Volver a pensar la nación

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Claudio Lomnitz

La nación desdibujada. México en trece ensayos

Traducción de Marianela Santoveña y Fernando Escalante Gonzalbo

Barcelona, Malpaso, 2016, 310 pp.

Todo es lenguaje. Todo dice y todo es susceptible de interpretación. Religiones, ideologías y hasta la ciencia son interpretaciones de la realidad. Hubo un tiempo –cuando México dejaba de ser un país rural y entraba de lleno en el ámbito urbano y de ahí al contacto con el mundo– en que proliferaron las visiones sobre el país y lo mexicano. Era el tiempo del grupo Hiperión y de preguntas del tipo ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Qué nos caracteriza? Al final de El laberinto de la soledad, Octavio Paz dice que ya somos contemporáneos de todos los hombres. ¿No lo éramos ya?

¿Pueden desincronizarse los países? Claro que pueden, hay tiempos oscuros de pausas o retrocesos. Ahora mismo, ¿seguimos siendo contemporáneos de todos los hombres? Desde hace años que México entró de lleno a la globalización. Los flujos migratorios se volvieron más intensos, se desató la guerra contra el narco con una secuela de cientos de miles de vidas segadas. Como antaño necesitamos volver a pensar la nación y preguntarnos quiénes somos. ¿Es hoy el nacionalismo una respuesta? Más aún: ¿de qué hablamos cuando nos referimos al nacionalismo si algunos de sus ejes se han transformado ya? En La nación desdibujada, Claudio Lomnitz nos adentra en esas preguntas y se propone la tarea de Sísifo de “volver a imaginar otra vez la nación”.

Para el autor, México está desarticulado y la nación luce desdibujada. No corresponde la realidad del país a la representación que este tiene de sí mismo. Hay “casi una bancarrota de la representación política e intelectual de la sociedad”. La sociedad cambió, las instituciones se quedaron varadas. Estructuras tradicionales como la familia o los partidos se rezagaron. No es que México haya “avanzado”, solo se transformó. No es que, para poner un ejemplo, haya aumentado la corrupción en la política, sino que ahora la sociedad no la tolera como antes. El mundo nos obliga a modificar la imagen que tenemos de nuestro país. Lo que llamamos mundo es una red de relaciones.

El nacionalismo, que supuestamente se nutre de las raíces más locales, está inscrito también en esa red. Las ideas y los actos nacionalistas se contagian y se interpretan de país a país. Desde su origen, durante el periodo de las formaciones nacionales en el siglo XIX, se dio esta conjunción de ideas desde fuera y dentro para conformar una visión propia de lo nacional. Una vez consolidada, esta imagen fue sufriendo cambios de acuerdo con las transformaciones históricas.

Lomnitz pretende, en los trece ensayos que conforman este volumen, descifrar cuál es el desfase entre las visiones de nuestros resabios nacionales y una realidad cambiante y compleja. Organiza su revisión en cinco apartados y un bonus. En el primero, “Presente”, revisa el desajuste de nuestra representación a través de los casos de la Gran Familia de Rosa Verduzco y de la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa. En el segundo analiza la evolución del nacionalismo en América y en México, mientras que en el tercer conjunto revisa las trayectorias de Carlos Chávez, Octavio Paz y, con más detenimiento, la obra mexicana de Oscar Lewis y la forma en que sus libros clásicos sobre la pobreza hicieron trizas la imagen que tenían los mexicanos de sí mismos. En el cuarto apartado, “El giro neoliberal” –quizás el más flojo del libro–, pasa revista a las crisis de la Ciudad de México debido a su crecimiento y corrupción, así como a la manera en que se han ido modificando algunas claves de nuestro periodismo de opinión. En la última sección ofrece visiones de nuestro nacionalismo en relación con Estados Unidos. El bonus apela a un reconocimiento de la etnografía en México.

La nación desdibujada es un libro variopinto. Crónica, ensayo, artículo y tesis académica. El conjunto, por las necesidades editoriales de cada texto, no forma una unidad, ni brinda una visión homogénea del México actual, tal vez porque no la hay. Ofrece atisbos, miradas, interpretaciones. El antropólogo abandona, en sus mejores momentos, su gabinete y se pone a interpretar la realidad inmediata, el presente. Lo hace para examinar la repercusión social de la desaparición de los 43 normalistas, y de forma más acabada en su ensayo “Michoacán: fantasía de la familia, fantasía del Estado”. Concluye: existe en el estado de Michoacán (quizás en todo el país pero ahí de modo más evidente) una crisis de representación.

La sociedad tiene la fantasía de que las estructuras tradicionales siguen operando y que salen a la luz cada que ocurre una emergencia. A la aparición de los Zetas correspondió el nacimiento de una organización cuasi religiosa: la Familia Michoacana. Ante la realidad de los huérfanos que dejó la guerra contra el narco y los niños cuyos padres se fueron a trabajar a Estados Unidos, cobró relevancia la Gran Familia –el albergue dirigido por Rosa Verduzco–. Como respuesta a problemas específicos, se pusieron en práctica soluciones “comunitarias” y “familiares”.

No se trataba más que de espejismos. Una vez que venció a los Zetas y obtuvo el control de la región, la Familia Michoacana derivó en un grupo criminal que añadió a sus actividades en el narcotráfico, el secuestro, el robo y la extorsión. Para contener a esta organización aparecieron los Caballeros Templarios, también inspirados en soluciones tradicionales, en este caso religiosas. Cuando los Caballeros derivaron hacia el crimen y la extorsión, surgió una nueva estructura comunitaria: los grupos de autodefensa, cuyos líderes más visibles terminarían en la cárcel.

Lomnitz detecta en todos estos casos una crisis de representación. La sociedad busca formas de responder a las difíciles coyunturas con soluciones tradicionales –la familia, la religión– pero estas ya no corresponden al papel que por lo común se les ha asignado. Algo semejante ocurrió con la Gran Familia de Rosa Verduzco. Hace un par de años, el Estado instrumentó una aparatosa operación político-mediática en torno al rescate de los niños que habitaban dicho albergue. Lo hizo con lujo de violencia: helicópteros, tanquetas, patrullas. Totalmente innecesario, pudieron tocar la puerta y ya.

Se trataba de una maniobra en varios niveles: mandaba un mensaje a Estados Unidos (que en ese momento discutía sobre qué hacer con los niños migrantes en sus cárceles) y se fingía la correcta aplicación del Estado de derecho al sacar a los menores de ese lugar. Pero había un problema: en el albergue había presencia cotidiana del Estado, maestros de primaria de la Secretaría de Educación Pública daban clase y había médicos asignados para atender a los muchachos. El lugar se sostenía en gran parte gracias a las donaciones del gobierno. ¿Por qué el Estado terminó exhibiendo de ese modo un lugar tolerado, conocido y sostenido por el mismo Estado? Para crear la fantasía del Estado de derecho, propone Lomnitz.

Por querer seguir sosteniendo la creencia de la fantasía familiar, la sociedad toleró a organizaciones criminales “familiares” para paliar sus deficiencias en el cuidado de los infantes, toleró la existencia y el funcionamiento anómalo de la Gran Familia, hasta que se decidió cerrar ese centro por cuestiones políticas. Esa crisis de representación, sostiene el autor, “se debe a la falta de prerrogativas sociales y políticas de los mexicanos en Estados Unidos”, aunque esto apenas lo menciona como hipótesis al paso y no lo examina a detalle.

La nación desdibujada de Lomnitz es también, como reflejo de su objeto, un libro desdibujado, amorfo, desestructurado. ~

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