Que yo poseyera una mente ambiciosa, permítanme soñar. Que aspirara en este momento a escribir un comentario atinado sobre cine y, simultáneamente, a definir los claros límites de mi capacidad como “crítico de cine” (cosa que, a todas luces, no soy), aclaración obligatoria dado que lo publicaría, si todo fuera de acuerdo a lo planeado, en un espacio dedicado a esta disciplina -opinaría, insisto, con mi mente ambiciosa. Mi mente, en este caso, se detendría un momento a sopesar un capricho: escribir sobre una película de 1948 que habría visto apenas unos días atrás después de haber leído la novela en la que está basada. Esto usted ya lo sabría: de El tesoro de Sierra Madre (de B. Traven), John Huston realizaría una adaptación, con Humphrey Bogart como Fred Dobbs, Bob Curtin como Tim Holt y Walter Huston (padre de John Huston) como Walter. Encarrilado, tal vez, no sólo haría comentarios sobre las dificultades de realizar adaptaciones cinematográficas (referiría, acaso, a un texto publicado hace unos días en este mismo espacio por Mauricio Montiel Figueiras) sino que citaría, pertinentemente, el Sobre la traducción de Paul Ricoeur y ya entrado en gastos algún libro de título obvio como De la literatura al cine: teoría y análisis de la adaptación. A pesar de las dificultades, magnánimo, sugeriría que estar discutiendo sobre las adaptaciones es un poco como buscarle tres pies al gato: finalmente, aunque prescinde de algunos pasajes (como el encuentro con el supuesto jaguar en la jungla), la adaptación de Huston de la novela de Traven sería fiel y buena y tal. Yo aprobaría. Mi mente ambiciosa se habría dado gusto.
Pero jóvenes, amigos, lectores: yo trabajo. El tiempo no me sobra. Llevo semanas enteras tratando de escribir este texto. Yo sé que no es la gran cosa, pero eso me ha tomado. De verdad me hubiera gustado hablarles con precisión y profundidad sobre lo que significa adaptar una narración de un medio a otro. Me habría demorado en dificultades, lo juro. Habría ofrecido conjeturas y especulaciones, hubiera ejemplificado y habría hasta dejado tarea en forma de preguntas difíciles, hechas al aire. Pero mi mente no es ambiciosa. Mi mente ha aprendido alguna que otra cosa de los libros y películas, pocos, pocas, que ha leído, visto. Una de ellas, dicho sea de paso, sí fue El tesoro de Sierra Madre (Acantilado acaba de lanzar una nueva edición, aunque con la misma traducción de Esperanza López Mateos). Y usted disculpará, amigo lector, que le tenga aquí un debilucho comentario de orden moral, pero no veo forma de ofrecerle una teoría árida de formalismo o narrativa a partir del texto que creo es bastante claro y directo en algo: si uno cede ante sus ambiciones, éstas terminarán esclavizándolo. Como hizo el deseo de permanecer en el misterio con B. Traven. Hace unos días leí un texto de Fabrizio Mejía Madrid precisamente sobre esto (y Dios lo bendiga, me ahorra el trabajo de explicarles), titulado “¿Quién diablos era B. Traven?” En él, enumera algunos de los pseudónimos y personalidades adoptadas por Traven: Anton Räderscheidt, Götz Ohly, Ret Marut, Törsvan el Noruego, Hal Croves (nombre que supuestamente utilizó durante sus visitas a las grabaciones de El tesoro de Sierra Madre), Albert Williams y demás. Mejía Madrid concluye, o sugiere, que ni el mismo Traven sabía quién era -como si se tratara de Walser, Mejía Madrid afirma que estos curiosos gestos de Traven están “llenos de una ambigua voluntad de borrarse y, al mismo tiempo, de ser reconocido”. Y bueno, ahí lo tienen: la ambición de pasar desapercibido en algún sentido va y consume a Traven. Y si yo tuviera la loca ambición de andar aquí hablándoles sobre cine cuando yo no sé de cine o sobre adaptaciones cuando no sé de adaptaciones, pues vaya usted a saber de qué forma me habrían consumido estas pasiones.
Resumiendo: El tesoro de Sierra Madre, tanto la versión cinematográfica como la novela, ofrecen una fina lección sobre el camino que emprenden algunos hombres para ser esclavizados por sus ambiciones (por poseer oro, para ser más concretos). Ahora, una cosa curiosa: unos días después de ver El tesoro de Sierra Madre, vi El halcón maltés (de 1941). También es de John Huston. Y también actúa Humphrey Bogart. Y también está basada en una novela de género (no de aventuras sino de detectives). Y también trata sobre hombres que andan detrás de un objeto precioso, hecho de las cosas de las que están hechas los sueños. Y también hubiera estado bueno que tuviera una mente ambiciosa para hablarles largo y tendido sobre los ocultos vasos comunicantes entre estas películas, pero ya me dio sueño y mañana tengo que trabajar y ya basta.
– Guillermo Núñez Jáuregui
(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad