Michael Haneke tiene setenta años de edad. Su cinta más reciente, Amour (2012), es un retrato trágico y dulce al mismo tiempo, una historia contada desde los confines de la vida en este mundo. Es la mirada cruda de uno de los cineastas más incisivos de nuestra época, que con Amour vuelve a mover las fibras más íntimas del espectador.
Se abre el telón: una pareja interpretada por Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva asiste a un concierto de piano en una sala abarrotada. Ya viejos, se refugian tras la convivencia cotidiana en su departamento en París. Ella sufre lapsos en los que pierde la memoria durante pequeños episodios, víctima de una enfermedad progresiva que va menguando sus capacidades físicas y mentales. Paulatinamente el dolor y la frustración aumentan, y pronto deja de valerse por sí misma. La devoción de su marido ante la adversidad y la lealtad con que la enfrenta son una lección amorosa impregnada de un dolor difícil de imaginar.
Fuera de la primera secuencia, la película sucede en el departamento. La cámara casi no se mueve. La trama se cuenta con lo esencial: un par de lentes, un trípode y tres actuaciones fuera de serie, porque además de la pareja está su hija, papel interpretado por la legendaria Isabelle Huppert, la actriz que más ha colaborado con Haneke. Por más que la hija quiere ayudar al padre en la convalecencia de su madre, él siente como suyo ese deber, y de nadie más. Y es que en realidad no hay mucho qué hacer. Los dados están echados, solo queda esperar y cuidar a la enferma.
Haneke no le ahorra instantes incómodos al espectador. Tanto la trama como la manera de llevarla a la pantalla están diseñadas para acercarse al drama de la manera más realista y natural posible, por medio de un trabajo actoral, repito, exuberante. La cotidianeidad que progresivamente se cubre de miedo y desesperación no deja lugar para el optimismo mientras la inevitable reflexión en torno a la muerte se vuelve sombría. Los personajes de esta historia caminan a paso lento hacia el desfiladero.
De alguna manera Amour marca un puerto de llegada a la filmografía de Haneke, sobre la que he escrito antes en este espacio. Los temas que ha tratado se han decantado hasta llegar a esta trama minimalista, sin trucos ni música de acompañamiento. De manejar, digamos, orquestas completas (71 Fragments of A Chronology of Chance y Code Unknown), se ha quedado con solo dos violines: dos actores en una locación. En esto se parece más a The Piano Teacher, aunque ésta va más allá en sus ambiciones psicológicas. En Amour todo está claro y al final todo está dicho; cada acción es un planteamiento moral, cada gesto es de vital importancia. En última instancia somos testigos de una sabiduría cabal que proyecta una ética implacable, con una conclusión que nos deja helados. El cine revive tras la lente del teutón.
No es ninguna sorpresa que Amour haya ganado la Palma de Oro el año pasado en Cannes. Es una cinta contundente, clásica y arriesgada a la vez. El lenguaje cinematográfico que utiliza es de lo más sencillo, mientras que el tema es de una complejidad filosófica admirable. The White Ribbon, su film anterior, también la ganó. Se podría decir que Haneke encarna la perfecta evolución del más fino cine europeo. (Nació en Munich, poco después se mudó a Viena y ahora hace sus películas en Francia.) Lo que sí sorprende es que Amour esté nominada para los premios Oscar en tantos rubros, incluido mejor película. Es raro que la Academia nomine una cinta de tema escabroso tratado de una manera tan seca sin ningún tipo de co-producción estadounidense. Esas quedan relegadas a la categoría de película extranjera, pero en este caso la cinta contiende también por director, guión y actriz. Aunque sería grato pensar que Hollywood se está abriendo al mundo, es más certero decir que esta es la excepción que confirma la regla. De cualquier forma me parece increíble que Amour haya resonado tanto como para conferirle dicha importancia dentro de un esquema politizado y comercial que por lo general premia lo técnico y olvida el lado humano. Por otra parte, el resto de la lista de premios y nominaciones es extensa.
Si gran parte del saber moderno se le debe al pueblo germánico (Kant, Heidegger, Einstein), en los albores del siglo XXI hay un cineasta que continúa esa tradición, porque además de contar historias Haneke reflexiona psicológica y filosóficamente. Sus planteamientos intelectuales ponen al cine no solo como un medio narrativo, sino como una vía más para la búsqueda del conocimiento. El tema de Amour, a fin de cuentas, es la condición humana.
(ciudad de México, 1979) Escritor y cineasta