Yo, líder: la deriva personalista de la política

El círculo de la deliberación se ha estrechado tanto que unas pocas personas son las encargadas de tomar las decisiones en los partidos.
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Hace unas semanas, hablábamos aquí del conflicto que tiende a aparecer en los partidos entre los principios de disciplina de voto y de deliberación interna. Imponer la unidad de acción en una formación tiene sentido político, pero no debería servir para hurtar la deliberación interna que lleve a la adopción de posturas colectivas. Sin embargo, eso es lo que sucede en la práctica: el círculo de la deliberación se ha estrechado tanto que unas pocas personas son las encargadas de tomar las decisiones en los partidos. La autonomía parlamentaria es, cada vez más, la autonomía del líder.

Este acontecimiento tiene que ver con la deriva personalista de la política, que está muy relacionada con el cambio tecnológico y la digitalización en los medios de comunicación. En este artículo trataré de explicar cómo afecta este fenómeno a las formaciones, atendiendo a tres niveles de organización: el líder, el partido y las bases o la militancia.

La deriva personalista de la política ha reforzado el poder del líder de dos formas. Por un lado, España, como casi toda la Europa continental, optó en 1978 por un modelo de parlamentarismo racionalizado (Mirkine-Guetzévitch) que proporcionara la estabilidad política y la gobernabilidad de la que históricamente habían adolecido los sistemas asamblearios. El parlamentarismo racionalizado limita el poder del parlamento y refuerza la acción presidencial, dando lugar a un liderazgo que se construye por acumulación de jefaturas y que tiende a replicarse en los partidos que no ocupan el gobierno.

Tecnología

Por otro lado, la tecnología ha hecho posible el establecimiento de un vínculo personal, directo, inmediato y bidireccional entre el líder y sus electores. El candidato ya no necesita la estructura burocrática de unas siglas para interactuar con los votantes en cualquier momento. Esto nos lleva a abordar el efecto de la deriva personalista sobre el partido.

La revolución tecnológica ha permitido la desintermediación, también en la esfera política, en la que suele hablarse de una crisis de la mediación: desde el punto de vista del líder, la estructura burocrática ya no es imprescindible para comunicarse con el electorado y llamar a la movilización. Desde el punto de vista de los votantes, se genera, por decirlo con Ortega, una demanda hiperdemocrática, una vocación de actuar políticamente de forma directa sin necesidad de delegar en los representantes de los grupos parlamentarios. Así, no es casualidad que hiperliderazgo e hiperdemocracia sean dos de los rasgos distintivos del populismo que ha protagonizado la política de la última década.

Primarias

La deriva personalista de la política ha favorecido la concentración del poder en el liderazgo de las formaciones a costa del partido y, en consecuencia, ha contribuido a aplacar la discrepancia y el pluralismo interno. Esta verticalidad contrasta con el discurso público de las organizaciones, que en la última década han expresado una ambición de horizontalidad y democracia interna. De hecho, la mayoría de las formaciones han desarrollado mecanismos de elección de cuadros y candidatos a través de procesos de primarias.

No obstante, las primarias han tenido un efecto paradójico, aunque no completamente antiintuitivo, sobre la política partidista: los resultados de las votaciones han servido para reforzar la posición del líder y se han esgrimido como instrumento de legitimación para hurtar la negociación o el diálogo con quienes defienden una postura diferente. Esto es así porque, en primer lugar, el aparato tiende a controlar los aspectos de la elección y parte con ventaja para hacerse vencedor. En segundo lugar, en el interior de las formaciones, la democracia no toma una forma representativa que dé voz a las distintas corrientes internas, sino plebiscitaria, dando lugar a una dinámica en la que el ganador se lo lleva todo. Así, el vencedor impone su visión, su estrategia, su equipo y se siente autorizado para desoír (y hasta para perseguir) a los que disienten, amparado en el respaldo de la militancia.

A pesar de todos los elementos que acentúan el poder del líder dentro del partido, la tecnología ha proporcionado un cierto empoderamiento hacia afuera a los cuadros críticos. Los miembros que se inscriben en corrientes minoritarias tienen también un acceso directo, tecnología mediante, a la ciudadanía. Cuando el partido no es capaz de acomodar el pluralismo en el seno de la organización corre el riesgo de que esas minorías arrinconadas recurran a los medios y las redes sociales para hacer oír su voz, provocando inestabilidad. Normalmente, esto sucede cuando el partido atraviesa un mal momento electoral: los buenos resultados en las urnas siguen siendo el mejor pegamento partidista que conocemos.

Que la representación se esté desplazando de los órganos oficiales a los medios de masas es un rasgo diferenciador de nuestro tiempo político: lo institucional-racional pierde valor frente a lo comunicativo-emocional, y ese es un escenario en el que el liberalismo es débil frente al desafío populista.

Efectos en las bases

Para terminar, la pérdida de peso de los partidos en la deriva personalista de la política tiene consecuencias también sobre la forma en que las bases, simpatizantes o militantes, participan y se movilizan electoralmente. En la última década han ido surgiendo modelos de partidos plataforma, más livianos, verticales y ágiles a la hora de responder a las necesidades del momento político, si se las compara con las viejas formaciones de burócratas. La implicación de las bases ya no gira tanto en torno a unas siglas como alrededor de un proyecto concreto que a menudo se identifica con un candidato (la victoria de Macron puede ser un buen ejemplo). Esta forma de activismo no institucionalizado, cuyo germen quizá haya que rastrearlo en la desconexión entre los partidos cartelizados y la ciudadanía que se inauguró en los años 80, responde bien a las demandas del contexto hiperdemocrático y la crisis de la mediación, y explota los instrumentos de la revolución digital.

En conclusión, la deriva personalista de la política produce hiperliderazgos y debilita el pluralismo en las organizaciones, y las primarias en los partidos han reducido los contrapesos internos al introducir elementos de democracia plebiscitaria. Esta inercia mayoritaria choca con el diseño institucional liberal, concebido para la representación proporcional, y genera tensiones y conflictos. No obstante, el cambio tecnológico y la digitalización parecen tener mucho que ver con el fenómeno, y ese origen estructural nos obliga a albergar muchas dudas sobre la posibilidad de corregir estos efectos.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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