A la memoria: Amy Winehouse (1983 – 2011)

 Un recuerdo de la cantante que fue hallada muerta en su casa el pasado sábado.  
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La primera vez que la escuché no sabía, de verdad, qué hacer conmigo. Hijo putativo del sonido Motown e hincha total del Rhythm & Blues más renegrido, el descubrimiento de su voz me sacó de quicio. Literalmente: las paralelas de mis rieles se cruzaron y movieron hermosamente. ¿De verdad una niña blanca podía ulular así? ¿Cuánta culpa, cuántos galones de ginebra se necesitan para producir ese aullido a los veinte años? Aretha Franklin, Dinah Washington, Nina Simone y, por supuesto, Billie Holliday , todas ellas parecían haber copulado con Fatboy Slim y un arponazo de heroína. Por no hablar de una profunda borrachera a las diez de la mañana, diario. Era un demonio genuino, de cuyos labios salían llamaradas, iluminaciones. No es raro que haya caído poco después de Lucien Freud, otro. Nada ni nadie pudieron detenerla. “You Know I’m no Good” es ya un clásico conservado en Tanqueray. Todas sus letras son bellas autodeprecaciones, flagelos de lava, dagas de hiel. Con “Love is a Losing Game” dan ganas de tirarse al suelo y atropellar un camión. Amy. Ay Amy. Y el apellido inverosímil: Winehouse. Ella ha regresado al negro, como siempre lo deseó. Espléndido, irrefutable deathwish. Que no descanse en paz Amy Winehouse: su dolor es su flama.

 
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