Es asombroso que aun haya gente de izquierda que no vea que el presidente López Obrador es un gobernante de derecha. Basta observar su amistad con ese execrable personaje que es Donald Trump para entender que su afinidad con el peor presidente que ha tenido Estados Unidos no es una muestra de pragmatismo sensato sino una señal clara de que el presidente mexicano es un típico populista reaccionario. No solo fue a Washington en julio del año pasado para apoyar la campaña electoral de Trump, sino que se negó a felicitar al ganador de las elecciones de noviembre, Joe Biden, durante más de cuarenta días, hasta que fue inevitable reconocer su triunfo. Se negó debido a que sintió afinidad con el tramposo combate de Trump por demostrar que había habido fraude en las elecciones, una lucha que, como dijo, le recordó su propia resistencia a aceptar que había perdido las elecciones en 2006 y en 2012.
López Obrador también se negó a condenar la invasión al Capitolio instigada por Trump el 6 de enero, con el pretexto absurdo de que la Constitución prohibía que opinase sobre temas de política interna de otros países, un respeto que se le olvidó cuando poco después se metió a criticar a Twitter y a Facebook por cerrar las cuentas de Trump. Estas empresas pretendieron impedir que el presidente de Estados Unidos siguiera incitando a la rebelión contra la democracia. Cuando todos los políticos democráticos del mundo criticaban la bárbara invasión al Capitolio, el presidente mexicano se calló la boca y solo la abrió para protestar porque se “censuraba” la libre expresión de las ideas de su amigo Trump, unas ideas encaminadas a incitar la insurrección contra el sistema democrático.
Muchos sospechan que, como premio por su amistad y por haberle ayudado a complementar el muro en la frontera con decenas de miles de soldados de la Guardia Nacional, Trump aceptó liberar y devolver a México, sin procesarlo, al general Salvador Cienfuegos, acusado de alianzas con los narcos. Y a ocho días de abandonar la presidencia, Trump viajó a la frontera con México para celebrar su emblemático muro. Allí declaró una vez más su agradecimiento a López Obrador, a quien calificó de ser “un gran presidente y un gran caballero, un amigo mío”. Esto nos muestra que en México hay el peligro real de una deriva autoritaria a consecuencia del populismo reaccionario que caracteriza al gobierno.
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.