Me entrevistaron algunas revistas y periódicos sobre el librito Viaje al centro de mi tierra. Amontono algunas respuestas
Sus crónicas y artículos representan un mosaico de la realidad mexicana, ¿tiene algún método a la hora de elegir su tema, para abarcar todos estos aspectos de la sociedad?
Bueno, yo creo que son un mosaico de ciertas realidades que yo percibo muy subjetivamente como la persona que soy, que incluye ser mexicano. Pero no, no tengo, ni remotamente, la intención de retratar la realidad ni analizarla ni enmendarla. Supongo que reacciono ante cosas que me sorprenden, me intrigan, me divierten o me aterran, igual que todo mundo. La diferencia es que yo escribo sobre el efecto que tienen en mí. Creo que un escritor escribe en su cuarto, para sí mismo, no en la plaza pública para los otros, quienquiera que sean.
En ocasiones es usted mismo el blanco de su sentido del humor, el personaje que sufre la realidad, ¿qué importancia tiene la autocrítica en su escritura?
No veo ninguna razón para excluirme de mi forma de mirar las cosas. Me río de mí mismo porque no tengo dispensa de estupidez ni estoy exento de incongruencia. De hecho, creo que me sale muy bien ser incongruente. Bastante mejor que ser congruente. Quizás lo único congruente en mí sea mi incongruencia. Una persona que no sabe, o no puede, o no quiere reírse de sí misma está en problemas, condenada a una fatuidad imbécil o a un patético endiosamiento de sí. A mí me da por reírme mucho de muchas cosas, pero no tengo, ni de chiste, la intención de hacer reír. Mi autocrítica quizá se ejerza más en mi otro trabajo, en mis libros digámosles “serios”. Estas crónicas son cositas que escribo con la mano izquierda y con un ojo cerrado.
En sus textos conviven referencias cultas y populares, lo más común es encontrarse con escritores que se circunscriben a una u otra, ¿cuál es el objetivo de echar mano de ambas?
¿Ah, sí? Bueno, no es algo que me proponga hacer. No tengo intención preconcebida sobre cómo escribir estas crónicas. Supongo que arrastro ideas, referencias, imágenes que están ahí, en la bodega, y que pueden ser convocadas por cualquier motivo. La diferencia entre lo “culto” y lo “popular” es muy borrosa en nuestros tiempos, ¿no? El otro día en la plaza de Coyoacán comía con unos cuates y, de pronto, un grupo de ocho muchachas disfrazadas de huríes se pusieron a hacer danza árabe con su tocadiscos portátil. Un espectacular meneadero de nalgas y ombligos. ¿Era culto o popular? La diferencia entre esas cosas desapareció desde que se adaptó el “Bolero” de Ravel a cumbia.
Pobres y ricos, políticos de izquierda y de derecha, senadores y peatones despistados, nadie queda a salvo de su mirada satírica, ¿hay alguien, un personaje de la vida cotidiana nacional, que no haya retratado en sus crónicas?
En México se da el problema de que no es infrecuente que los protagonistas traigan la sátira incluida. Un político mexicano que no trae incluida su propia parodia no es político mexicano. Pero se puede decir lo mismo de los curas, los intelectuales, los periodistas, los empresarios, en fin… El nuestro es un país de gesticuladores.
Usted ha descubierto que todos los males de México derivan de que “el primer hombre que fue creado por Dios fue Jorge Rivero”. ¿Hay alguna esperanza de que podamos superar el trauma de que el Adán mexicano haya tenido “las tetas y las nalgas más grandes que las de la madre Eva”?
Habría que llevar a cabo la refundación pacífica del paraíso original mexicano, desde luego sobre un nuevo modelo económico más justo, y que el primer hombre no sea Jorge Rivero sino alguien más representativo. José Alfredo Jiménez, por ejemplo. Producto orgullosamente mexicano, sin fecha de caducidad y calidad de exportación. Un banco genético blindado contra cualquier tipo de desfalco.
Usted destaca conductas ciudadanas nocivas y costumbres bárbaras como la violencia diaria, el ruido, la discriminación o la sumisión de los encuerados ante Spencer Tunick. ¿Cómo ha sido posible que con todo esto la sociedad mexicana haya podido sobrevivir?, ¿o todo ello no ha sido, más bien, la condición de su supervivencia?
Supongo que somos una especie con una enorme capacidad de adaptación al medio. Últimamente también estamos demostrando nuestra capacidad de adaptación al miedo. Pero un pueblo que considera nutritiva, saludable y hasta sabrosa la torta de papel de estraza es capaz de todo. Padecemos formas de violencia criminal espeluznantes, pero no sólo por el narco: vivimos en un país en el que los hombres se refieren a su novia como la chancla antes de aventarla al suelo.
Si en este país es más negocio tratar de arreglar los problemas que realmente solucionarlos, como usted diagnostica, ¿en el futuro podemos esperar una multiplicación y agravamiento de nuestros problemas para aumentar las posibilidades de hacer negocios, fomentar la inversión en la materia y acrecentar nuestra productividad?
Esa es una teoría que debería tratar de desarrollar más en serio. Durante años se demostró en México que, por ejemplo, un campesino improductivo era mejor inversión que uno productivo. La improductividad generaba secretarías de estado, confederaciones nacionales campesinas, líderes, diputados y senadores, y toneladas de presupuesto para arreglar el “problema de la tierra”, etcétera. Una vez que se descubrió el éxito del fracaso y se institucionalizó, todo mundo se dio cuenta de que era más negocio acrecentar el problema que resolverlo. El Estado se dio cuenta de que causar desastres sociales era una gran fuente de negocios privados y logró, durante décadas, ser a la vez el causante del desastre, su administrador y, desde luego, el obstáculo para resolverlo. En estos días puede verse una aplicación directa de esta teoría en el lío de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es un fracaso académico, pero un éxito político.
Sobre los ricachones dice usted que sólo han patentado “nuevas formas de engañar” y, por ende, de robar y enriquecerse. ¿Atisba usted alguna posibilidad de que salpiquen algo de sus ganancias hacia los niveles bajos de la pirámide azteca?
Sí: hay ricos que pagan lo justo y propician el mejoramiento de la vida de sus empleados, me consta. Pero hay más ricachones miserables que jamás asumirán sus responsabilidades. En México ser un ricachón que aumenta su riqueza explotando criminalmente a sus empleados es algo que se sobreentiende, es lo normal y hasta motivo de orgullo. El ricachón es un depredador instintivo. La idea de elevar el nivel de vida de sus empleados le parecería una crítica a su virilidad. Para decirlo con terminología especializada es más una langosta que una abeja. Una herencia de nuestro carácter de colonia, de mentalidad colonizada que, sumada al cesaropapismo azteca…
¿Cómo ha sido posible que, pese al denodado, constante, permanente, ininterrumpido, paciente, titánico, caótico y cotidiano esfuerzo de millones de mexicanos de ya muchas generaciones a través de los siglos, no hayamos podido completar la faena de destruir ya no digamos a Teotihuacan, sino al país entero? ¿Qué le espera a nuestra ciudad?
Caramba. La pregunta me rebasa por la izquierda. Creo que responderla le corresponde a las generaciones venideras que, todo parece indicarlo, ya no van a existir. Pero hay que insistir. Mientras exista el cañón del Sumidero habrá por dónde resurgir. López Velarde dice que vivimos al día y de milagro, como la lotería…
Por otro lado, mi profecía sobre la ciudad de México ya está en un libro que publiqué hace 15 años y se llama El dedo de oro, que es una dizque novela que sucede en el año 2027 y que supongo que ya no circula. Hasta ahora, creo que mis profecías van cumpliéndose bastante bien. Y bueno, sí, sí tiene futuro esta ciudad, pero es un futuro espeluznante y, me temo, imposible de resumir ahora. Es una mezcla del Apocalipsis de san Juan y un mural de Siqueiros. Los desastres suelen salirnos muy bien a los mexicanos. Es una ciudad a la que amo profundamente, pero es rarísima ¿no? Un colapso en ralentí. Una ciudad donde sale lumbre de las mufas y agua de las alcantarillas. Un día se inunda y al día siguiente la tatema la radiación solar. Lo bueno es que ya hay una campaña para no escupir los chicles al suelo y que, al parecer, todos vamos a estar becados.
Si tuviera que elegir uno, ¿cuál cree que es el problema más serio de la sociedad mexicana?
Caray, no se me ocurre ninguna respuesta que no suene a púlpito o me cuaje en mármol. Supongo que es el problema del que derivan todos los demás: nuestra absoluta incapacidad para entender que las leyes son nuestras aliadas, no nuestras adversarias; la cifra de nuestros derechos y nuestras responsabilidades, y no el paisaje contra el cual practicar la impunidad o nuestra hipnótica adicción a la injusticia.
¿Qué espera que el lector piense o reflexione al concluir la lectura de su libro?
No espero absolutamente nada. Decir que me interesa que el lector salga del libro mejor de como entró me parecería faltarle al respeto. Y desde luego, esperar que salga peor, sería sobreestimarlo…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.