Europa 2025

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Es 2025 y el Pacto de Varsovia celebra su cumbre anual en el Kremlin. El pacto de la era soviética, que desapareció al final de la Guerra Fría, fue resucitado en 2020 después de que los países de Europa del Este decidieran que tenían más en común con sus anteriores amos rusos que con Europa occidental. De todas formas, unirse era la única manera de frenar los ciberataques de Rusia. Firmar el pacto en Varsovia fue un deliberado acto de provocación contra la ciudad más liberal del bloque del Este.

El nuevo pacto se basa en una ideología mucho más popular que el comunismo. Es nativista, contraria a la inmigración, supuestamente entroncada en la cultura “cristiana” (el eufemismo “judeocristiana” se lo cargaron), antidemocrática y antioccidental.

En la cumbre de 2025, Vladimir Putin, que tiene 72 años pero ha rejuvenecido gracias a la terapia genética, sonríe con suficiencia al dar la mano a los invitados. Detrás de él, en una silla de ruedas dorada, incapaz de hablar pero reverenciado como el santo patrón del pacto, está Donald Trump. Después de perder la presidencia en 2020, salió de Estados Unidos para evitar que lo encarcelaran por blanquear dinero de gánsteres rusos durante sus años en el negocio inmobiliario. (La investigación sobre la colusión en las elecciones de 2016 llevó a varios socios de Trump a prisión, pero no tocó al presidente, quien llegó a referirse a su hijo encarcelado Donald Jr. como “un tipo que apenas conozco”). Trump y sus enfermeras viven ahora en una suite en la nueva Torre Trump de Moscú.

Los líderes del bloque occidental de Europa (o como los llaman los del Este, “los gais”) observan la cumbre en realidad virtual. Lo que les resulta especialmente irritante es que los autocráticos Polonia, Hungría y República Checa hayan permanecido en la Unión Europea. Para 2025, la UE es de hecho solo un mercado único.

Quizá, piensan los líderes occidentales para tranquilizarse, la reconquista rusa de sus exsatélites era inevitable después de que Trump abandonara la otan. Putin había observado que inmigrantes y empresas chinas tomaron efectivamente el Este de Rusia hasta los Urales (desatando un boom económico en la cada vez más derretida Siberia). Así que miró hacia Occidente, hacia donde millones de rusos jóvenes y educados huyeron.

Por mucho que el bloque occidental odie el Pacto de Varsovia, no puede argumentar que el Este ha fracasado. Al contrario, sus economías funcionan bien. Los índices de aprobación de sus líderes están realmente por las nubes; son astutos y resolutivos, y desdeñan el fallido populismo antiexpertos de la era de Trump y el Brexit. Como suele presumir el presidente vitalicio de Hungría Viktor Orbán: “Somos racistas. No somos idiotas.” Cuando creó documentos de identidad especiales para gitanos y musulmanes, y también cuando abrió “campos de espera” para elementos “no húngaros”, su popularidad aumentó. De todas maneras casi todos los húngaros liberales viven ahora en Berlín.

Y al contrario que en la Guerra Fría, el bloque occidental ya no puede considerarse un modelo a seguir. Los flujos de pensionistas del bloque occidental se dirigen ahora hacia Praga y Budapest cada semana para saborear cómo era el viejo mundo blanco.

El bloque occidental se enfrenta también a su propia y complicada brecha generacional. El primer partido juvenilista en obtener el poder en Europa fue el Partido Laborista de extrema izquierda de Jeremy Corbyn, en un Reino Unido pos-Brexit, pero los juvenilistas aparecieron por todas partes después de que el movimiento #MeToo echara a una generación de envejecidos políticos europeos envueltos en escándalos de abusos sexuales en 2018/2019. Las viejas glorias del populismo como el pvv neerlandés de Geert Wilders y el fpö austriaco fueron sustituidos. La participación joven en las elecciones se ha disparado, mientras que la participación de los ancianos se ha desplomado, por culpa del alzhéimer y de la negativa de los jóvenes a llevar a sus padres y abuelos a los colegios electorales. El gobierno juvenilista de Italia se plantea incluso permitir el voto solo por Snapchat –aunque un nuevo partido de los mayores de ochenta está respondiendo–. Los partidos juvenilistas piden un 50% de impuestos en las ventas de casas para financiar las universidades, y aspiran a aumentar inmediatamente la edad de jubilación hasta los ochenta para la generación baby boomer.

La división generacional es más hiriente en Alemania. En 2025, una cuarta parte de los alemanes tiene más de 65 años, y la mayoría de los pueblos se han convertido de facto en comunidades para jubilados. Tras la oleada de refugiados de 2015, la inmigración es políticamente imposible, así que robots japoneses y doctores filipinos cuidan de los ancianos alemanes mediante realidad virtual. Algunos pensionistas alemanes llevan años sin hablar con otro ser humano. La primera residencia de ancianos formada totalmente por robots abrió recientemente en Baden-Wurtemberg.

Los jóvenes alemanes no están de humor para arrepentirse. Siguen enfadados por el colapso económico posterior a la aniquilación de la industria automovilística. Primero, los constructores de coches apostaron desastrosamente por el diésel, un combustible mortal ahora prohibido en todo el mundo. Luego el surgimiento de los coches eléctricos convirtió los complejos motores alemanes en superfluos. Ahora, los coches personales están siendo prohibidos en el centro de las ciudades del bloque occidental, y son sustituidos por autobuses autónomos hechos generalmente en Francia. Volkswagen cerró en 2021, hundiendo a la Baja Sajonia en una recesión, y en 2024 Waymo, la empresa de Google de coches autónomos, compró por el precio simbólico de un euro la endeudada BMW. La nueva fábrica de Waymo en Múnich tiene solo un empleado: un vigilante con un perro, cuyo trabajo es asegurarse de que ningún humano toque los robots.

Angela Merkel está de facto en el exilio, y da clases de estudios energéticos en una universidad china. En Alemania se la recuerda como en Reino Unido a Tony Blair: una líder que se benefició de una buena época y que no hizo nada para prepararse para una mala. Los políticos alemanes están tan desacreditados que el candidato de la cdu para las elecciones de 2025 es el ex primer ministro francés Édouard Philippe, quien pasó su infancia en Bonn, donde su padre era el director de un colegio francés. Pero el favorito en las elecciones es Alternative für Deutschland. El partido quiere seguir a Austria y unirse al Pacto de Varsovia. Al menos, dicen los alemanes, no son Reino Unido. El Brexit aniquiló sus tres sectores líderes mundiales, la City, las universidades y la economía creativa de Londres. Entonces Corbyn ganó las elecciones anticipadas de 2020 con una mayoría aplastante, ayudado por la ruptura de los conservadores entre la extrema derecha comandada por los etonians de la facción Nuevo Imperio y los proeuropeos de ¡Basta!

La inversión extranjera se había secado al anticipar la victoria de Corbyn. Cuando se mudó a Downing Street ya no había dinero para nacionalizar nada excepto los agonizantes periódicos sensacionalistas, y eso hizo.

Gran Bretaña ha comenzado a conocerse como La Cada Vez Más Pequeña Bretaña. En el referéndum de 2023, Irlanda del Norte votó para unirse a Irlanda. Los partidarios de la unión eran casi todos católicos pero también había muchos protestantes jóvenes, desesperados por quedarse en la UE.

En 2025, el salario medio británico permanece por debajo del nivel de 2007. El trabajo más común de la población joven –que votó abrumadoramente por el Remain o se abstuvo en el referéndum de 2016– es cuidar de los votantes envejecidos del Leave. (Los corbynistas han prohibido los cuidadores robots, además de la mayoría del resto de robots.) Muchos británicos jóvenes sueñan con emigrar a Europa, donde los salarios de los camareros son mayores. Sin embargo, no pueden obtener visas. Cada semana, la policía fronteriza francesa descubre a británicos escondidos en el interior de camiones. Los juvenilistas presionaron a Corbyn para que pidiera reincorporarse a la UE, pero los 32 Estados miembros, en un acto inédito de unanimidad, se negaron siquiera a abrir negociaciones.

La única área donde Reino Unido lidera es en cultura juvenil. El merchandising del referéndum de 2016 –camisetas con la Union Jack a favor del Leave, pines de Nigel Farage, etc.– se ha convertido en un culto kitsch para los juvenilistas en todo el bloque occidental.

El mayor beneficiario británico del Brexit es Boris Johnson, una estrella en el circuito mundial de conferencias. Debido a que vivió suficiente tiempo en Bruselas como para obtener la ciudadanía belga, ahora pasa casi todo el tiempo en su mansión junto al río Loira. Sigue sin ser bienvenido en Reino Unido.

Francia está prosperando. Después de que Trump prohibiera toda la inmigración solo de China y la India, Silicon Valley cayó en una crisis. En 2019 la UE comenzó a regular Google, Apple, Facebook y Amazon como empresas proveedoras. Les subió los impuestos, las denunció como monopolios y las obligó a abrirse a la competencia. Esto permitió a sus rivales franceses emerger. Mientras, París también se convirtió en el centro de una industria floreciente de captura de carbono. En 2024 la ciudad superó a San Francisco como el centro tecnológico líder del mundo, con Lisboa en tercer lugar. Esto tuvo un lado negativo: el precio medio de un apartamento en París es ahora de 2,5 millones de euros.

El éxito de París proviene en parte de su decisión en 2021 de declararse una ciudad bilingüe. Buena parte de la economía creativa de Londres ha huido a los suburbios parisinos, que comenzaron a progresar incluso antes de que se pusiera en marcha el transporte público Grand Paris a tiempo para los Juegos Olímpicos de 2024.

La mayoría de las universidades francesas ahora imparten sus clases en inglés, a pesar de que el mayor beneficiario del declive de las universidades británicas ha sido Países Bajos. Los departamentos de física y biología de Cambridge se han mudado a Ámsterdam para poder seguir recibiendo fondos de la UE. Y en 2025 Leiden es la séptima ciudad en los rankings universitarios globales, desplazando a la eth de Zúrich como la número uno de Europa.

El presidente Macron, ahora de 47 años, tiene unos índices de popularidad del 60% en Francia y del 87% en Alemania. En 2027, cuando termine su segunda legislatura, planea dar el salto hacia su nuevo papel como ministro jefe de la Eurozona.

Mientras, las ciudades más bonitas del sur de Europa han rejuvenecido con hipsters del norte, que gracias a la realidad virtual pueden trabajar donde sea. La sustitución del coche por las bicicletas eléctricas ha hecho que ciudades históricamente sin coches como Palermo, Sevilla o Coimbra se vuelvan funcionales instantáneamente. Baratas, con buen tiempo y bendecidas con un buen café, se han vuelto irresistibles.

Pero el bloque occidental se siente cada vez más –literalmente– como un oasis en el desierto global. Casi toda África y Oriente Medio son regiones demasiado calientes y secas para vivir. Los drones europeos mutilan a la mayoría de los potenciales inmigrantes, pero pasa suficiente gente como para que el refugiado climático africano haya sustituido al terrorista islámico como el nuevo hombre del saco.

El bloque occidental tampoco tiene aliados externos fiables. China –que después de la “catástrofe de Corea” en 2018 se declaró “Nación de la Paz”– no es exactamente el enemigo del bloque. Pero tampoco es un aliado. Grecia (sobre el papel, miembro del Pacto de Varsovia) se ha convertido de facto en el vasallo pagado de China en Europa, y en su voto de bloqueo en Bruselas.

Y Estados Unidos ha abandonado a Europa. Los líderes del bloque occidental se limitan a ver las “guerras robóticas” de Trump en la televisión. Su sucesora demócrata lesbiana habla bien de Europa, y a veces queda con Macron en realidad virtual, pero no ha visitado el continente en dos años. Está demasiado ocupada luchando en la guerra civil de baja intensidad que tiene en casa, que surgió la noche de la elección de 2020, después de que Trump denunciara su derrota por 62 a 38 como un “amaño mexicano” mientras se subía al Air Force One en dirección a Moscú.

Los huracanes son acontecimientos anuales en los estados costeros del sur. Florida está casi totalmente abandonada, y los hoteles art déco de Miami Beach sumergidos en el océano. Tal es el estado de caos en Estados Unidos que se espera que Ivanka Trump (apoyada por su marido, Jared Kushner, desde su exilio en la Cisjordania ocupada por Israel) sea la nominada por el Partido Trump para 2028. Pero para los europeos el colapso de Estados Unidos es un ruido de fondo. Los gobiernos del bloque occidental han desaconsejado a sus ciudadanos viajar a la Unión Americana: es peligroso, y el comercio entre Estados Unidos y Europa ha disminuido desde que Trump sacó al país de la OMC.

Los europeos están ahora solos. Y, sin embargo, para los estándares globales su continente es feliz y frío (excepto por la cada vez más desértica España). Curiosamente, la visión tradicional británica de la UE ha prevalecido: una unión con demasiados miembros como para ser algo más que una simple zona de libre comercio, y que a pesar de la ausencia de los británicos realiza todos sus negocios en inglés. Podría ser peor, murmura la mayoría de europeos, y así es en casi cualquier otro sitio del mundo. ~

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Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

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(Kampala, Uganda, 1969) es co- lumnista del Financial Times. En 2016 publicó Fútbol contra el enemigo (Contraediciones).


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