“El Valle Improbable”. Así se le llama a esa zona gris que aún yace entre lo real y lo generado por computadora. “El Valle Improbable” está en la diferencia entre los poros del cuerpo de Gollum y los de Elijah Wood: es ese espacio, cada vez más escueto, que nos permite determinar si algo es de carne y hueso, o si ha sido creado en la pantalla de un monitor. Y a medida que “El Valle Improbable” se empequeñece y que la capacidad del CGI ( Computer Generated Imagery, por sus siglas en inglés) para recrear la realidad aumenta, los espectadores y cinéfilos detectan pequeñas imperfecciones dentro de los universos y los personajes sintéticos con mayor facilidad. Por este y otros motivos, es prácticamente imposible crear una imagen computarizada que se vea tan real como el actor a su lado.
Se entiende la obsesión de Hollywood con cruzar “El Valle Improbable”. Poder crear un universo sintético, poblado por personajes creados en una computadora, representa –en teoría- la posibilidad de romper las barreras de lo asequible. No habría límites para los cineastas obsesionados con la tecnología: imaginar y crear irían de la mano.
En estos meses, algunas películas intentarán juntar ambos polos, enfrentándose a esta problemática de maneras muy distintas.
La primera es A Christmas Carol, de Robert Zemeckis: el antiguo pupilo de Spielberg, que con ésta última llega a tres cintas seguidas en las que no hay una sola toma filmada o grabada en un ambiente real. Y aunque Zemeckis no carece de detractores que lo acusan de ser un esclavo de la tecnología, lo cierto es que se ha dedicado a expandir las posibilidades dentro de su medio, con resultados que cada vez se ven mejor. Su primer espectáculo en CGI, The Polar Express, fue un desastre: los críticos aplaudieron la narrativa, pero detestaron la artificialidad de los rostros, la piel digna de un museo de cera y los ojos sin vida. Beowulf fue su siguiente película. Y aunque los avances en la tecnología para seguir los movimientos de los ojos y el cuerpo ayudaron a resolver algunos de los problemas de su anterior entrega, los personajes aún se veían tiesos, extraños.
A Christmas Carol ataca el problema del “Valle Improbable” desde otro ángulo. Las mejorías en CGI no son tan claras como fueron entre The Polar Express y Beowulf, pero Zemeckis logra que el espectador acepte sus creaciones computarizadas desde una perspectiva distinta. Los personajes de su última cinta habitan un universo que no intenta recrear la realidad tal como es: el Londres de A Christmas Carol es una ciudad vista a través del filtro de la imaginación de Zemeckis y sus colaboradores, tal y como los postimpresionistas dejaron de intentar recrear el mundo de manera fidedigna y comenzaron a reinterpretarlo con su paleta. De esta manera, al alejarse de él y no enfrentarlo, Zemeckis elude al “Valle Improbable”.
Pero hay otros cineastas que prefieren no evitar, ni darle la vuelta a este problema: quieren personajes reales dentro de ambientes completamente realistas. Quieren que lo sintético sea indiferenciable de la carne y el hueso. Y esto es un desafío mucho mayor.
Los hermanos Wachowski fueron los últimos directores en declarar que habían vencido al “Valle Improbable”. Para las secuelas de The Matrix, ambos cineastas diseñaron un sistema para replicar el cuerpo entero, al meter a sus actores dentro de cuartos de escaneo donde su piel y sus medidas eran grabadas en altísima fidelidad. Después, los Wachowski vistieron estos esqueletos computarizados con los cuerpos ultra-detallados de sus histriones. Este híbrido de foto y CGI se usó para animar personajes que –según ellos- se verían idénticos a sus contrapartes humanas.
Pero los resultados del experimento dejaron mucho que desear: los Wachowski pusieron a sus creaciones en situaciones tan irreales que la audiencia inmediatamente se dio cuenta que no eran imágenes computarizadas. Y aún había errores en el CGI: la ropa de los personajes lucía demasiado brillosa y algunos movimientos se veían torpes.
El último cineasta que ha intentado crear personajes foto-realistas es James Cameron, el auto-proclamado Rey del Mundo. Avatar –su nueva película- ha sido creada con diversas tecnologías novedosas. Se dice que, en caso de funcionar, la nueva cinta de Cameron podría cambiar el cine para siempre.
Para la creación de auténticos synthespians –un término que se refiere a personajes de CGI controlados por histriones-, Cameron recurrió a la ayuda de un estudio llamado Image Metrics, pioneros en el cine digital y efectos especiales. A petición del director de Titanic –que pedía que los movimientos en el rostro de sus synthespians fueran más creíbles-, Image Metrics desarrolló un nuevo software para registrar hasta los más minúsculos movimientos faciales. Previo a Avatar, esta tecnología dependía de pequeños puntos que cubrían el rostro de los actores y cuyas señales eran captadas por una computadora. Cuando el histrión movía la cara, la computadora registraba ese movimiento. En vez de usar estos puntos, el nuevo software de Image Metrics graba el rostro del actor en tiempo real y después lo envía a una computadora que traduce la imagen de inmediato, registrando los movimientos de cada músculo del rostro. El encargado en efectos especiales no tiene que retocar, ni crear nada a posteriori. Image Metrics se encarga de captar hasta las más sutiles asimetrías en los movimientos faciales. Podemos asumir, entonces, que los synthespians de Cameron hablan y se mueven como si tuvieran vida propia.
Sin embargo, no podremos estar seguros hasta no ver Avatar. Y, por lo pronto, los mejores ejemplos de CGI siguen siendo imperfectos: el King Kong de Peter Jackson, Davy Jones de Pirates of the Caribbean y hasta los alienígenas de District 9, todos tienen algo que no es convincente. ¿Qué ocurrirá cuando se cruce este “Valle Improbable”: cuando las figuras computarizadas se vean igual de reales que los actores a su lado? Dejará de haber límites para lo que un director, inclinado o no hacia lo fantástico, puede crear. Es posible que una producción jamás tenga que volverse a adentrar en una locación peligrosa o extrema: todo, desde las palmeras, el cielo y el sol, podrán armarse en una computadora. Puede ocurrir que un director no tenga ya que volver a batallar, como le ocurrió a Coppola en Apocalypse Now, con las condiciones inclementes del lugar que ha escogido. Puede ser que no se vuelva a contratar a un solo extra: todos podrán ser creados digitalmente. Y que un realizador no vuelva a sentir la frustración de no lograr una actuación convincente: bastará retocar el rostro de su histrión por computadora: poner una lágrima aquí, una lágrima allá, torcer la boca así, mover el cuello hacia acá. El cine –y el proceso de hacerlo- perderá espontaneidad, eso es claro. La naturaleza impredecible de las filmaciones –los pequeños accidentes y sorpresas- será acotada.
Cruzar el “Valle Improbable” tendrá sus costos.
-Tom Campana