Casi desde que la hamburguesa dejó de ser un pedazo de carne metido en un bollo y comenzó a convertirse en parte del paisaje cultural gringo, las artes plásticas voltearon su atención hacia ella. (¿O fue al revés: cuando las artes voltearon su atención hacia ella, la hamburguesa empezó a convertirse en una parte del paisaje cultural gringo?) El cómic, esa arte plástica en acostón constante con las artes narrativas, fue acaso la primera en adoptar para sí a la hamburguesa, a través de J. Wellington Wimpy, personaje de Thimble Theatre, la tira de E.C. Segar cuya estrella absoluta era el casi vegetariano Popeye. Contemplad a Wimpy:
Wimpy era un tramposillo, un pícaro, cuyo impulso vital era conseguir hamburguesas gratis. Hasta traía catch-phrase bajo el brazo: “I will gladly pay you Tuesday for a hamburger today.” Claro que el pinche Wimpy nunca tuvo intención de pagar nada. El rey Midas, en The Golden Touch (1935), un corto de las Silly Symphonies dirigido por Walt Disney antes de que delegara por completo esa chamba, sí hubiera pagado lo que fuera por su sencilla, humilde hamburguesa.
La historia es muy conocida. (Si tienes nueve minutos y medio, puedes verla completa acá.) Midas, el avaro, consigue de un elfo el toque mágico, que le permite convertir en oro todo lo que su mano toca:
Por supuesto, como todos los deseos impuestos por los pecados capitales, éste trae consigo la penitencia. Midas comprende pronto que su toque también convierte la comida en incomestible oro puro:
y ya alcanza a verse muerto en el espejo:
Ruega entonces al elfo: “¡Goldie –le grita–, Goldie! Aparta de mí esta dorada maldición, no dejes que muera de hambre… ¡Llévatelo todo! ¡Mi oro! ¡Mi reino por una hamburguesa!” Goldie le pregunta: “¿Con cebolla o sin cebolla?” El rey se humilla otra vez “¡Una hamburguesa!” y Goldie reconoce: “Ah, ahora sois un rey humilde y sabio.” He aquí el premio final:
Aunque su trazo puede ser impresionante –ejemplo: el rey ante el espejo–, The Golden Touch no es una obra maestra. Importa, sin embargo, porque es la primera vez que la hamburguesa toca (en artes plásticas, al menos) uno de los dos extremos de su péndulo: el del símbolo del alimento humilde, el que está al alcance de todos –jodidos o ricos, urbanitas y campesinos–, porque es el gran logro del arte culinario americano: un sueño pagable que incluye trigo, vegetales, lácteos y, sorprendentemente, carne en un paquete que puede sostenerse en una mano y no soltarse hasta que ha pasado completito al organismo.
El otro extremo del péndulo es menos feliz. La hamburguesa, para estos artistas, es un símbolo de todo lo que está mal con “el sistema” (capitalista, se entiende): repetición, filas y filas de animales enjaulados en espacios irrespirables, aplastamiento del gusto individual, de la creatividad del cocinero: la comida como una línea de producción. El arte pop tomó nota de esto en forma más o menos irónica, como en las Dos hamburguesas con todo (Hamburguesas duales) de Claes Oldenburg, 1962:
(Paréntesis: Warhol no se subió al tren hamburgués hasta los ochenta, con obras como Hamburguesa doble:
y, exasperante o brillantemente, con Andy Warhol Eats a Hamburger, de 1982 –director: Jørgen Leth–, donde en verdad nada sucede sino lo que su título indica. Clic para verla en youtube. Fin del paréntesis.)
El cómic, en este caso underground, tomó nota furibunda. He aquí un ejemplo. La firma es del malvado Robert Crumb; el título: Hamburger Hi-Jinx. En esta historia enfermiza aparecida en Zap Comix 2 (1968), un tipo detestable –upper middle class America, probablemente– no puede contener su antojo: “¿Sabes qué quiero? ¿Sabes qué me urge? ¿Sabes qué me toca?” va canturreando:
Hamburguesas, obviamente. El típico hamburguesero le sirve una. El tipo va a tomar cátsup y mostaza para sazonarla pero las botellas, ya con bracitos y piernas, le advierten: “No se te olvide, amiguito, que esa hamburguesa es nomás la media vuelta del carrusel.” Como buen gringo carnívoro, el protagonista no escucha la advertencia. Una vez terminado el emparedado –la carne de millones de animales enjaulados– le toca a él ser alimento. Ésa es la otra mitad de la vuelta del carrusel: el círculo de la carne y de la muerte. Las siguientes viñetas encuentran al protagonista no muerto sino convertido en un pordiosero y, en la calle de enfrente, otro como él canturrea su antojo: una hamburguesa:
Por más que lo parezca, no hay una moraleja jipi o ecologista en Hamburger Hi-Jinx: el odio de Robert Crumb se extiende hacia todo lo que lo rodea. En ese mismo lado del péndulo está, probablemente, la serie Fast Food, 2008,del fotógrafo Jon Feinstein. (Aunque no tiene la maestría ni la crueldad generalizada de Crumb.) Feinstein aplasta, embarra la hamburguesa contra la lente de su escáner hasta convertirla en una cosa casi ajena y sin duda repulsiva:
Bastante más abstracta, y probablemente superior, es la instalación/video Flooded McDonald’s, del street artist Superflex:
Aquí también, la acción no es otra cosa que lo que indica su título: un McDonald’s, que por su propia naturaleza puede o debe estar en cualquier parte del mundo, inundado poco a poco: vasos, cajas, hamburguesas, botes de basura: todo sucumbe (¿o se lava?) al avance lento del nivel del agua. El video es hipnótico:
Hay otra versión de esta inclinación más o menos anticapitalista. Es la más políticamente correcta de todas: la que quiere hacernos voltear los ojos a la hamburguesa como un negocio, pero como un negocio de seres humanos –de hombres y mujeres que trabajan, que muelen la carne y casi hornean sus bollos, moms & pops buena onda y casi ellos mismos sustentables. Como suele suceder en el arte, esta intención políticamente correcta tiende a la tibieza. Ejemplo: la serie The Weight of Non-Franchise Meat de Rebecca Sittler Schrock, que documenta, según dice la fotógrafa, “una guerra imaginaria de hamburguesas entre restaurantes independientes que existen a la sombra de las grandes franquicias”. El discurso es más bien sermón; las fotografías rara vez superan su cualidad didáctica:
Afortunadamente no todos los artistas dejan que sus piezas se atoren en baches ideológicos. Ejemplo: el todavía joven Olle Hemmendorff (1983), que hace un par de años intentó una reinterpretación del zapato modelo AM90 de Nike:
El resultado, como se ve, es una escultura efímera cuya belleza no oculta su fijación comercial: es un anuncio –y es un anuncio magistral.
Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)