilarse (la forma más extrema de inventarse una afinidad) o cometer una crueldad que haría lucir bondadosa a la Mujer Sin Corazón. Como Dogtooth o Alps, la última escena de The lobster deja abiertas varias posibilidades. No importa qué suceda, el subtexto es el mismo. En un mundo que sanciona la independencia emocional solo quedan dos caminos: mentirse a uno mismo o mentirles a los demás. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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