Less al principio

El primer capítulo de "Less", novela ganadora del Premio Pulitzer de Ficción 2018, editada por Alianza de Novelas.
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Vista desde mi perspectiva, la historia de Arthur Less no es tan terrible.

Mírenlo: elegantemente sentado en un sofá con forma de rosca, de mullido aspecto, en el recibidor del hotel, con traje azul y camisa blanca, y las piernas cruzadas de forma que uno de sus relucientes mocasines se suelta del talón y queda col­gando. La pose de un joven. Su sombra esbelta sigue siendo la de su yo más joven, pero con casi cincuenta años recuerda a esas estatuas de bronce de los parques que —excepción hecha de una rodilla muy pulida que los escolares soban porque trae buena suerte— van decolorándose poco a poco, adquiriendo el hermoso tono de los árboles que la rodean. Eso mismo le ha ocurrido a Arthur Less, antaño rebosante de una juventud en­tre dorada y rosácea y hoy desvaído como el tono del sofá en que se sienta, dándose golpecitos con un dedo sobre la rodilla y mirando fijamente el reloj de pared. Una larga nariz patricia, perennemente quemada por el sol (aun en el nuboso octubre neoyorquino). Pelo rubio medio desteñido, demasiado largo por arriba y demasiado corto por abajo; el vivo retrato de su abuelo. Esos mismos ojos de un azul acuoso. Escuchen: quizá oigan su ansiedad haciendo tic, tac, tic, tac, mientras él obser­va fijamente el reloj de pared. El reloj de pared, por desgracia, no hace tictac. Se paró hace quince años. Arthur Less no es consciente de ello; sigue creyendo, a su edad, que quienes aceptan acompañarte a un acto literario llegan a tiempo y que los botones dan cuerda invariablemente a los relojes de pared de los recibidores de los hoteles. Él no lleva reloj de pulsera; su fe también va adelantada. Es mera coincidencia que el reloj se parase a las seis y media, casi exactamente la hora a la que deberían llevarlo al acto de esa noche. El pobre hombre no lo sabe, pero son ya casi las siete menos cuarto.  

Mientras Less espera, da vueltas y vueltas por el recibidor una joven con un vestido de lana de color café, una especie de colibrí forrado de tweed, polinizando primero a un grupo de tu­ristas y luego a otro. Asoma la cabeza entre un corro de gente sentada en sillas, hace una pregunta e, insatisfecha con la res­puesta, se dirige rápidamente hacia otro grupo. Less no se fija en ella ni en su ronda. Está demasiado concentrado en el reloj ave­riado. La joven se acerca al encargado de la recepción y luego va al ascensor, abordando a un grupo de señoras emperifolladas que se dirigen a una velada teatral y reaccionan dando un res­pingo. El mocasín suelto de Less sube y baja. Si hubiese prestado atención, quizá habría escuchado la acuciante pregunta que la mujer hace a todas las personas que hay en el recibidor, salvo a él. En la pregunta reside la clave de todo lo que está ocurriendo: «Disculpe, ¿es usted la señorita Arthur?».

 

Reproducido con autorización de Alianza de Novelas.

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(Washington D.C., 1970) es novelista.


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