Luis Loayza
Otras tardes
Valencia, Pre-Textos, 2017, 164 pp.
Anotación del 26 de mayo de 1966 en el diario de Julio Ramón Ribeyro: “Ayer, breve entrevista con Lucho Loayza, de paso por París. Conversación más bien parca y difícil, luego de cuatro años de ausencia. Ya no escribe. Le interesa poco la literatura, al menos la actual y sobre todo la peruana. Rehuyó hablar de Mario Vargas, de su meteórica ascensión, a pesar de que en dos ocasiones quise tocar el tema. Me dio la impresión de estar aburrido o deprimido o distraído.”
Lucho, Luis Loayza, “El borgiano de Petit Thouars” para Vargas Llosa, el mito entre los lectores que ni siquiera han visto una edición de sus seis libros, el autor cuya obra permanece detrás de las estanterías, un escritor que seguro ni siquiera sabría el alcance de su obra, porque dicen que no le interesaba, que así vivió y murió el pasado 12 de marzo, sin selfies ni likes. Lo más que se puede saber sobre él son datos que caen a cuentagotas cada cierto tiempo y que suelen ser versiones de otros ya difundidos. Pero no era un misántropo o un ermitaño. Quienes quieran saber más de su vida pueden escarbar en La tentación del fracaso, la reunión de los diarios de Julio Ramón Ribeyro, el mayor cuentista peruano, donde Loayza tiene catorce entradas en el índice onomástico. Gracias a una de ellas sabemos que mantuvo una relación epistolar con Loayza y es inevitable preguntarse dónde están esas cartas. Ambos eran parte de la Generación del Cincuenta, movimiento literario que supone la modernización de la narrativa peruana con la adopción de las innovaciones de Faulkner y Joyce, pero también gracias a Kafka y Borges.
La editorial Pre-Textos ha reeditado Otras tardes, el segundo volumen de relatos que publicó Loayza el año 1985. El primero, El avaro, lo publicó en 1955. A esta nueva edición se han sumado otros textos agrupados como Fragmentos y el relato “Ajedrez”. Y a diferencia de El avaro, libro borgiano que emplea figuras míticas, Otras tardes se inscribe dentro del realismo urbano. Desde el primer relato que da título al libro, queda claro que estamos frente a un observador agudo de la sociedad limeña, en una capital que crece veloz ya desde los sesenta, pero que mantiene la misma estructura conservadora e hipócrita. Carlos, un profesor universitario, y Ana, una alumna casada, se conocen en una clase abierta al público que él dicta. Así empieza una relación en la que prima el misterio y surgen los pretextos para encontrarse, hasta que llega el arrebato del primer encuentro sexual. El romance se va complicando según aparecen los celos y otras dudas personales de Carlos, a pesar de que Ana le deja claro por qué se ven: “No me haces preguntas, no me exiges nada, no te crees mi dueño.” Carlos es una especie de Bartleby, un hombre que aplaza todas sus oportunidades, con la mayoría de sus amigos ocupados con sus familias, presos de la seriedad que dicta la norma social sobre los hombres casados. Y mientras que él vive en la comodidad que representa el limbo de la indecisión, Ana es la mujer joven que se rebela contra las ataduras de un matrimonio en el que apenas es un adorno.
En “Enredadera” Loayza examina la podredumbre de las relaciones sociales en las clases más favorecidas. Un ejemplo es la doble vida que llevan los hombres para satisfacer su vida sexual y sentimental: “Muchos de mis compañeros anunciaban de pronto que estaban enamorados y a los veinte años pensaban en casarse, costumbre que yo encontraba más bien absurda. Adolecía quizás de cierto cinismo juvenil pero no lograba creerles cuando me hablaban de esas grandes pasiones con permiso del papá, que en muchos casos no les impedían mantener en barrios menos elegantes otras amigas con las cuales no pensaban casarse.” El narrador se muestra incómodo frente a las actitudes que detecta en su entorno, pero evita ejercer una crítica dura porque a su vez reconoce que es parte de ese sistema. Lo que impera en el deseo de la mayoría es mantener el estatus, pero aquí aparece otra vez una mujer que trata de rebelarse, Adela, que “quería eso que solo puede expresarse con palabras que parecen vacías porque cada uno de nosotros pone en ellas algo distinto: la experiencia, la libertad, la vida o al menos una manera de vivir más intensa que no fuera ese destino que no había elegido y del que no conseguía librarse”. Al tener una relación con Manuel, hombre casado y primo del narrador, Adela rompe la barrera de lo prohibido, cuestiona los límites que la sociedad le impone.
Más que en la infidelidad, en “Padres e hijos” la trama se apoya en la falta de coraje de Jaime para tomar las riendas de su vida: “Unos meses antes el matrimonio de Jaime había terminado, después de más de veinte años. Se le ocurrió enamorarse y no tuvo la voluntad suficiente para tomar una decisión, o el valor o la honradez, o no quería a su amante, o en verdad no quería a nadie”. Las dos mujeres lo dejan. Jaime es hijo de una tradición, repite la historia de su padre y busca conocerlo después de muerto para entenderse a sí mismo. “La segunda juventud” nace también de un desencuentro amoroso. Como señala el título, hay unos protagonistas que reclaman otra oportunidad en la madurez. Loayza es eso que llaman un orfebre de la palabra, un estilista que trabaja los personajes femeninos como pocos autores, un crítico social que denuncia con elegancia el machismo y da voz a unas mujeres que la sociedad quiere moldear como estereotipos. Otras tardes sigue siendo un libro más actual que otras novedades, las palabras que nos ayudan a medir lo poco que han cambiado algunas sociedades.
(Por último, valga la recuperación de “Ajedrez” para recordar que Luis Loayza derrotó al legendario Bobby Fischer en 1965 en una partida simultánea en Nueva York.) ~