Dibujos animados: Hamlet en la sabana

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Mucho se ha dicho del mérito de Pixar, el estudio detrás de Wall-E, Up y The incredibles. Sus películas de dibujos animados apelan no solo al demográfico infantil sino a sus padres, que ya no tienen que tomarse cuatro espressos antes de entrar a la sala para acompañar a sus retoños sin empezar a roncar en la primera escena. El cine de Pixar, dicen, es entretenimiento con cerebro. Wall-E es más que la historia de amor entre dos robots adorables: es, en el fondo, una fábula sobre el medio ambiente y sobre la sociedad de consumo; Up no solo detalla la travesía de un niño gordo y un viejo cascarrabias en una casa flotante: es, también, una meditación sobre la vida de pareja y sobre envejecer. Las grandes ideas de Pixar están cubiertas por una superficie dulce, fácil de digerir. Los matices adultos están en el fondo, inteligentemente escondidos del ojo infantil. Para un niño, The incredibles es una cinta de superhéroes, no sobre el éxito de la mediocridad suburbanita. Es decir, las películas de Pixar son un doble boleto, y aunque la destreza en su ejecución es innegable, hay una parte de mí que echa de menos las cintas de dibujos animados sin aparente agenda seria, sin múltiples capas discursivas. ¿Por qué? Porque en el fondo creo que las viejas películas de dibujos animados eran más honestas, más divertidas y, paradójicamente, más adultas y menos condescendientes.

Analicemos, pues, The lion king, la joya en la corona de Disney. Y para analizar la historia de Simba y Mufasa vale la pena partir de un ejercicio: quitemos, por un instante, todas las canciones. Editemos “Hakuna Matata”, “Be prepared” y hasta “The circle of life”. ¿Qué queda? Un Hamlet de la sabana; la historia macabra de un tío que, en aras de llegar al trono, planea la muerte de su sobrino. Es este mismo tío el que, con el sobrino a salvo, arroja a su propio hermano a un desfiladero en el que es atropellado por 276 ñus en cuestión de medio minuto. Escena siguiente: el tío le hace creer al sobrino que es él el culpable de la muerte de su padre (el Rey: Mufasa) y lo convence de escapar, justo antes de enviar a un grupo de hienas hambrientas detrás de él para que se lo coman. Años después, el tío es el Rey de la sabana, y el único macho de su manada: se deduce que trata a las hembras, no solo como amazonas a las que envía por comida, sino como su harem personal. Es durante una de estas cacerías que la más joven de las hembras encuentra al sobrino, viviendo en una especie de comuna hippie en la selva (sustituyan los gusanos que Simba, Timon y Pumba encuentran en el árbol con drogas psicotrópicas y, después de la sustitución, analicen la escena en la que intentan descifrar qué son las estrellas). Después de un primer encuentro ríspido, el sobrino y la joven coquetean y pasan la noche juntos (disculpen el eufemismo). A la mañana siguiente, la chica intenta convencer al sobrino de regresar a la manada, matar al tío insurrecto y ocupar el trono que le pertenece. Pero el joven no escucha razones, hasta que un mono karateca lo lleva a un estanque en el que ve el reflejo de su padre (insisto: drogas) El sobrino regresa a enfrentar al tío. Lo ve golpear a su madre –que se ha vuelto la concubina del traidor- y lo ataca. Finalmente, el joven mata al Rey impostor y se corona.

En suma, The lion king es la historia de un tío que quiere matar a su sobrino pero que acaba matando a su hermano enfrente del niño, que, tras ver a su padre muerto, huye y, después de diez años, un one night stand y un viaje alucinógeno, vuelve a confrontar al asesino de su padre, que es su tío, y acaba arrojándolo al fuego, donde es atacado por una jauría de hienas que se lo come vivo.

No. No es una película de Tarantino. Es una película de dibujos animados de 1994, que vi, por cierto, cuando tenía doce años. ¿Me conmovió? Sin duda. ¿Me infligió cicatrices anímicas, me aterró? En absoluto. La trama era la misma para mí y para mi padre, y así la acepté. Era, me quedaba claro, una historia dura (a la fecha me sigue pareciendo), pero bien contada. Las canciones, hechas quizás con el propósito de suavizar el tono oscuro de la cinta, hasta estorbaban. La cinta no necesitaba más superficie de caramelo. El relleno dramático, sin condescendencia, era lo que me llamaba la atención. Y por dos horas me sentí como un niño que visita, de la mano de un género que creía cómodo, el mundo de las tragedias verdaderas.

Me quedo con ese sentimiento por arriba del ímpetu moralista de Pixar: una compañía que, diga lo que se diga, no ha hecho una sola cinta del calibre de The lion king.

-David Andreu

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