La semana pasada viajé por trabajo de la Ciudad de México a un hotel frente al mar. Durante esos siete días de soledad me dediqué a leer tus novelas ya escuchar tus canciones. Ahora que he regresado a la vida real, a casa, con mi pareja, a trabajar, me siento complacida; como si hubiese tenido un romance con una versión de ti de la que me he apropiado. Un affair que ha terminado y del que me queda una resaca afortunada.
No soy crítica literaria, ni me interesa. Apenas tengo experiencia dando clases de literatura y escribiendo breves ficciones. La muerte de Bunny Munro, sin embargo, me ha internado en un pequeño universo donde lo putrefacto apesta al fondo de la superficialidad del protagonista. Una novela en la que los afectos, el machismo, la moral y la paternidad son crucificados como creo que muchos escritores de tiempo completo desearían conseguir.
Me sorprende tu capacidad para crear obstáculos en la vida de los personajes: cómo los arrastras hacia lo más profundo de su personalidad, para crear lo siniestro; orillándolos hasta el absurdo para crear uno de los más atractivos ejemplos del humor negro que he leído.
Y me seduce esa libertad que también está en tus canciones, pero que en esta segunda novela aprovechas para provocar náuseas y risas; esa actitud que describes en 20,000 días en la tierra cuando dices que escribir es un contrapunto, como “juntar dos imágenes dispares y buscar de qué manera la chispa vuela. Es como dejar a un niño pequeño en la misma habitación con un, no sé, un psicópata mongol o algo así, y sentarse para ver qué sucede. Luego metes un payaso, digamos, en un triciclo, y otra vez esperas, observas y si aquello no funciona: le disparas al payaso.”
Tu escritura es precisa y tus imágenes insolentes. Conoces bien a tus personajes, se nota en las palabras que usan y los gestos con los que actúan. Son obscenos, tiernos y tangibles. La grotesca adicción al sexo de Bunny es tan creíble como la inocencia de Bunny Junior; y es, en consecuencia, inevitable no involucrarse sentimental y éticamente con ellos. He detestado a Bunny tantas veces, sobre todo cuando se aproxima a las mujeres, como su hijo me ha conmovido, sobre todo deseando encontrarse con el fantasma de su madre.
Me parece que más de una vez atraje la miradas de las personas a mi alrededor cuando me llevé una mano a la boca de ansiedad. Lo cual es bastante de lo mucho que espero de la literatura: tales estremecimientos que uno olvida que lo que está experimentando es, de hecho, un texto. De pronto estamos tan a la expectativa de las más cabronas construcciones del lenguaje, que olvidamos lo importante que es entrar de lleno a una historia.
En una ocasión, tal vez porque no había comido nada, un ligero pero contundente temblor agitó mi cuerpo durante el capítulo en el que Mushroom Dave pone en peligro la vida de Bunny Junior, a quien para entonces ya quería yo adoptar. Ahí me di cuenta de que el título no especifica de qué Bunny se trata. Al final del capítulo tuve que cerrar un momento el libro para dar una serie de respiraciones como las que fueron necesarias para Bunny. En otras ocasiones, durante el progreso, casi teatral, del delirio al que sometes al imbécil de tu antihéroe, se me escaparon algunas mentadas de madre.
Para no solo besarte el trasero, me parece necesario decir que te engolosinaste, no mucho, solo un poco, en la fantasía final de Bunny, la historia transitaba estupendamente por la crueldad y el ridículo de su vida real. Aun así creo que el final es brutal.
Y aunque estoy segura de que ríos de feministas enfurecidas te recriminan la apropiación de tantas vaginas, sobre todo la de Avril Lavigne, o que Bunny se masturbe hasta en el funeral de su esposa, el machismo en el libro no hace al libro machista. Me parece que La muerte de Bunny Munro representa la decadencia de muchas generaciones, embutida muchas veces en un problema de sexo y género. Bunny Munro es un demente más complejo que eso.
Pecando de fan: eres un tremendo narrador de la perversión, pero también del apego.
Gracias por acompañarme esa semana. Me queda, por suerte, el drama de tus discos para escucharlos a solas en casa, y el audio-libro de la novela que tú mismo narras y musicalizaste con Ellis, que aunque muero de ganas por escuchar, me he prometido no hacerlo hasta el próximo viaje, cuando nos volvamos a encontrar.
Gracias Nick Cave.
Ciudad de México