En 1954 Alfred Hitchcock —ya un maestro de su arte, ya uno de los pocos directores de cine privilegiado con el derecho de que su nombre figurase en carteleras y marquesinas con mayor tamaño que los nombres de los actores estelares, ya idolatrado por fans que acechaban su fugaz presencia como una marca de fábrica en cada película suya— realizó Rear Window (título que para las pantallas mexicanas fue, por una vez con acierto, el de “La ventana indiscreta”). Es una película que por su muy vario personajerío, por su riqueza argumental y visual, por su trama adrede dubitativa, salió emblemáticamente hitchcockiana y por tanto particularmente difícil de sinoptizar… pero lo intentaré a riesgo de recibir una rechifla:
El periodista fotógrafo L. B. Jeffries, para los amigos sólo “Jeff” (James Stewart), inmovilizado en su apartamento del Greenwich Village, N.Y., por un accidente profesional que le ha fracturado una pierna, se aburre cuando su enfermera masajista Stella ( Thelma Ritter), su novia Lisa (Grace Kelly) y Doyle (Wendell Corey), un amigo y detective de la policía, no están allí charlando sobre cualquier asunto preferentemente banal. Para entretener su forzado ocio, para olvidar el bochorno veraniego y la picazón de la pierna enyesada, “Jeff” se dedica, ayudado de unos binoculares y un teleobjetivo, a observar, por encima del patio-jardín, las ventanas del edificio de apartamentos de enfrente, y esto es como si mirase hacia un diorama de pantallas en el que sus vecinos (un compositor de canciones, una bailarina, dos matrimonios maduros o viejos, una solterona, una pareja de recién casados… e incluso un perrito faldero, etc.) vivieran sintéticamente las escenas más cotidianas o decisivas de sus propias películas. Durante ese dizque inocuo entretenimiento, primero controvertido y luego apasionadamente compartido por la enfermera, la novia y el policía amigo, Jeff casualmente advierte que uno de los vecinos (Raymond Burr), casado con una mujer enferma y mandona, se porta de manera cada vez más extraña hasta el punto de quizá haber llegado al asesinato. En ese espionaje amateur el fotógrafo tendrá la espontánea, entusiasta y muy conversada colaboración de Stella, de Lisa y de Doyle. En los momentos terminales, el asesino, tras descubrir que ha sido descubierto, llega a castigar al insistente fisgón, quien en su parcial estado de inmovilidad se defiende deslumbrando con el flash de la cámara al atacante, que es muy miope. En el final, el asesino es atrapado y “Jeff”, que fue defenestrado por el criminal, queda ahora con las dos piernas enyesadas y tal vez curado de la fisgomanía, pero aún inerme ante el furor nupcial de Lisa.
“Las dos películas de usted que prefiero son Notorious y Rear Window”, declaró François Truffaut durante la extensa serie de entrevistas que hizo a mister Hitch para el libro El cine según Hitchcock (y yo hubiera dicho lo mismo aunque añadiendo un título más: Strangers on a train). Se comprende que un buen cineasta surgido de los Cahiers du cinéma, tan afectos a Hitchcok, tuviera entre dos de sus películas favoritas a La ventana indiscreta, que acaso sea la más emblemática de las obras de su realizador por ser su argumento una triple metáfora alusiva al cine, al cineasta y al público cinéfilo. En esa película “unanimista”, con un gran muestrario de personajes secundarios pero no desatendidos, el protagonista central, el fotógrafo, representa al fisgón profesional y a la vez al espectador del cine, o sea al fisgón amateur, y es fisgado y manipulado por Hitchcock, el supremo manipulador del cine, que espía a sus personajes a traves del camarógrafo y los fija en la pantalla cinematográfica, esa otra y virtual “ventana indiscreta”. Y esto ocurre en una película de vanguardia que no se pretende tal, en un drama criminal entreverado de comedia cotidiana que plantea el tema de la gozosa irresponsabilidad del voyeur, el fisgón, el “rascabucheador” (según muy habaneramente decía Cabrera Infante), que en su condición de cinéfilo goza de lo que fisga en total impunidad.
No se sabe qué le habrá parecido a Buñuel La ventana indiscreta, en el caso de que la haya visto, pero sí supimos Tomás Pérez Turrent y yo (como consta en nuestro libro Prohibido asomarse al interior/ Conversaciones con Luis Buñuel) lo que pensaba del cine como un arte del voyeurisme o la fisgonería. A propósito de su película Él, cuyo paranoico protagonista fisgonea a su mujer a través de un ojo de cerradura, le pregunté si, en resumidas cuentas, el cineasta y el espectador de cine serían “voyeuristas”, y don Luis, después de un lento trago de bunueloni (versión buñueliana del dry martini), respondió que tanto era así que en una refinada sala de cine habría que dar una cerradura a cada espectador para que fisgara más a gusto a los personajes expuestos en la pantalla.
(CONTINUARÁ)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.