La fe del camarada Lombardo

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Daniela Spenser

En combate. La vida de Lombardo Toledano

Ciudad de México, Debate, 2018, 584 pp.

 

Tras años de paciente investigación en archivos de México, Estados Unidos, Gran Bretaña, Europa y Rusia, la historiadora Daniela Spenser puso punto final a su ambiciosa biografía de Vicente Lombardo Toledano, tal vez el principal líder sindical de la historia de México y América Latina en el siglo XX. Dentro de los hitos de la Revolución mexicana podría incluirse ese, que no siempre se le adjudica: haber producido un liderazgo sindical que unió a la izquierda latinoamericana bajo un modelo único de relación especial con la URSS.

Lombardo se formó en los círculos intelectuales de la Revolución mexicana. Fue uno de los “siete sabios” de la Escuela de Altos Estudios y la Escuela Nacional de Jurisprudencia, de donde se graduó en 1919 con la tesis El derecho público y las nuevas corrientes filosóficas. En aquellos años formativos, bajo el magisterio de Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña, el joven poblano se adscribía a un humanismo liberal, crítico del marxismo. Fue la lucha universitaria y sindical, que emprendió desde los tiempos de su oposición al secretario de Educación del gobierno de Álvaro Obregón, José Vasconcelos, la que lo llevaría a identificarse con el marxismo-leninismo, ya no como ideología sino como credo.

Desde los años en que militaba en la Confederación Regional Obrera Mexicana (crom) y respaldaba al Maximato callista, ya Lombardo profesaba esa fe, que provocaba constantes reyertas ideológicas con otros líderes sindicales y con sus propios maestros, Caso y Henríquez Ureña. Al momento del ascenso de Lázaro Cárdenas a la presidencia en 1934, Lombardo es un abierto defensor de Moscú, sin haber visitado la Unión Soviética aún y sin militar en el Partido Comunista Mexicano. Esa posición, aparentemente contradictoria, sería la base estratégica de su prolongado liderazgo sindical.

Daniela Spenser da gran importancia al primer viaje de Lombardo a la URSS, con su inseparable compañero Víctor Manuel Villaseñor, entre el verano y el otoño de 1935. A diferencia de Walter Citrine, el líder sindical británico que viajó a Moscú por esos mismos meses y que cuestionó el control del movimiento obrero por parte de la burocracia estalinista, Lombardo regresó a México con una imagen idílica del país de los soviets. El socialismo, decía, ha “cuajado en una realidad”, el “sueño y las esperanzas se han cumplido”. La URSS era el “mundo del porvenir” y Leningrado le produjo una “impresión de opulencia y refinamiento” mayor que París, Berlín o Viena.

A su regreso de la Unión Soviética, Lombardo se convirtió en un guardián del prestigio de Moscú en la opinión pública mexicana. Cuestionó a André Gide por sus críticas a la URSS y combatió fervorosamente a León Trotski durante su estancia en México –incluso luego de su asesinato–. Todo el proyecto de fundación de una nueva central sindical, que arrancó con la Confederación General de Obreros y Campesinos (CGOCM) en 1933 y culminó con la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) en 1936, estuvo marcado por la defensa irrestricta del modelo soviético.

Spenser describe los vínculos de Lombardo con líderes soviéticos de la Internacional Sindical, como Aleksandr Lozovsky, o con agentes de Moscú en México, como Witold A. Lovsky, pero no ofrece mayor información sobre el perfil del mexicano en los archivos rusos. El lector se queda con ganas de saber más sobre la especificidad de aquella agencia, que permitía a Lombardo ser un aliado a toda prueba de Moscú sin militar en el Partido Comunista. Que la labor del mexicano era altamente valorada por la dirigencia soviética se constata en su protagónica conducción de las relaciones con el movimiento obrero y el Partido Comunista de Estados Unidos, bajo las dirigencias de Earl Browder y William Z. Foster.

Desde la CTM, Lombardo creó un vínculo más armonioso que conflictivo con todos los gobiernos y presidentes del pri, que continuaría su sucesor, Fidel Velázquez. De hecho, la biografía de Spenser sugiere que la relación más tensa de Lombardo fue con Lázaro Cárdenas, por la independencia de Moscú que mostró el general con el asilo de Trotski. El nacionalismo revolucionario cardenista se acercaba a una zona radical de la izquierda que Lombardo rechazaba, en sentido similar al rechazo de Stalin a los bolcheviques, trotskistas y anarquistas. Es por esa razón que respaldó la candidatura de Manuel Ávila Camacho, en contra de la de Francisco J. Múgica, en 1940, y criticó el Movimiento de Liberación Nacional de Cárdenas a principios de los sesenta.

Tras heredar la dirección de la CTM a Fidel Velázquez, Lombardo se concentró en dos proyectos en los que continuó aquel entramado geopolítico de lealtad a Moscú y entendimiento con Los Pinos. La Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), fundada en 1938, le permitió extender una red prosoviética en el movimiento sindical latinoamericano, enfrentándose, por un lado, a la influencia creciente del populismo, que provenía, sobre todo, de Getúlio Vargas y el Estado Novo en Brasil y del peronismo argentino, y por el otro, a las corrientes trotskistas, socialdemócratas o liberales, alentadas por el sindicalismo estadounidense. En el frente interno, el Partido Popular Socialista, creado a fines de los cuarenta, facilitó a Lombardo su disciplinada complicidad con el presidencialismo priista.

La biografía de Spenser concluye con la crisis que representó, para aquel modus vivendi, el posestalinismo y el calentamiento de la Guerra Fría en América Latina. Lombardo no supo adaptarse al “deshielo” en la URSS y su liderazgo en la CTAL se vio severamente cuestionado por los partidos comunistas latinoamericanos. El viejo líder sindical celebró la Revolución cubana, pero se opuso firmemente a su influencia en la juventud radical mexicana. La muerte de Lombardo en noviembre de 1968, mientras respaldaba la represión del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz contra el movimiento estudiantil y la invasión soviética de Checoslovaquia, fue todo un símbolo del agotamiento del estalinismo en América Latina. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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