Malosos, babosos y chamagosos

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Venerable profesor Tsiang: Recibí su atenta epístola. Dada su generosa insistencia, le respondo aunque sea en desorden, poniendo en cursivas los temas sobre los que usted requiere la pobre luz de mis conocimientos.
     En efecto, como usted señala, los términos Malosos, Babosos y Chamagosos no son los únicos motes o categorías que se pueden aplicar al PRI, el PAN y el PRD, en ese orden. A los primeros se les puede tipificar también como Hijos de la Chingada, Pandilleros o Gángsters; a los segundos se les puede ubicar en el rubro social de Hijos del Padre Amaro, Monaguillos o Tinterillos; y finalmente, a los terceros se les puede denominar como Hijos del Quinto Patio, Grillos y Palomilleros, categorías estas tres que significan, respectivamente, pobretones, politiqueros y miembros de una “palomilla”, el paso anterior al gamberrismo de la pandilla. (Y sí, su diccionario tiene razón: chamagosos significa mugrientos, desaliñados; “borrosos”, añadiría yo.)
     Hechas estas aclaraciones metodológicas y semánticas, entro en materia, no sin antes recordarle que los diputados y senadores mexicanos no son reelegibles: no tienen ni la ocasión ni la necesidad de aprender su oficio, como en otras naciones; de manera que no le deben obediencia a los votantes que los eligen, sino tan sólo a la maquinaria partidista que los designa. Es urgente esta reforma, aunque difícil en un país que todavía cree que la No Reelección es una excelente idea. Para los Presidentes, lo es; cada uno de ellos ha tenido la virtud de mostrarlo.

I. Los malosos. Es notable cómo, en general, las fisonomías de estos individuos —hombres y mujeres por igual— responden a su categoría truculenta y medrante. (Como dicen los gringos, they really look the part.) Es cierto que algunos pocos tienen pinta de buenas personas, o hasta de platinados estadistas, pero no se deje engañar, honorable profesor: su corazón es más negro y retorcido que el de la viuda de Mao. En cuanto a pensar, sí piensan. Todo el tiempo piensan: en cómo regresar al poder, al cual son adictos terminales. Como los yonquis, son capaces de cualquier cosa con tal de repetir la dosis.
     En cuanto a la palabra Patria, ya no la usan: no quieren recordarle a la gente que son priistas como los de antes (o incluso que son los priistas de antes). Luego de tres años de haber perdido la Presidencia, los Malosos han ido recuperando la confianza. No sólo porque la escandalosa ineptitud del gobierno les confiere a ellos la dignidad y prestancia de toda Oposición, sino porque ya están seguros de que el 99% de ellos (que son muy numerosos) no pisará nunca la cárcel por sus trapacerías innumerables.
     De manera que han vuelto a hinchar el pecho y declararse eternos Amigos del Pueblo. Toda su vida han mentido, y cuando arman repulsivos zipizapes públicos y se acusan unos a otros de embusteros, ¿acaso no es una más de sus patrañas? Ellos hundieron el Titanic, pero se quedaron con el control de las lanchas de salvamento. Además, ahora que ya no tienen un Presidente de su propia banda que los discipline y recompense, son como los sucesores de Al Capone que quieren controlar, a como sea, su zona. Se pasaron la vida lamiendo botas y ahora quieren cosechar el fruto de su meticulosa labor.
     En sus cálculos pesa mucho la idea de que, si bien buena parte de la nación los detesta (y les teme), tal vez no los desprecia como a los Babosos y Chamagosos. En sus ojos —¡si uno se atreve a mirarlos!— se ve el Mal. Si los Babosos son unos incapaces, en cambio los Malosos son capaces de todo, como lo insinúan los homicidios de Colosio y Ruiz Massieu, y los miles y miles y miles de víctimas del abuso, la rapiña, el desmán, las amenazas, la intimidación, la represión, el secuestro, la tortura, las matanzas colectivas y los asesinatos individuales a lo largo del muy largo priato.
     No, no hay priistas arrepentidos. No existe tal cosa. ¿Cómo se le ocurre, venerable profesor T’siang?
     Agregaré, en fin, que aunque la democracia mexicana es muy deplorable en muchísimos aspectos, una cosa sí le puedo asegurar con la mano en el corazón: es incomparablemente mejor que seguir viviendo con los priistas a horcajadas de nuestro cuello y del erario público.

II. Los babosos. Como las escuelas católicas en México nunca se preocuparon por crear una elite apegada a la fe pero preparada para argumentar y gobernar, los sujetos de esta categoría son abogados y son incultos. Son literalmente mochos: les mocharon (quitaron) la oportunidad de cultivarse. La cultura les da desconfianza y hasta miedo, pues sospechan que es ajena a sus creencias. El siglo xx, con todos sus debates y tragedias, les pasó casi de noche y no han leído ninguno de los libros fundamentales de literatura, arte, historia, política o siquiera economía. Si los priistas eran (como el país mismo) una extraña mezcla de civilización y barbarie, los panistas son una mortificante combinación de convencionalismo e ignorancia.
     Uno de los suyos, que sí había leído libros, en algún momento proclamó que el ascenso del panismo constituía un “triunfo cultural”, cuando lo que quería decir era que en adelante a los jóvenes se les induciría a no usar condones y a ser castos hasta el matrimonio. Si la nación es laica o atea o revolucionaria o liberal o justa o sensual, ellos se reconocen in petto un poco enemigos de la nación.
     Aparte de no tener cultura, tampoco tienen estilo ni clase, y algunos de estos santos varones son de una ordinariez que debe sobresaltar a sus curas confesores. En sus ojos no hay ni brillo ni bondad, y es muy posible que nunca hayan pensado en nada, salvo acaso en algunos vericuetos de la ley y los negocios. En general tienen tanta personalidad como un flan; los que en la oposición se destacaron, una vez en el Gobierno, las patéticas gubernaturas y las Cámaras, han demostrado, básicamente, la notable gama de tonos que tiene el gris. Lucharon contra el totalitarismo de los marxistas y el autoritarismo corrupto de los priistas, pero nunca se les ocurrió prepararse para argumentar y gobernar. Y así vemos cómo los Malosos —aunque pugilistas de aborrecimientos, traiciones y felonías entre sí que hasta a Shakespeare le pondrían los pelos de punta— “les comen el mandado”, como dice el dicho, una y otra vez. Y ellos nomás contando las cuentas del rosario.
     En cuanto a la palabra Patria, no les gusta mucho. Incluso, no les gusta nada: sospechan que en el imaginario nacional está identificada con sus enemigos históricos: Hidalgo, Morelos, Altamirano, Juárez, Villa, Zapata, Calles, Cárdenas y la escuela laica. Y sus héroes históricos en definitiva no son confesables: Miramón, la Madre Conchita, los cristeros, es decir, los personajes que lucharon con las armas para que la nación quedara tutelada por la Iglesia católica. (Todavía algunos de sus políticos, cuando se les pregunta a quién admiran mucho, entornan los ojos, pestañean fuerte y mencionan con reverencia el nombre de algún obispo o cardenal viviente.)
     Por mi parte debo confesar que fui de los que dieron su voto útil a Vicente Fox (aunque no a su partido). En la noche me despierto temblando y casi sollozando, lleno de voluntad de contrición. En la mañana, me tranquilizo un poquitín al imaginar que los Sentimientos de la nación mexicana fueran todavía los del envilecimiento y sobajamiento que privaban entre nosotros durante el priato. Aunque sea difícil creerlo, le aseguro que son preferibles el desconsuelo, el desprecio y el despecho que sentimos actualmente.

III. Los chamagosos. Si los Babosos son prueba de la deficiente educación de las escuelas privadas, los Chamagosos lo son del desastre de la educación pública. Saben gritar y denunciar y grillar, pero poco más. En general, dan la impresión de que no pueden peinarse e ignoran qué colores combinan en la ropa. Eso sí: en sus ojitos destella la flamita ambiciosa de los que Quieren ser Alguien.
     En su juventud profesaron ideales que fracasaron; unos soñaron con instaurar el socialismo mediante las armas y otros anhelaron lograr lo mismo, pero apoyados en la voluntad abrumadora del pueblo. Aunque luego decidieron ser pragmáticos y juntarse todos en un partido ni leninista ni maoísta ni trotskista, se pelean como ratas por las migajas del poder tal como antes se disputaban entre y dentro de las sectas de izquierda por demostrar quién era más (o menos) estalinista, castrista o lo que fuera. Sus formas de asociación siguen siendo tribales; como antes, creen en un Líder, pero curiosamente éste es siempre algún caudillo ex priista que se viste bien y sí sabe escoger sus corbatas.
     La palabra Patria les agrada muchísimo; ha tomado el lugar que ocupaba la mítica Revolución (mexicana o socialista, o socialista mexicana). La usan con mayor frecuencia que los dos partidos anteriores y se les nota a sus diputados cuánto se emocionan cuando la arrojan a la cara de los perennes Enemigos del Pueblo. En cuanto a la democracia, algunos de ellos aún parecen creer que es un fraude, una engañifa, cual peroran caciques como Chávez y Castro (que todavía hacen que las rodillas les tiemblen de emoción). De otra forma ¿cómo se explica que no representen siquiera el 20% del voto?
     No se sabe, bien a bien, si piensan, pero no lo parece, excepto en los clásicos términos de “táctica y estrategia”, que tan pobres resultados les han rendido. Tampoco tienen sueños, como cuando eran jóvenes, excepto el del poder, ya no ingente y revolucionario sino local y concretito. En esto, como en algunas otras cosas, se parecen más y más a los priistas, que por lo menos tienen razonables ilusiones de recuperarlo. En los pocos lugares donde detentan el poder, lo más que han logrado es gobernar como un PRI mucho menos malo (lo cual, pensándolo bien, no es tan poca cosa).
     Casi todos son chilangos, o michoacanos, o andan desperdigados por allá y acullá, y tienen apetitos y costumbres de caníbales: sus diferentes tribus (ininteligibles para el observador) no guerrean sin misericordia entre sí enarbolando ideas para contrarrestar o derrotar el neoliberalismo, sino para aniquilar y comerse a los perdedores, como entre los aztecas y los otros mesoamericanos (el lema de su asociación reza así: “el partido del sol azteca”).

Venerable profesor Tsiang, espero que estas notas de un demócrata atribulado le sirvan para entender este país que usted llama “hermético y misterioso”. Dentro de unos meses, cuando usted vuelva a visitarnos, le prometo algunas comilonas memorables y me prometo a mí mismo escuchar con suma atención sus comentarios sobre nuestros “deshonorables” países. ~

Suyo.
— Héctor Manjarrez

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