Foto: GeoTrinity, CC BY-SA 3.0 , via Wikimedia Commons

Tiempos de latencia

Aforismos en torno a la escritura y las modas literarias, para el arranque del nuevo año.
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La inacabable borrachera del posmodernismo nos condena a la eterna resaca del relativismo, con sus verdades alternativas, sus ideas recibidas y sus estatuas derribadas.

 

Nos hemos acostumbrado a convivir con la pertinaz confusión, semántica y conceptual, entre términos que remiten a una constelación histórica ya remota. A estas alturas, palabras como liberalismo, conservadurismo y fascismo, por un lado, y progresismo, socialismo y comunismo, por el otro, desgastadas por el exceso de uso, no significan sino lo que quieren que signifiquen sus emisores. Nuestra época no necesita mapas o brújulas. Le basta una llave maestra.

 

Escribo desde el rencor y por el rencor. Quien, como yo, sufre de incontinentes ataques de atrabilismo, no es capaz de escribir una sola línea por encima o por debajo del más homeopático de los sentimientos. Similia similibus curentur.

 

Nunca he sido un corredor muy exitoso en la bolsa de valores literarios. Tras la bancarrota de las humanidades, derroché todo mi patrimonio adquiriendo divisas anacrónicas y fuera de curso, y no supe prever la vertiginosa subida, en el mercado de futuros, del radicalismo de cartón piedra y de la cosmética de la corrección política.

 

La “originalidad” se ha convertido en el refugio de los ineptos y de los conformistas, mientras que el plagio continúa siendo la única virtud demiúrgica que nosotros, pequeños lectores de provincia, podemos reivindicar.

 

La neovanguardia italiana ganó, en los estertores de la modernidad, una de las últimas guerras de religión del siglo XX. La estrategia fue de manual, pues sus protagonistas, después de haber abjurado de la heterodoxia revolucionaria y experimentalista, llegaron a conquistar las mayores arquidiócesis universitarias y editoriales, consagrándose a una majestuosa obra de evangelización. Sus discípulos todavía gozan de la dignidad cardenalicia y, desde las cátedras episcopales, siguen aleccionándonos acerca de las gestas teoréticas de los primeros apóstoles.

 

La crítica de la cultura es menos terminal que cementerial. La repartición de los cadáveres depende, en el mejor de los casos, de la levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad de cada uno de los enterradores. De la coherencia, salvo raras excepciones, ya nadie se acuerda.

 

Mi destino se cumplió en el momento en que las formas de la tradición fueron absorbidas por el Italian Style y la literatura se volvió prêtàporter.

 

Las imposturas intelectuales y las decepciones académicas me enseñaron a desconfiar menos de la mentira que de la verdad.

 

Ars brevis, vita brevior.

 

Nuestra boyante industria editorial suele mirar con malos ojos el viejo “juego a la italiana”, que ya casi nadie practica. El contragolpe murió en brazos de algún suplemento cultural, y junto con él se extinguieron también el líbero y la sátira.

 

Una vez alcanzada la edad madura, los jóvenes escritores empiezan a perder el pelo, pero aprenden a transplantar los estilos. Los más afortunados superan sin secuelas aparentes la angustia de la influencia.

 

Desde que se abrió la veda, la sociedad del espectáculo se ha transformado en el coto de caza de una cohorte de sedicentes especialistas, quienes se dedican con verboso ahínco a conculcar los derechos más elementales de los lenguajes propios y ajenos.

 

El pasado es una ficción que nadie puede mantener y que siempre termina mal, a pesar de la riqueza de las naciones y de la sabiduría de los pueblos.

 

La historia contemporánea nos ha demostrado con tragicómicas creces que, para triunfar, los nacionalismos populistas no deben dejarse extraviar por preocupaciones de orden estético.

 

En la actualidad vivimos –y escribimos– como si estuviéramos todos muertos, pero, por buena educación, fingimos no darnos cuenta de ello, lo que genera cierta extraña incomodidad entre nosotros.

 

Percibo todas las seducciones póstumas de una catástrofe inefablemente interina.

 

Las terapias breves –hoy día tan en boga– tienen algo nauseabundo y expulsivo, como si la curación y el aprendizaje consistieran en la parcial o total deyección del pensamiento, de la vida y de la conciencia de sí.

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(Padua, 1974) es ensayista y editor italiano residente en México.


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