La grabación revive aquella tarde en el estadio olímpico de Ciudad Universitaria, donde los Pumas se enfrentaban al Querétaro, al cual vencían para ese momento 3-0. Eran los últimos días de agosto de 2009, y Luis Daniel Cano, uno de los jugadores del equipo visitante, entraba a la cancha con unos tacos de juego color rosa.
El sonido ambiental permite oír los gritos en la tribuna, mientras en el palco de transmisiones se escucha la voz molesta de Alberto García Aspe: “Esos zapatos no los puedes utilizar… con todo respeto… el rosa no, no, no, no, no. Qué cosa. Es increíble. Los zapatos, para empezar, son negros, y entiendo muchas otras cosas, pero zapatos rosas, no lo puedo entender… Puedo entender que sean verdes, naranjas, que es la moda, pero rosas no, por el amor de Dios… Que los usen las mujeres, pero no un jugador profesional de Primera División”.
Aquellos comentarios llamaron la atención en el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), cuyas autoridades emitieron un pronunciamiento público sobre lo que consideraban un comportamiento discriminatorio y machista del exfutbolista, quien no hacía sino perpetuar los estereotipos que se han reproducido a lo largo de décadas, dejando entrever que consideraba indigno que los hombres vistiesen colores tradicionalmente ligados a lo femenino.
La anécdota retoma vigencia con el arranque de la Liga MX Femenil y los trascendidos acerca de las condiciones laborales de las futbolistas que participarán en ella, pues además de la desigualdad salarial (se habla de 2 mil 500 pesos mensuales), las condiciones de contratación les impiden hablar de sus preferencias sexuales y mostrar “actitudes demasiado masculinas”, se les pide “lucir ‘bonitas’ fuera de la cancha”, para hacer rentable la Liga. Días después de la difusión de tales condiciones, los directivos de la Liga emitieron un comunicado para desmentir que se les “limiten por preferencia sexual, religión u otra circunstancia discriminatoria el derecho a formar parte de las competiciones”. De la desigualdad salarial dijeron menos.
Como ha escrito Martha Lamas, la sociedad fabrica ideas de lo que deben ser los hombres y las mujeres, de lo que se supone es propio” de cada sexo; es decir, que aquello que llamamos género se trata de una construcción cultural. Así, pues, muchas de las cuestiones que pensamos que son “atributos naturales” de los hombres o de las mujeres, en realidad son características construidas socialmente, que no están determinadas por la biología.
De hecho, Cordelia Fine, psicóloga y autora de varios libros sobre las distorsiones de género, asegura en su libro Cuestión de sexos que el código en la forma de vestir a los niños, a pesar de ser tan estricto, es un fenómeno relativamente nuevo. Hasta finales del siglo XIX los pequeños llevaban atuendos unisexuales y no fue sino la introducción de los tejidos de colores para la ropa de los niños lo que supuso el comienzo de un movimiento hacia nuestro actual etiquetado del género rosa y azul, que no se convirtió en una práctica común hasta mediados del siglo XX.
De hecho, relata, durante un tiempo, el rosa era el color preferido de los niños, ya que era más decidido y fuerte”, más cercano al rojo, símbolo del fervor y del coraje”. El azul, al ser más delicado y refinado”, además de un símbolo de lealtad y confianza”, estaba reservado para las niñas.
Un artículo reciente publicado en Fast Company asegura que la idea de que hay cerebros rosas y cerebros azules es fácil de vender en un mundo donde nos han dicho durante generaciones que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus”, donde la afirmación de que ellas son capaces de realizar múltiples tareas al mismo tiempo o son malas estacionando son creencias populares, simplificaciones consistentes con una narrativa de género que sostiene que hombres y mujeres somos muy diferentes.
¿Qué hace importante la opinión de un comentarista de futbol sobre el color de los zapatos de juego? Que el uso de estereotipos y el rol de género que prohíben ciertos comportamientos o elecciones a mujeres y hombres es una cuestión delicada, ya que los medios son un agente socializador muy importante a través del cual las personas se informan y conforman una opinión.
Los medios de comunicación son reflejo de una cultura cimentada en la ideología dominante, la cual reflejan y a la cual sirven. Son una instancia que al reproducir estereotipos, desigualdades y jerarquías, construyen una ideología de género basada en presunciones sobre el rol de hombres y mujeres.
Emer O’Toole, autora de No es lo mismo zorro que zorra, elabora una reflexión pertinente cuando declara que el maquillaje no debería representar más frivolidad que una barbilla bien afeitada o una barba cuidada. El problema no son las faldas, los tacones u otros símbolos de la feminidad, sino lo que estos símbolos de feminidad representan en nuestra cultura machista”, o lo que unos zapatos pueden representar.
De alguna forma, se asume que ese mundo rosa —el de las mujeres, por supuesto— significa preocuparse por cosas superficiales, decorativas, y no asuntos con sustancia o “de verdad importantes”.
Aristóteles dice que nos volvemos valientes practicando actos valientes, generosos practicando actos generosos, y justos practicando actos justos; al igual que las virtudes, las presunciones culturales se adquieren y se refuerzan, lo mismo que el machismo y la ignorancia.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).