Bien, señores —dijo el erudito Mostaza en la cultísima tertulia de la cafetería Mister Q, en el pueblo castellano de Argamasilla de Alba—, no diré que el libro ese de Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, carezca de méritos, y admito que el principal es que ha dado fama e incluso inmortalidad a nuestros queridos coterráneos don Alonso Quijano y don Sancho Panza. Pero a tal libro, quizá genial desde un punto de vista meramente literario, no se le puede en serio tener por la veraz historia de los susodichos ilustres manchegos, pues parece que el mismo don Miguel, tal como el demente hidalgo propuesto en su libro, era muy dado a leer obras de desmedida ficción: los llamados libros de caballerías. Pienso que cuando, pasando noches de claro en claro y días de turbio en turbio, el manco de Lepanto transcribía la crónica del tal Cide Hamete Benengueli, a veces sufría ¿o gozaba? fuertes alucinaciones. Así resultó que la obra, que él creía cabalmente documental, vino a ser un libro de caballerías más, con todas sus delirantes e hilarantes aventuras, aunque hipotéticamente ocurridas en esta tierras de La Mancha, donde la realidad ocurre en modo muy fuerte. Con esa sospecha, yo, humilde y empeñoso historiador de los pueblos manchegos, he estudiado viejos papeles y pergaminos, y he logrado reconstruir la historia de don Alonso y don Sancho, la cual os la diré si queréis escucharla.
CRÓNICA DE LA COMPAÑÍA TREBISONDA
Cuando, el viejo actor don Alonso Quijano, después de haber representado en todos los tablados, patios y corrales de teatro de España y Portugal los más nobles papeles del repertorio clásico, se retiró a su pueblo natal para vivir en el ocio y la remembranza de los gloriosos días, he aquí que un bien acomodado labriego del lugar, de nombre Sancho Panza, aficionado al teatro, lo visitaba y se embelesaba oyéndole contar sus recuerdos. Así, de charla en charla y de vaso de vino en vaso de vino, ocurrió que una tarde Sancho le propuso a don Alonso que retornara a su arte y se fuesen los dos en sociedad por los caminos para dar funciones en los teatros y corrales de comedia de los pueblos de La Mancha, y de toda Castilla, y de España toda, de modo que, poco a poco colectando a otros actores aficionados y/o profesionales, formasen una compañía teatral itinerante.
La Compañía Trebisonda, pues, quedó compuesta, en el comienzo, pero luego para siempre, con sólo sus dos fundadores, más un caballo que montaba don Alonso y un asno en que iban Sancho y los bártulos escénicos. Recorrieron así la horizontal y ancha Castilla dando funciones en las ventas, en los mesones, en las posadas, en las plazas, en los patios y corrales y, en una ocasión, en un palacio ducal. Pronto abandonaron el repertorio clásico porque no interesaba al público popular, e iban de función en función improvisando una cambiante comedia en la cual Quijano interpretaba al legendario y sublime caballero Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza ponía en pie a su rústico escudero, hombre de aspiraciones más terrenales, pues, como él mismo decía, no se hizo para la miel el hocico del asno.
Pero sucedía que Quijano, que por su edad tenía mal barajada la memoria, trastocaba los monólogos y los diálogos insertándoles olvidos y errores, y, para disimularlos, extremaba los efectos truculentos hasta llevarlos a la parodia involuntaria, mientras que Sancho, que al principio había querido actuar su papel en registro serio y luego fue descubriéndose una vena cómica, metía refranes de la sabiduría popular y esos chistes improvisados que la jerga teatral llama morcillas. Así lograban que tanto los dramas como las comedias regocijaran al bajo pueblo y, en una inolvidable ocasión, implicaran y divirtieran a unos copetudos duque y duquesa.
Al acabar cada representación, Sancho pasaba el sombrero y colectaba las monedas, los panes, los chorizos, los quesos (manchegos), y, en ocasión también inolvidable, se obtuvo un pollo asado (aún caliente) y una botella de vino (de mesa) como pago de la muy reída función aportada a las fiestas nupciales del rico Camacho.
(Publicado previamente en el periódico Milenio)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.